María Victoria Atencia. Málaga, 1931. Ha publicado: Arte y parte, (1961), Cañada de los ingleses, (1961), Marta & María, (1976), Los sueños, (1976), El mundo de M. V., (1978), El coleccionista, (1979), Ex libris, (1984), Compás binario, (1984), Paulina o el libro de las aguas, (1984), Trances de Nuestra Señora, (1986), De la llama en que arde, (1988), La pared contigua, (1989), La señal, (1990), La intrusa, (1992), El puente, (1992), Las contemplaciones, (1997), Las niñas, (2000), El hueco, (2003), De pérdidas y adioses (2005) y El umbral (2011).
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Epitafio para una muchacha
Porque te fue negado el tiempo de la dicha
tu corazón descansa tan ajeno a las rosas.
Tu sangre y carne
fueron tu vestido más rico
y la tierra no supo lo firme de tu paso.
Aquí empieza tu siembra y acaba juntamente
-tal se entierra a un vencido
al final del combate-,
donde el agua en noviembre calará tu ternura
y el ladrido de un perro tenga voz de presagio.
Quieta tu vida toda al tacto de la muerte,
que a las semillas puede
y cercena los brotes,
te quedaste en capullo sin abrir, y ya nunca
sabrás el estallido floral de primavera.
Amor
Cuando todo se aquieta
en el silencio, vuelvo
al borde de la cuna
en que mi niño duerme
con ojos tan cerrados
que apenas si podría
entrar hasta su sueño
la moneda de un ángel.
Dejados al abrigo
de su ternura asoman
por la colcha en desorden,
muy cerca de sus manos,
los juguetes que tuvo
junto a sí todo el día,
ensayando un afecto
al que ya soy extraña.
Quien a mí estuvo unido
como carne en mi carne,
un poco más se aparta
cada instante que vive;
pero esa es mi tristeza
y mi alegría un tiempo,
porque se cierra el círculo
y él camina al amor.
Victoria
Estaba abierto el cielo
y mi hijo en mis brazos,
tan indefenso y tibio
y aterido y fragante
que lo sentí una obra sólo mía,
victoria
de un cuerpo paso a paso
ofrecido a su cuerpo.
Lo envolví con mi aliento
y él tuvo el soplo tibio
en el que una paloma
se sostenía en vuelo.
Reproche a Holan
Si ves Moldava abajo,
río abajo
-frente a la Isla de Kampa
y el Molino del Búho-
un cubo de basura t
iernamente mecido,
dulcemente mecido
hasta el agotamiento,
no pienses en el cuerpo de Ofelia
que las ratas horadan
entre sus muslos blancos,
cubo adentro, hasta el fondo;
preserva
su maternal secreto río abajo.
Godiva en blue jeans
Cuando sobrepasemos la raya que separa
la tarde de la noche, pondremos un caballo
a la puerta del sueño y, tal Lady Godiva,
puesto que así lo quieres, pasearé mi cuerpo
-los postigos cerrados- por la ciudad en vela...
No, no es eso, no es eso
mi poema no es eso.
Sólo lo cierto cuenta.
Saldré de pantalón vaquero
(hacia las nueve de la mañana),
blusa del "Long Play"
y el cesto de esparto de Guadix
(aunque me araña a veces las rodillas).
Y luego,
de vuelta del mercado,
repartiré en la casa amor y pan y fruta.
La rueda
Verdad es que en el mapa
figuraba distante,
que una rueda de mi maleta
iba gimiendo,
y que en las bocacalles su cansancio
exponían con razón mis tacones.
Signos quizás de pérdida
-de la esperanza al menos-
en la ciudad oscura,
con mi mapa
y más calles de rótulos vedados.
Y ese joven
que no sabría decirme sino
el raído azul de su bufanda
cuando busco un cobijo,
de palabras siquiera.
Andar y desandar
con la ciudad ajena como albergue
no mío:
dádiva y negación a un torpe rodamiento
que, de improviso,
si esta es la Torre de la Pólvora,
acalla su insistencia en dar fin al viaje.
Muñeca rota
¡Qué me intenta decir tu deterioro? Vente,
muñeca frágil y doliente y herida,
sin faldones
que cubran tu cuerpo descompuesto,
sin un alma mecánica que te cubra, desastre
de los años y el trato.
No me aparté de ti;
nos apartaron
convenciones y usos:
no era propio quererte,
y hoy pienso que
otras manos te han mecido en exceso.
No llamaré a tus puertas,
aldaba de noviembre...
No llamaré a tus puertas,
aldaba de noviembre:
el árbol de las venas bajo mi piel se pudre
y una astilla de palo el corazón me horada.
Porque tú no estás, Blanca,
tu costurero antiguo
se olvida de los tules, y el Niño de Pasión
va llenando de llanto el cristal de La Granja.
Tiene el regazo frío tu silla de caoba,
tiene el mármol tu quieta dulzura persistida
y bajo tu mirada una paloma tiembla.
Perdidamente humana pude sentirme un día,
pero un mundo de sombras desvaídas me llama
y a un sueño interminable tu cama me convoca.
Venda
De un espeso tejido me rodea tu mundo
por todos los contornos.
Me abarcas como un pecho abierto a la ternura,
como una gran maroma que en surcos se me clava.
Has llegado a cubrirme, definitivo pájaro,
a decirme la vida a tu propia manera,
al modo más hermoso de vuelo sin tropiezo
abrazando la nube.
Podrías no contarme por uno de los tuyos,
y sin embargo sueles apretarme la sangre
llenándome los ojos de un agua sin salida
descolgada en sus fuentes.
En sombra de tus pliegues se encarna la ternura,
tal a una mano abierta que lo abarcara todo,
y olvida nomeolvides en lugares ocultos
de preciosos recuerdos.
Callada te delatas, Echada por mi frente
dejas correr el tiempo, como si fueras niña
que inaugurara sueños en la siesta más tenue
de un setiembre cualquiera.
A tientas yo te canto, erguida compañera
de la noche en lo oscuro, sintiéndome por labios,
por ojos y por dedos tu inundación callada
que de arriba descienden.
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