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Domingo 18 de junio de 2017

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Cultural El Duende

Fray Bernedo

18 jun 2017

El historiador, tradicionista, educador y periodista potosino Modesto Omiste Tinajeros (1840-1898) compila en "Crónicas Potosinas" (1893) la presente narración escrita por J. M. Camacho

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"Reza muchacha quedo, no te mire fray Bernedo" cuéntase que decían las mamás a sus pimpollos, allá en la Villa Imperial de Potosí, por esos años en que Dios guardaba la vida del rey y señor de España e Indias don Felipe IV.

Y las mozuelas, al oír tal encargo, volvían instintivamente la vista atrás, con aire entre inquisitivo y medroso como quien a la vez anhela y teme encontrarse con los ojos de algún atisbador mancebo.

Y, sin embargo, fray Bernedo hacía marras que pasara a mejor vida. Mirarlas el lego no podía ni aun queriéndolo; pero a tal punto eran temidas todavía sus miradas que, no embargante su muerte, nadie que no fuese moro o judío, gran tuno o descreído, se creía libre de ellas.

Es que fray Bernedo, cuando estuvo sobre la tierra, ¡miraba a los diablos�!

Y si el lector pone esta verdad en duda, váyase a preguntárselo a don Bartolomé Martínez y Vela, autor de los Anales de la dicha Villa; y si tiempo no tiene para hacerlo, prosiga esta lectura, pues el tal don Bartolo tampoco da audiencia personal, sino sea en los cielos, adonde en estos pecaminosos tiempos es dificilillo aportar.

***

Dice, pues, el susodicho cronista que en 1601 llegó de España a Potosí el siervo de Dios fray Vicente Bernedo, religioso de nuestro Padre Santo Domingo y asombro de virtudes.

Era el bendito una cosa así como Santo, si tal no lo era, pues tenía la doble vista, esta que nosotros los desterrados poseemos y la otra con que se mira a los espíritus y toda esa gente incolora que dizque en el mundo pulula. En las edades que atravesamos ya no hay de esos mirones, quizá porque también ya no se habla de aquellos espíritus con luengas astas, uñas puntiagudas, rabillo enroscado y olor a azufre.

Fray Bernedo asistía, pues, en el convento de Santo Domingo, y en esto como en todo lo dicho al cronista me atengo, y me atuviera, asimismo, a las doctas plumas que escribieron la vida y milagros del siervo de Dios, si a la mano me cayeran esas sus escrituras como le cayeron sin duda a las de don Bartolomé.

Cuando a Potosí llegó, tenía fray Bernedo 18 años cabalitos; así fue que en Potosí donde el leguito se dio a los misticismos, y fueron esos fríos aires los que le tornaron varón preclaro. Tal virtud en el airecillo de Potosí se mantiene intacto todavía, infundiendo a sus habitantes amor patrio, valor civil y juicio recto, cosas por cierto de dar envidia.

Según lo dije ya, fray Bernedo solía ver a los diablos. Y como lo cuenta Martínez y Vela, estos animalitos le hacían el mismo efecto que las cosquillas: fray Vicente soltaba la risa a carcajadas, y esté o no en solemnes ceremonias, tenía que apretarse la barriga con ambas manos: no fuera que sin esta precaución se desternillase o reventase.

***

En un día del año del Señor de 1610 fue fray Bernedo acompañando a otros religiosos al oficio del Cabildo, con cierta diligencia.

El Cabildo que estaba situado en la que se llamaba plaza del regocijo y que hasta hoy es con ese nombre conocida, barrunto por los potosinos, era lugar poblado por toda suerte de clientes, pues, siendo Potosí país minero, sobraban pleitos y querellas, y quienes con razón, cuales sin ella, íbanse todos a rebatiña tras las mercedes de doña Justicia por allí sentada con sus rábulas y escribanos.

Los religiosos y fray Bernedo con ellos, hacían por lo mismo, lujo de humildad en el porte y de recogimiento en el semblante así que se llegaban por esos barrios: hipocritilla costumbre no olvidada hasta ahora y que la practican sin reparo todos, así sean siervos de Dios o los del diablo.

Pero nuestro fray, en llegando al cabildo y como viese que a él acudían los escribanos, se salió de la moderación; olvidó el recogimiento, y con una espontaneidad y franqueza que daba gusto, echóse a reír con tales extremos que fue motivo de general extrañeza y de no escasos murmullos.

Los religiosos se santiguaron confundidos, y hubo uno que le dio un pellizco al pobre lego en aquella parte, que así nomás no se nombra.

-¿De qué os habéis reído hasta escandalizar al Cabildo y ponernos bajo tan mal predicamento? -interpeló el Superior una vez de vuelta en el convento.

-Perdone, su reverencia -respondió el lego reilón-, motivo fue que vi entrar al Cabildo tanta multitud de demonios tras los escribanos y con tal prisa, que se cayeron unos sobre otros.

Otra vez, en 1615, fray Bernedo ayudaba a la misa al padre Prior y a punto de alzar la hostia, de improviso, sin ocasión a lo que parecía, echóse a reír comenzando por una estrepitosa carcajada.

Feligreses y Prior rezaron sendos credos para no verse incursos en el pecado de tamaña irreverencia.

Acabada la misa, el Padre Prior entróse a la sacristía con el siervo de Dios y le requirió dijese la causa de tan estupenda alegría.

-Sabrá, vuestra Paternidad -repuso el lego-, que en vez de oír la misa dos mujeres se estaban parlando divertidamente, y que, cerca de ellas, un demonio escribía, a gran prisa, en un pergamino, aquello que las mujeres decían.

-¡Y qué! -observó el Prior que tomaba a impostura el cuento del lego-. ¿Habréis de estaros estrellando siempre contra la escribanía y enderezándole epigramas?

-Líbreme de ello María Santísima y la corte celestial -replicó fray Bernedo-, que no está allí el nudo, sino en que faltándole el pergamino al demonio, y no dejando las mujeres de parlar, cogió por el un cabo de la pieza con los dientes y por el otro con las dos manos, y tan grande tirón diera por alargarlo que rompióse el pergamino y fuese de espaldas el lucifer al suelo. Porrazo igual en mi vida he visto.

***

En otra ocasión (pero esto ya no lo cuenta don Bartolomé Martínez y Vela) llamaban las campañas del convento a la misa mayor, y fray Bernedo que se estaba en el atrio tomando el sol, como es uno cuando se siente frío, vio venir una dama de fuste, cual sólo Potosí pudo y supo tener: saya de a doscientos pesos de a ocho reales vara, jubón con pedrerías, chapines con tachuelas de oro, digo pues, una potosina del partido de los vascongados, una de esas Nicolasitas de gran calibre, a quien cautivara y redujera el principal de aquel bando, con el brillo de su espada, con la fama de su coraje y con el peso de los marcos de plata de que era pródigo.

La dama, al caminar, hacía sonar hasta los fustanes, y con ser apenas manceba, estaba tan pagada de sí, que no envidiaría a la más pintiparada minera de su época.

Pero fray Bernedo la mirabaÂ?

�rase por el mes de febrero, y en Potosí, desde que nuestro padre San Agustín fue constituido en patrón de la Villa, solía llover a cántaros.

En la víspera de aquel día que lo traemos a cuento, había llovido, y en las calles se habían formado charcos, fangos y otras humedades.

La dama topó, pues, delante del atrio con un barrizal, y confiando en la agilidad de sus piececitos alzóse con sin par coquetería las faldas de su saya y, tras, tras, pegó un salto más mono y tentador que dengue de marisavilla.

Fray Bernedo que la miraba, soltó al mismo tiempo una gruesa, sonora, interminable carcajada.

La dama notólo con el más soberano disgusto y, roja de rubor y de enfado, se le encaramó al fraile y le dijo: -Decidme, señor lego, ¿miraron vuestros ojos agravio alguno a la honestidad y al recato cuando yo saltaba el charco?

Pero, ¡qué había de responder el lego! Fray Vicentito se reía a más y mejor, sin desprender la vista del fango.

-Cuentamonigotillo mal enfrenado -prosiguió en tono amenazador y exaltándose más y más la dama-, que si me lo decís, haré que os lo requiera el Padre Prior, y entonces sabréis reír sorbiendo lo que lloréis�

Pero el lego no daba tregua a la risa.

-¿Queréis acaso decirme con vuestras estúpidas risotadas que os lucí vergüenzas, lego embustero y sarna del convento? -profirió ya fuera de sí la soberbia potosina.

Esta vez el lego, ríe que ríe, se limitó a extender la mano y apuntar con el índice el barrizal.

Amoscada como nunca la criolla, a quien dolíale más el que se le reían que no el que se lo hubiesen visto, cogió del cerquillo al lego y le estrechó a responder.

La pregunta así accionada, era ejecutiva. Paróle la risa a fray Bernedo y, una vez repuesto exclamó señalando siempre al charco.

-¡Cómo sale tan embadurnado!

Y volvió a la risa.

La dama creyó loco a fray Bernedo, y aun cuando no le creyese, manifestó hallarlo tal y lo abandonó, procurando ganar de una vez las puertas del templo.

Unos gordos religiosos del convento que habían sido testigos de la escena, acercáronse entonces a Fray Bernedo y le preguntaron:

-¿Qué dimes y diretes fueros esos y cuál fue el pleito, fray Vicente, con esa señora?

El siervo de Dios, que diera por fin remate a su risa, explicó la causa:

-Nunca diéranme, como ahora, tal hartazgo de buen humor estos pícaros demonios. Figuraos que uno de estos se venía sentado como carretela en las colas de la saya de esa dama. No bien esta saltó aquel fango, el demonio que se estaría desprevenido, sin duda, cayó en él patas arriba, y tanto se enredó en su propio rabo que en balde pugnó mucho rato por reponerse. Cuando salió daba grima de tan embadurnado.

***

En 1619, pasó a gozar de la vida eterna, y no contando sino 57 años, este bendito siervo de Dios.

Al decir del cronista, a quien por tantas veces he traído a colocación, estuvo su bendito cadáver en la Iglesia de Predicadores, o de Santo Domingo, o de la Compañía mayor, que con todos estos nombres fue la saya conocida, y estuvo entero, tratable y oloroso, obrando innumerables milagros con los moradores de Potosí.

Y, cuidado, que los hacía como para dejar pasmados a los mismos incrédulos y sacarme molde.

Vaya la historia de uno solo, en gracia de estos recuerdos.

En 1661, un delincuente perseguido por el corregidor Sarmiento, corrió a pedir asilo a la Iglesia de Santo Domingo. El sacristán, a quien le vio a compasión se dio trazas, en su apuro, para meterlo en una urna y colocarlo en la sacristía en lugar del cadáver de fray Bernedo al cual lo mudó a otra caja en el De Profundis.

Casi al punto entró el corregidor y olfateando por cerca de la urna gato encerrado, pidió se la abrieran so pretexto de venerar los santos despojos.

Abriéronla, quieras no quieras, los religiosos y, ¡milagro patente! en vez del perseguido estaba el cadáver del siervo de Dios, entero, tratable y oloroso.

-¡Cáscaras! Que se me va echando a perder el olfato -murmuró el corregidor, y se retiró al De Profundis, no sin haber venerado las reliquias.

-¿Y esta otra caja? -preguntó en viendo la otra urna, a la que momentos antes había transportado el sacristán los restos de fray Bernedo.

Los frailes sudaban tinta, al creerse ya cogidos en la red.

-¡Abridla! -dijo el bravo corregidor.

La abrieronÂ?

Y fray Bernedo se estaba también allí, entero, tratable y oloroso.

***

Hoy por hoy no se conseguiría un fray Bernedo ni para remedio.

¡Qué cosas no viera el siervo de Dios con solo abrir los ojos y darse una vueltecita por estos andurriales.

¡Quizá viera que el demonio ya no camina suelto porque ha visto que se está con más comodidad y menos expuesto a percances, metido en el cuerpo y posesionado del corazón de los mortales�!

Para tus amigos: