Loading...
Invitado


Domingo 02 de julio de 2017

Portada Principal
Cultural El Duende

Dos narraciones de Raúl Rivadeneira Prada

02 jul 2017

Chuquisaca, 7 de mayo de 1940 - La Paz, 18 de mayo de 2017 . Académico de la Lengua, periodista y escritor

¿Fotos en alta resolución?, cámbiate a Premium...

Estaba atado, firmemente sujeto con gruesas correas al macizo mueble de madera clavado en el vasto e inconmensurable yermo. Su aspecto era el de un condenado a la silla eléctrica en los instantes previos a su ejecución. Sólo podía mover libremente el cuello largo y desnudo, de aquí para allá. Nadie a su alrededor, ni siquiera el viento que antes solía traerle extraños, pero agradables murmullos de quién sabe qué procedencia.

Los hombres que le capturaron hablaban un lenguaje para él ininteligible, pero por sus actitudes y ademanes dedujo que no deseaban matarlo, al contrario, parecían protegerlo. Le dieron a entender, o así le pareció a él, que debían cuidarlo como a un ejemplar raro de una especie ya extinguida, porque le acercaban una vez al día un cuenco de agua y un recipiente de comida. Después, desaparecían sin dejar rastro.

El prisionero miraba el entorno con ojos perplejos. Nada, ninguna señal, ni cercana ni distante que pudiera orientarle sobre el sitio de su cautiverio. Nunca supo cómo ni por qué le llevaron ahí.

Sus grandes párpados caían y se levantaban melancólicamente. Trataba de zafarse de las amarras, pero no podía. Estaba claro que si lograba soltarse correría por el desierto y nadie podría a1canzarle, mas ¿adónde iría? Su condición de prisionero le garantizaba al menos el sustento diario. La libertad, en cambio, se le presentaba como una opción peligrosa, peor aún, el camino más seguro hacia la muerte.

La disyuntiva no era fácil de desatar, como sus correas, pero exigía una elección Inclinó la cabeza cuanto pudo, hasta casi romperse el cuello y empezó a debilitar las ligaduras con fuertes picotazos, hasta liberarse completamente. Estiró sus largas piernas, desentumeció su cuerpo y, sin pensarlo dos veces, emprendió veloz carrera balanceándose con las alas abiertas que nadie le seguía ni le seguiría, no a esa hora vacía de todo, excepto del ansia irresistible de moverse a gusto, de cortar con el cuerpo la invisible costra de la desoladora quietud y recrear la brisa.

Sabía que esa maravillosa cuanto efímera vivencia no podría durar mucho tiempo, como que no duró, pero valía la pena el disfrute de ocupar otros espacios, aunque fugazmente, hasta quedar para siempre inmóvil, pero la voluntad propia. Había llegado a comprender el pleno sentido de la verdadera libertad y se lo llevó consigo.

Hundió la cabeza en la arena y prefirió perecer en libertad a vivir aherrojado.

LA VENGANZA DE JULIA IRENE

Antes de encender el motor de su viejo Skoda, revisó por enésima vez la carpeta de documentos. Sí, todo estaba en orden: los certificados, las recomendaciones de tres ilustres profesores, la carta de presentación y el título profesional de médico-cirujano, obtenido con nota de felicitación.

Miró el diminuto reloj pulsera, con malla de oro, que le obsequiaron sus padres el día de su graduación. Son las 9:15. Suficiente tiempo para llegar puntualmente a la entrevista con el director del Centro Médico "Los Galenos", el hospital más famoso del país, fijada para las 10:00.

-Esta es la oportunidad de mi vida -dijo mientras trataba de domesticar el indócil mechón rubio que le caía sobre la frente.

Iba por la carretera principal, canturreando el himno de la Escuela:

Por el éxito de la vida,

robusta como una encina,

Facultad de Medicina.

El tránsito se hace lento, algo habrá ocurrido más adelante. Y los minutos vuelan. Ahora son las 9:30 y todavía faltan como 15 kilómetros por recorrer. Julia Irene se pone nerviosa. La fila de cochas parece no moverse, entonces decide tomar una ruta secundaria, angosta y poco concurrida. Le quedan 25 minutos para llegar a la cita más importante de su vida.

Detrás de Skoda viene un Jaguar deportivo rojo que, en cuanto se ensancha un poco el camino de tierra, se adelanta dejando una enorme nube de polvo. Cien metros más allá, se detiene bloqueando la ruta.

-¡Quítense de ahí! -gritó sacando la cabeza por la ventanilla.

Salen del coche deportivo tres jóvenes, uno de ellos melenudo, vincha floreada sobre la frente; el otro, lleva chaqueta negra abierta, el vientre pelado; y el tercero, semi calvo, bigote rojizo espeso y barba de tres días.

-Por favor, déjenme pasar, tengo prisa -dice Julia Irene con voz entre enfadada y suplicante.

Los hombres parecen sordos y mudos. Lentamente, rodean el vehículo. El del vientre obsceno le enseña una navaja reluciente y con un ademán le ordena que baje del Skoda. Los tres tienen caras trasnochadas y aliento alcohólico. Son las 9:45

A la vera del camino, detrás de unos matorrales, Julia Irene mira aterrada cómo el joven del vientre impúdico le aproxima el filo de la navaja al cuello. El melenudo regresa a esconder los dos automóviles y despejar el camino.

-Ã?chate y ponte en forma, preciosura, te vamos a hacer el favor.

Julia Irene apenas podía contener la respiración, echada sobre la hierba, evitando el filo de la navaja, mientras uno tras otro comenzaba a destrozarle al alma, las ilusiones, la vida� Era inútil oponer resistencia, pero algo habrá que hacer. Todo está perdido, pero "algo habrá que hacer". Esta frase le sedujo el pensamiento.

Mudó la expresión, simulando complacencia. Se puso solícita, cooperadora. Les dijo:

-Quítenme la navaja del cuello. No hace falta, así podremos disfrutarlo más.

Cuando el tercer valiente hubo gemido en el éxtasis de su hazaña, ella de incorporó lenta y provocativamente.

-Muchachos, lamento decirles que no he quedado del todo satisfecha. ¿Qué tal si continuamos la diversión en mi departamento? Quiero gozarlos bien, a los tres. ¿Les gustaría? ¡Veamos, no me digan que se corren!

Los hombres, como autómatas, contemplaron nuevamente los redondo y erectos pechos desnudos de Julia Irene, sus muslos excitantes, su cabellera suelta.

-¡Vamos, pues!

Ahora, son las 12:30. El Skoda y el Jaguar se han estacionado en el edificio de departamento "Las Delicias", la chica les ha pedid que se instalen cómodamente, mientras ella se asea un poco y cambia de vestido. Regresa a los 15 minutos con el pelo recogido en un coqueto moño. Viste un camisón negro, transparente.

-Este será un día inolvidable. Primero, un buen trago, y después nos divertiremos como los dioses, ¿okey? -los tres asintieron.

Cuatro vasos de whisky: ¡Salud, salud, chín-chín, chín-chín!

***

-¿Aló? ¿Operadora? Comuníqueme con la policía. Es urgente.

-Comisario Dowler el habla. Diga ustedÂ?

-Envíen una patrulla y una ambulancia al edificio "Las Delicias", 2º piso, departamento 201. Hay tres hombres anestesiados y castrados, necesitan atención inmediata. Es un caso de emergencia.

Antes de encender de nuevo su viejo Skoda, Julia Irene abrió la carpeta de documentos preparada para la entrevista. Se detuvo, con una sensación de placer mezclado de amargura en las letras góticas de su título profesional: "Julia Irene Kobbler, Médico-Cirujano". Y se fue. Eran las 15:30.

Para tus amigos: