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Domingo 18 de junio de 2017

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Cultural El Duende

Los rincones

18 jun 2017

¡Cerrad el espacio! ¡Cerrad la bolsa del canguro! Está caliente. (Maurice Blanchard)

Con los nidos y las conchas, nos encontrábamos evidentemente ante unas trasposiciones de la función de habitar. Se trataba de estudiar intimidades quiméricas o burdas, aéreas como el nido en el árbol o símbolos de una vida duramente incrustada, como el molusco en la piedra. Queremos abordar ahora impresiones de intimidad que, incluso cuando son fugitivas o imaginarias tienen, sin embargo, una raíz más humana. Las impresiones que vamos a estudiar en este capítulo no necesitan trasposición. Se puede hacer de ellas una psicología directa, aunque un espíritu positivo las tome por ensoñaciones vanas.

He aquí el punto de partida de nuestras reflexiones: todo rincón de una casa, todo rincón de un cuarto, todo espacio reducido donde nos gusta acurrucamos, agazaparnos sobre nosotros mismos, es para la imaginación una soledad, es decir, el germen de un cuarto, el germen de una casa.

Los documentos que pueden reunirse de lecturas son escasos porque ese estrechamiento, todo físico, sobre sí mismo, tiene ya una marca negativa. En muchos aspectos, el rincón "vivido" se niega a la vida, restringe la vida, oculta la vida. El rincón es entonces una negación del universo. En el rincón no se habla consigo mismo. Si se recuerdan las horas del rincón, se recuerda el silencio, un silencio de los pensamientos. ¿Por qué describir entonces la geometría de tan pobre soledad? El psicólogo, y sobre todo el metafísico, encontrarán bien inútiles estos circuitos de topoanálisis. Saben observar directamente los caracteres "reservados". No necesitan que se les describa al ser cejijunto como un ser arrinconado. Pero no borremos tan fácilmente las condiciones del lugar. Y todo retiro del alma tiene, a nuestro juicio, figura de refugio. El más sórdido de los refugios, el rincón, merece un examen. Retirarse en su rincón es sin duda una expresión pobre. Si es pobre, es que tiene numerosas imágenes, imágenes de una gran antigüedad, tal vez incluso imágenes psicológicamente primitivas. A veces, cuanto más simple es la imagen, más grandes son los sueños.

Pero primeramente, el rincón es un refugio que nos asegura un primer valor del ser: la inmovilidad. Es el local seguro, el local próximo de mi inmovilidad. El rincón es una especie de semicaja, mitad muros, mitad puerta. Será una ilustración para la dialéctica de lo de dentro y lo de fuera, de la que trataremos en un próximo capítulo.

La conciencia de estar en paz en su rincón, difunde, si nos atrevemos a decirlo, una inmovilidad. La inmovilidad irradia. Se construye una cámara imaginaria alrededor de nuestro cuerpo que se cree bien oculto cuando nos refugiamos en un rincón. Las sombras son ya muros, un mueble es una barrera, una cortina es un techo. Pero todas estas imágenes imaginan demasiado. Ya hay que designar el espacio de la inmovilidad convirtiéndolo en el espacio del ser. Un poeta escribe este vercesillo: Yo soy el espacio donde estoy. En un libro que se titula: El estado de bosquejo. Ese verso es grande. ¿Pero dónde sentirlo mejor que en un rincón? En Mi vida sin mí, Rilke escribe: "Bruscamente, un cuarto con su lámpara se puso enfrente de mí, casi palpable en mí. Ya estaba yo arrinconado en él, cuando las contraventanas me sintieron, se cerraron." ¿Cómo decir mejor que el rincón es el casillero del ser?

II

Tomemos ahora un texto ambiguo donde el ser se revela en el instante mismo en que sale de su rincón.

En su libro sobre Baudelaire, Sartre cita una frase que merecería un largo comentario. Está tomada de una novela de Hughes: "Emilia había jugado a hacerse una casa en un rincón en la proa misma del barco..." No es esta frase la que Sartre explota, sino la siguiente: "Cansada de ese juego, caminaba sin objeto hacia la proa, cuando le vino súbitamente la idea fulgurante de que ella era ella..." Antes de volver y revolver estos pensamientos, observemos cuán verosímilmente corresponden, en la novela de Hughes, a lo que hay que llamar la infancia inventada. En las novelas abundan. Los novelistas achacan a una infancia inventada, no vivida, los acontecimientos de un candor inventado. Ese pagado irreal proyectado atrás de un relato por la actividad literaria, enmascara con frecuencia la actualidad del ensueño, de un ensueño que tendría todo su valor fenomenológico si nos lo dieran en una ingenuidad verdaderamente actual. Pero ser y escribir son difíciles de aproximar.

Sin embargo, tal como es, el texto transcrito por Sartre es precioso porque designa topoanalíticamente, es decir en términos de espacio, en términos de experiencias de fuera y de dentro, las dos direcciones que los psicoanalistas señalan con las palabras introvertido y extravertido: ante la vida, ante las pasiones, en el esquema mismo de la existencia, el novelista encuentra esta dualidad.

El pensamiento fulgurante de ser ella misma, que recibe la niña en el cuento, la encuentra saliendo de "sí misma". Se trata de un cogito de la salida, sin que se nos haya dado el cogito del ser replegado sobre sí mismo, del cogito más o menos tenebroso, de un ser que juega primero a hacerse un "palio" cartesiano, una morada quimérica en el rincón de un barco. La niña acaba de descubrir que era ella, explotando hacia el exterior, en reacción tal vez a las concentraciones en un rincón del ser. ¿Por qué el rincón del barco no es un rincón del ser? ¿Cuándo la niña ha explorado el vasto universo que es el barco en medio del mar, vuelve a su casita? ¿Ahora que sabe que ella es ella reanudará su juego domiciliario, volver a su casa, es decir entrar en ella misma? Claro que puede tomar conciencia de existir escapando al espacio, pero aquí la fábula del ser es solidaria de un juego de la espacialidad. El novelista nos debía todos los detalles de la inversión del sueño que va del en-sí, al universo para descubrir el ser. Puesto que se trata de una infancia inventada, de una metafísica modelada, el escritor nene las llaves del doble dominio. Siente su correlación. Podría sin duda ilustrar de otro modo la forma de "ser". Pero puesto que el en-sí precedía al universo, debería habérsenos dado los ensueños de la casita. Así el autor ha sacrificado -tal vez reprimido- las ensoñaciones del rincón. Las ha puesto bajo el signo de un "juego de niños", confesando así, en cierto modo, que la parte seria de la vida está en el exterior. Pero sobre la vida en los rincones sobre el universo mismo replegado en un rincón con el soñador replegado sobre sí mismo, los poetas podrán decirnos mucho más. No vacilarán en dar a este ensueño toda su actualidad.

Gastón Bachelard.

Filósofo francés, 1884 - 1962.

En: "La poética del espacio" (1965)

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