Miercoles 26 de mayo de 2010
ver hoy
El buen estado del voluntariado social es uno de los síntomas de una transformación que se gesta frente a la locura de unos modelos de vida injustos. Se puede engañar a unos pocos durante un tiempo, pero no a todos indefinidamente. Los datos de la ciencia, la experiencia compartida de los pueblos y el creciente diálogo intercultural están en órbita gracias al desarrollo de las comunicaciones que nos permiten ser testigos de excepción del ocaso de unos modelos de desarrollo que han llegado a un punto de saturación que no tiene retorno, porque ha alcanzado el techo de su propia contradicción.
Ignorarlo es no saber escrutar los signos de los tiempos, y silenciarlo es convertirse en cómplices. Algo no puede ir bien cuando la vida se transforma en espera, muchas veces sin esperanza. Lo malo es cuando no se actúa por temor a equivocarse o por dudar de la capacidad para hacer algo por los demás. Durante mucho tiempo, a los voluntarios sociales nos han presentado como personas extraordinarias.
En realidad, se trata de personas capaces de descubrir a tiempo la radical indigencia de toda criatura y de comprender que, en el reconocimiento de la propia debilidad, están las raíces de la auténtica fortaleza. Un día comprendemos que nos agobiábamos por problemas que perdían su virulencia ante las verdaderas desgracias que se descubren cuando nos asomamos a los umbrales de la marginación y de la desesperanza. Uno se pasma de haber estado pasando tantos años junto al dolor y junto a la soledad de los que estaban ahí, “a la vuelta de la esquina”.