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Mi escuela "Carmela Cerruto" no se parece en nada a la que era hace 45 años, cuando la vi por primera vez. Cuando uno oteaba hacia el Sur se encontraba con una mezcla de imágenes propias del surrealismo mágico: La inmensidad del altiplano, un par de fábricas de ladrillos abandonadas, el espejismo del lago Uru Uru y una soledad desafiante.
La mayorÃa de los educadores tenÃan esa rÃgida mentalidad colonial que "la letra con sangre entra", basada en la repetición de frases y conceptos, como la profesora de sociales, Karina Palacios de Ovando, que nos agarraba a "sopapo limpio" a quienes no memorizábamos alguna frase.
Pero habÃa peores. El profe de manualidades, Oscar Fajardo, nos infligÃa castigos iguales o peores que en el cuartel: A los que hablaban en clase les metÃa piedras en la boca y a los ch´achones les ponÃa al chancho. El de música, Filiberto Auza, que venÃa en su "Cadillac" negro, siempre de traje y corbata, nos daba cocachos, con ese enorme anillo de oro que tenÃa en la mano derecha, a los que desafinábamos en el coro.
Una vez, ya en el ciclo intermedio, una normalista fue a hacer sus prácticas y nos relató el cuento más triste de nuestras vidas: De los Apeninos a los Andes. Todos lloramos. Ahora que recuerdo, ningún educador nos hizo leer ninguna obra que nos transportara a otras realidades y mundos fantásticos.
A la salida de clases, todos marchábamos dos cuadras (subiendo por la calle BullaÃn) y al final los profesores gritaban: ¡Retirarse! Todos contestábamos "Viva Bolivia". Nosotros le agregábamos:¡Muera Chile, cÂ?! De ahà vienen nuestros odios inconciliables hacia el Mapocho.
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