Ya va a cumplir tres años en la cárcel y todavÃa le falta realizarse exámenes. Sus manos y su espalda aún no fueron diagnosticadas. Lleva un tratamiento discontinuo por la incapacidad de comprar los medicamentos que le resultan demasiado caros para su economÃa. Solo una ampolla para calmar el dolor cuesta 98 bolivianos, fuera de las medicinas para el tratamiento. La sanidad del penal no le favorece con nada y debe recurrir a la colaboración de algunas instituciones para comprar parte de sus fármacos.
"Yo antes estaba muy bien hasta que me torturaron, yo hacÃa todas mis cosas sin dificultad, ahora no puedo hacer nada, mi salud ha decaÃdo hasta un 60%, por eso pido que el Gobierno que corra con los gastos de la operación y el tratamiento", demanda.
Cuenta que un dÃa alzó a su nieto de dos años, que estaba de visita, y sus hombros casi se desbaratan. Tampoco puede alzar medio balde con agua porque sus manos son incapaces de sujetar con la fuerza necesaria.
Los dolores en su cabeza y tórax son constantes. Sus costillas rotas y astilladas, según se ve en la radiografÃa, le causan intensos dolores en los costados cuando intenta dormir.
Teme que al salir del penal solo sea una carga para su familia que pasa penurias por la falta de dinero. Dice que asà ya no podrá dedicarse a la apicultura, oficio al que dedicó gran parte de su vida.
En septiembre de 2016, el especialista en medicina forense, Duque PiedrahÃta, junto a la experta Ana Deutsch, que trabaja en colaboración con el Consejo Internacional de Rehabilitación de VÃctimas de Tortura, valoró a vÃctimas de tortura, entre ellas a las del caso Apolo, que recibieron tratos crueles inhumanos y degradantes a manos de la PolicÃa y en presencia de fiscales, según la denuncia.
El caso de tortura no avanza en el Ministerio Público, al igual que la acusación en el caso Apolo, del que se declara inocente. El caso Apolo no superó la etapa preparatoria y desde hace más de un año no lo notifican.
"Vulneran todos mis derechos, acá uno puede morir si no tiene familia", lamenta.
A esta situación se suma la mala alimentación en el penal que por lo general es carbohidrato y grasa, y el riesgo de contraer enfermedades por el elevado Ãndice de hacinamiento.
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