El historiador, tradicionista, educador y periodista potosino Modesto Omiste Tinajeros (1840-1898) compila en "Crónicas Potosinas" (1893) la presente narración escrita por J. M. Camacho
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Y las mozuelas, al oÃr tal encargo, volvÃan instintivamente la vista atrás, con aire entre inquisitivo y medroso como quien a la vez anhela y teme encontrarse con los ojos de algún atisbador mancebo.
Dice, pues, el susodicho cronista que en 1601 llegó de España a Potosà el siervo de Dios fray Vicente Bernedo, religioso de nuestro Padre Santo Domingo y asombro de virtudes.
Cuando a Potosà llegó, tenÃa fray Bernedo 18 años cabalitos; asà fue que en Potosà donde el leguito se dio a los misticismos, y fueron esos frÃos aires los que le tornaron varón preclaro. Tal virtud en el airecillo de Potosà se mantiene intacto todavÃa, infundiendo a sus habitantes amor patrio, valor civil y juicio recto, cosas por cierto de dar envidia.
En un dÃa del año del Señor de 1610 fue fray Bernedo acompañando a otros religiosos al oficio del Cabildo, con cierta diligencia.
El Cabildo que estaba situado en la que se llamaba plaza del regocijo y que hasta hoy es con ese nombre conocida, barrunto por los potosinos, era lugar poblado por toda suerte de clientes, pues, siendo Potosà paÃs minero, sobraban pleitos y querellas, y quienes con razón, cuales sin ella, Ãbanse todos a rebatiña tras las mercedes de doña Justicia por allà sentada con sus rábulas y escribanos.
Los religiosos y fray Bernedo con ellos, hacÃan por lo mismo, lujo de humildad en el porte y de recogimiento en el semblante asà que se llegaban por esos barrios: hipocritilla costumbre no olvidada hasta ahora y que la practican sin reparo todos, asà sean siervos de Dios o los del diablo.
-Perdone, su reverencia -respondió el lego reilón-, motivo fue que vi entrar al Cabildo tanta multitud de demonios tras los escribanos y con tal prisa, que se cayeron unos sobre otros.
Otra vez, en 1615, fray Bernedo ayudaba a la misa al padre Prior y a punto de alzar la hostia, de improviso, sin ocasión a lo que parecÃa, echóse a reÃr comenzando por una estrepitosa carcajada.
Feligreses y Prior rezaron sendos credos para no verse incursos en el pecado de tamaña irreverencia.
Acabada la misa, el Padre Prior entróse a la sacristÃa con el siervo de Dios y le requirió dijese la causa de tan estupenda alegrÃa.
-Sabrá, vuestra Paternidad -repuso el lego-, que en vez de oÃr la misa dos mujeres se estaban parlando divertidamente, y que, cerca de ellas, un demonio escribÃa, a gran prisa, en un pergamino, aquello que las mujeres decÃan.
-LÃbreme de ello MarÃa SantÃsima y la corte celestial -replicó fray Bernedo-, que no está allà el nudo, sino en que faltándole el pergamino al demonio, y no dejando las mujeres de parlar, cogió por el un cabo de la pieza con los dientes y por el otro con las dos manos, y tan grande tirón diera por alargarlo que rompióse el pergamino y fuese de espaldas el lucifer al suelo. Porrazo igual en mi vida he visto.
Ã?rase por el mes de febrero, y en PotosÃ, desde que nuestro padre San AgustÃn fue constituido en patrón de la Villa, solÃa llover a cántaros.
En la vÃspera de aquel dÃa que lo traemos a cuento, habÃa llovido, y en las calles se habÃan formado charcos, fangos y otras humedades.
La dama topó, pues, delante del atrio con un barrizal, y confiando en la agilidad de sus piececitos alzóse con sin par coqueterÃa las faldas de su saya y, tras, tras, pegó un salto más mono y tentador que dengue de marisavilla.
Fray Bernedo que la miraba, soltó al mismo tiempo una gruesa, sonora, interminable carcajada.
La dama notólo con el más soberano disgusto y, roja de rubor y de enfado, se le encaramó al fraile y le dijo: -Decidme, señor lego, ¿miraron vuestros ojos agravio alguno a la honestidad y al recato cuando yo saltaba el charco?
Esta vez el lego, rÃe que rÃe, se limitó a extender la mano y apuntar con el Ãndice el barrizal.
Amoscada como nunca la criolla, a quien dolÃale más el que se le reÃan que no el que se lo hubiesen visto, cogió del cerquillo al lego y le estrechó a responder.
La pregunta asà accionada, era ejecutiva. Paróle la risa a fray Bernedo y, una vez repuesto exclamó señalando siempre al charco.
-¡Cómo sale tan embadurnado!
Y volvió a la risa.
La dama creyó loco a fray Bernedo, y aun cuando no le creyese, manifestó hallarlo tal y lo abandonó, procurando ganar de una vez las puertas del templo.
Unos gordos religiosos del convento que habÃan sido testigos de la escena, acercáronse entonces a Fray Bernedo y le preguntaron:
En 1619, pasó a gozar de la vida eterna, y no contando sino 57 años, este bendito siervo de Dios.
Al decir del cronista, a quien por tantas veces he traÃdo a colocación, estuvo su bendito cadáver en la Iglesia de Predicadores, o de Santo Domingo, o de la CompañÃa mayor, que con todos estos nombres fue la saya conocida, y estuvo entero, tratable y oloroso, obrando innumerables milagros con los moradores de PotosÃ.
Vaya la historia de uno solo, en gracia de estos recuerdos.
En 1661, un delincuente perseguido por el corregidor Sarmiento, corrió a pedir asilo a la Iglesia de Santo Domingo. El sacristán, a quien le vio a compasión se dio trazas, en su apuro, para meterlo en una urna y colocarlo en la sacristÃa en lugar del cadáver de fray Bernedo al cual lo mudó a otra caja en el De Profundis.
Casi al punto entró el corregidor y olfateando por cerca de la urna gato encerrado, pidió se la abrieran so pretexto de venerar los santos despojos.
¡Quizá viera que el demonio ya no camina suelto porque ha visto que se está con más comodidad y menos expuesto a percances, metido en el cuerpo y posesionado del corazón de los mortales�!
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