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Si echamos la vista atrás, hacia la noche de los tiempos y tratamos de hallar algún rasgo constitutivo común entre las civilizaciones más diversas, tanto en su relación como en su grado de desarrollo cultural o en su ubicación geográfica, descubriremos que casi todas se distinguieron por honrar a sus ancianos. En efecto, son raras las formas de comunidad humana, en la que los viejos han sido despreciados o condenados a la irrelevancia, y todas ellas se han caracterizado por desaparecer pronto.
Envejecer es como escalar una gran montaña, mientras más se sube las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre, y la vista más amplia y serena.
Muchos han sido en verdad los sabios que han ofrecido su visión acerca de la vejez, tal vez el más claro ejemplo proviene de la antigüedad clásica, Marco Tulio Cicerón, que no solo reflexiona en diversas ocasiones sobre el asunto, sino que dedica a sus 62 años, allá por el año 44 antes de Cristo, una de sus más grandes obras "De senectute", en ella Catón enseña a los jóvenes a afrontar los signos irremediables de la llegada de la vejez. Una premisa que podrÃa asumirse o resumirse en una deducción atribuida a Pitágoras, "una bella ancianidad es ordinariamente la recompensa a una bella vida"
Detrás de tanta presión social por no envejecer o hacerlo, con una frase muy en boga hoy dÃa, "con dignidad", se esconde un gran miedo, el miedo a la muerte, que asalta con nocturnidad las conciencias de aquellas personas sin horizonte y con una gran falta de trascendencia. El miedo en definitiva a nuestro juicio, y el miedo a nuestra condena. DecÃa Jesús "Soy el camino la verdad y la vida, quien cree en mà aunque muera vivirá para siempre".
En la antigüedad, los ancianos ocupaban siempre los puestos más encumbrados de la organización social, como custodios de las tradiciones del pueblo, depositarios de una sabidurÃa ancestral y espejo en que los jóvenes se contemplaban. Ellos eran reyes y consejeros de reyes, sumos sacerdotes, oráculos y profetas, eran patriarcas y tutores de sus respectivas familias y clanes, y se les rendÃa respeto y veneración, pues se reconocÃa en ellos un conocimiento profundo de las cosas, nacido de la experiencia y la meditación que les permitÃa avizorar el futuro con mayor clarividencia y ecuanimidad.
La sabidurÃa acumulada de los ancianos, su registro vivo, su prudencia cautelosa, fueron tenidos tradicionalmente como el más preciado tesoro por quienes nos precedieron, y los ancianos fueron durante siglos, el corazón de nuestra civilización en el seno de la familia, en la organización polÃtica, en el culto religioso, en los foros intelectuales, su voz era escuchada y sus consejos atendidos, y a ellos se encargaba la formación de las nuevas generaciones.
Una sociedad que ha reducido a sus viejos a la irrelevancia es una sociedad que por no saberse mirar en su pasado, está incapacitada para afrontar su futuro.
Por eso hoy más que nunca, se hace necesario rescatar ese venero de sabidurÃa y ejemplaridad que representan nuestros viejos, no solo por gratitud y cariño hacia nuestros padres, ya que de no hacerlo demostrarÃamos nuestra tamaña insensatez y estupidez al poner en jaque nuestro propio porvenir.
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