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Invitado


Domingo 02 de julio de 2017

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Cultural El Duende

María Victoria Atencia

02 jul 2017

María Victoria Atencia. Málaga, 1931. Ha publicado: Arte y parte, (1961), Cañada de los ingleses, (1961), Marta & María, (1976), Los sueños, (1976), El mundo de M. V., (1978), El coleccionista, (1979), Ex libris, (1984), Compás binario, (1984), Paulina o el libro de las aguas, (1984), Trances de Nuestra Señora, (1986), De la llama en que arde, (1988), La pared contigua, (1989), La señal, (1990), La intrusa, (1992), El puente, (1992), Las contemplaciones, (1997), Las niñas, (2000), El hueco, (2003), De pérdidas y adioses (2005) y El umbral (2011).

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Epitafio para una muchacha

Porque te fue negado el tiempo de la dicha

tu corazón descansa tan ajeno a las rosas.

Tu sangre y carne

fueron tu vestido más rico

y la tierra no supo lo firme de tu paso.

Aquí empieza tu siembra y acaba juntamente

-tal se entierra a un vencido

al final del combate-,

donde el agua en noviembre calará tu ternura

y el ladrido de un perro tenga voz de presagio.

Quieta tu vida toda al tacto de la muerte,

que a las semillas puede

y cercena los brotes,

te quedaste en capullo sin abrir, y ya nunca

sabrás el estallido floral de primavera.

Amor

Cuando todo se aquieta

en el silencio, vuelvo

al borde de la cuna

en que mi niño duerme

con ojos tan cerrados

que apenas si podría

entrar hasta su sueño

la moneda de un ángel.

Dejados al abrigo

de su ternura asoman

por la colcha en desorden,

muy cerca de sus manos,

los juguetes que tuvo

junto a sí todo el día,

ensayando un afecto

al que ya soy extraña.

Quien a mí estuvo unido

como carne en mi carne,

un poco más se aparta

cada instante que vive;

pero esa es mi tristeza

y mi alegría un tiempo,

porque se cierra el círculo

y él camina al amor.

Victoria

Estaba abierto el cielo

y mi hijo en mis brazos,

tan indefenso y tibio

y aterido y fragante

que lo sentí una obra sólo mía,

victoria

de un cuerpo paso a paso

ofrecido a su cuerpo.

Lo envolví con mi aliento

y él tuvo el soplo tibio

en el que una paloma

se sostenía en vuelo.

Reproche a Holan

Si ves Moldava abajo,

río abajo

-frente a la Isla de Kampa

y el Molino del Búho-

un cubo de basura t

iernamente mecido,

dulcemente mecido

hasta el agotamiento,

no pienses en el cuerpo de Ofelia

que las ratas horadan

entre sus muslos blancos,

cubo adentro, hasta el fondo;

preserva

su maternal secreto río abajo.

Godiva en blue jeans

Cuando sobrepasemos la raya que separa

la tarde de la noche, pondremos un caballo

a la puerta del sueño y, tal Lady Godiva,

puesto que así lo quieres, pasearé mi cuerpo

-los postigos cerrados- por la ciudad en vela...

No, no es eso, no es eso

mi poema no es eso.

Sólo lo cierto cuenta.

Saldré de pantalón vaquero

(hacia las nueve de la mañana),

blusa del "Long Play"

y el cesto de esparto de Guadix

(aunque me araña a veces las rodillas).

Y luego,

de vuelta del mercado,

repartiré en la casa amor y pan y fruta.

La rueda

Verdad es que en el mapa

figuraba distante,

que una rueda de mi maleta

iba gimiendo,

y que en las bocacalles su cansancio

exponían con razón mis tacones.

Signos quizás de pérdida

-de la esperanza al menos-

en la ciudad oscura,

con mi mapa

y más calles de rótulos vedados.

Y ese joven

que no sabría decirme sino

el raído azul de su bufanda

cuando busco un cobijo,

de palabras siquiera.

Andar y desandar

con la ciudad ajena como albergue

no mío:

dádiva y negación a un torpe rodamiento

que, de improviso,

si esta es la Torre de la Pólvora,

acalla su insistencia en dar fin al viaje.

Muñeca rota

¡Qué me intenta decir tu deterioro? Vente,

muñeca frágil y doliente y herida,

sin faldones

que cubran tu cuerpo descompuesto,

sin un alma mecánica que te cubra, desastre

de los años y el trato.

No me aparté de ti;

nos apartaron

convenciones y usos:

no era propio quererte,

y hoy pienso que

otras manos te han mecido en exceso.

No llamaré a tus puertas,

aldaba de noviembre...

No llamaré a tus puertas,

aldaba de noviembre:

el árbol de las venas bajo mi piel se pudre

y una astilla de palo el corazón me horada.

Porque tú no estás, Blanca,

tu costurero antiguo

se olvida de los tules, y el Niño de Pasión

va llenando de llanto el cristal de La Granja.

Tiene el regazo frío tu silla de caoba,

tiene el mármol tu quieta dulzura persistida

y bajo tu mirada una paloma tiembla.

Perdidamente humana pude sentirme un día,

pero un mundo de sombras desvaídas me llama

y a un sueño interminable tu cama me convoca.

Venda

De un espeso tejido me rodea tu mundo

por todos los contornos.

Me abarcas como un pecho abierto a la ternura,

como una gran maroma que en surcos se me clava.

Has llegado a cubrirme, definitivo pájaro,

a decirme la vida a tu propia manera,

al modo más hermoso de vuelo sin tropiezo

abrazando la nube.

Podrías no contarme por uno de los tuyos,

y sin embargo sueles apretarme la sangre

llenándome los ojos de un agua sin salida

descolgada en sus fuentes.

En sombra de tus pliegues se encarna la ternura,

tal a una mano abierta que lo abarcara todo,

y olvida nomeolvides en lugares ocultos

de preciosos recuerdos.

Callada te delatas, Echada por mi frente

dejas correr el tiempo, como si fueras niña

que inaugurara sueños en la siesta más tenue

de un setiembre cualquiera.

A tientas yo te canto, erguida compañera

de la noche en lo oscuro, sintiéndome por labios,

por ojos y por dedos tu inundación callada

que de arriba descienden.

Para tus amigos: