Sus grandes párpados caÃan y se levantaban melancólicamente. Trataba de zafarse de las amarras, pero no podÃa. Estaba claro que si lograba soltarse correrÃa por el desierto y nadie podrÃa a1canzarle, mas ¿adónde irÃa? Su condición de prisionero le garantizaba al menos el sustento diario. La libertad, en cambio, se le presentaba como una opción peligrosa, peor aún, el camino más seguro hacia la muerte.
La disyuntiva no era fácil de desatar, como sus correas, pero exigÃa una elección Inclinó la cabeza cuanto pudo, hasta casi romperse el cuello y empezó a debilitar las ligaduras con fuertes picotazos, hasta liberarse completamente. Estiró sus largas piernas, desentumeció su cuerpo y, sin pensarlo dos veces, emprendió veloz carrera balanceándose con las alas abiertas que nadie le seguÃa ni le seguirÃa, no a esa hora vacÃa de todo, excepto del ansia irresistible de moverse a gusto, de cortar con el cuerpo la invisible costra de la desoladora quietud y recrear la brisa.
SabÃa que esa maravillosa cuanto efÃmera vivencia no podrÃa durar mucho tiempo, como que no duró, pero valÃa la pena el disfrute de ocupar otros espacios, aunque fugazmente, hasta quedar para siempre inmóvil, pero la voluntad propia. HabÃa llegado a comprender el pleno sentido de la verdadera libertad y se lo llevó consigo.
Hundió la cabeza en la arena y prefirió perecer en libertad a vivir aherrojado.
El tránsito se hace lento, algo habrá ocurrido más adelante. Y los minutos vuelan. Ahora son las 9:30 y todavÃa faltan como 15 kilómetros por recorrer. Julia Irene se pone nerviosa. La fila de cochas parece no moverse, entonces decide tomar una ruta secundaria, angosta y poco concurrida. Le quedan 25 minutos para llegar a la cita más importante de su vida.
Detrás de Skoda viene un Jaguar deportivo rojo que, en cuanto se ensancha un poco el camino de tierra, se adelanta dejando una enorme nube de polvo. Cien metros más allá, se detiene bloqueando la ruta.
-¡QuÃtense de ahÃ! -gritó sacando la cabeza por la ventanilla.
Salen del coche deportivo tres jóvenes, uno de ellos melenudo, vincha floreada sobre la frente; el otro, lleva chaqueta negra abierta, el vientre pelado; y el tercero, semi calvo, bigote rojizo espeso y barba de tres dÃas.
Los hombres parecen sordos y mudos. Lentamente, rodean el vehÃculo. El del vientre obsceno le enseña una navaja reluciente y con un ademán le ordena que baje del Skoda. Los tres tienen caras trasnochadas y aliento alcohólico. Son las 9:45
A la vera del camino, detrás de unos matorrales, Julia Irene mira aterrada cómo el joven del vientre impúdico le aproxima el filo de la navaja al cuello. El melenudo regresa a esconder los dos automóviles y despejar el camino.
-Ã?chate y ponte en forma, preciosura, te vamos a hacer el favor.
Julia Irene apenas podÃa contener la respiración, echada sobre la hierba, evitando el filo de la navaja, mientras uno tras otro comenzaba a destrozarle al alma, las ilusiones, la vidaÂ? Era inútil oponer resistencia, pero algo habrá que hacer. Todo está perdido, pero "algo habrá que hacer". Esta frase le sedujo el pensamiento.
Mudó la expresión, simulando complacencia. Se puso solÃcita, cooperadora. Les dijo:
-QuÃtenme la navaja del cuello. No hace falta, asà podremos disfrutarlo más.
Los hombres, como autómatas, contemplaron nuevamente los redondo y erectos pechos desnudos de Julia Irene, sus muslos excitantes, su cabellera suelta.
-¡Vamos, pues!
Ahora, son las 12:30. El Skoda y el Jaguar se han estacionado en el edificio de departamento "Las Delicias", la chica les ha pedid que se instalen cómodamente, mientras ella se asea un poco y cambia de vestido. Regresa a los 15 minutos con el pelo recogido en un coqueto moño. Viste un camisón negro, transparente.
Cuatro vasos de whisky: ¡Salud, salud, chÃn-chÃn, chÃn-chÃn!
***
-¿Aló? ¿Operadora? ComunÃqueme con la policÃa. Es urgente.
-Comisario Dowler el habla. Diga ustedÂ?
-EnvÃen una patrulla y una ambulancia al edificio "Las Delicias", 2º piso, departamento 201. Hay tres hombres anestesiados y castrados, necesitan atención inmediata. Es un caso de emergencia.
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