Ver la posesión (después de la dramática y sobre montada entronización) de Evo Morales como presidente de los bolivianos el 21 de enero de 2006, no era precisamente algo que me hubiera gustado ver, por lo tanto como era un domingo nublado por la tarde, después de almuerzo me fui caminando con mi hijo rumbo al cine a pasar un buen momento dejando de lado la política, ya habría bastante tiempo de sobra como para ocuparse de ella.
A eso de las 4 de la tarde, pasábamos por un quiosco que tenía un pequeño televisor en blanco y negro, y por esas casualidades de la vida, nos tocó verlo justo en el momento en que Álvaro García Linera le colocaba la banda presidencial luego de tomarle el juramento al nuevo mandatario de los bolivianos.
Debo reconocer que verlo quebrarse y lagrimear me conmovió y tuve la oportunidad de decirle a mi hijo: Aprovecha para ver un momento más que merecido de la historia nacional.
Y es que yo con Evo Morales, comulgo menos que Donald Trump con la pobreza. Desde sus primeros bloqueos en defensa de la coca, sus posteriores intervenciones políticas, sus constantes e interminables bloqueos y marchas y su condescendencia con ciertas conductas con las que estoy en total desacuerdo, soy un ciudadano absolutamente opositor a la mayoría de sus decisiones y en especial la forma que tiene de conducir la política interna y externa del país.
Sin embargo, aquel vigésimo primer día de enero, los tiempos y circunstancias eran completamente diferentes a los que vivimos hoy en día. Estábamos en una crisis política terrible, hace menos de dos años, una revuelta popular de algo más de dos semanas, había logrado la renuncia del electo Gonzalo Sánchez de Lozada, su sucesor Carlos Mesa, trató de conducir la nave del Estado, pero su poca experiencia y falta de apoyo político, además de una conspiración terrible, lo obligaron a dimitir incluso un par de veces. A ello se sumó un golpe de Estado dinamitero a cargo de miles de mineros en Sucre que impidieron a toda costa que tenga lugar la sucesión constitucional, y tanto Hormando Vaca Diez como Mario Cossío se queden con las ganas, y se tuvo que convocar al último en la línea legal para que por los próximos seis meses se haga cargo de la silla presidencial.
Pero a toda esta travesía que duro un poco más de dos años, le antecedieron dos décadas de gobiernos, exceptuando el de Hernán Siles, neoliberales y que fueron horadando de tal manera la moral y la política que, en determinado momento, el ejercicio del poder era digno de vergüenza.
La casta social, acostumbrada a mover los hilos del gobierno en función oficialista y opositora, había abusado de tal manera la tolerancia de la gente que uno ya no quería ni saber de ellos. Por todo ello, cuando vi a un indígena con la banda y medalla presidencial conmovido, sabía que como pocos, bien o mal, ese hombre merecía estar donde estaba y que como pocos, se había ganado ese derecho a brazo partido e indirectamente, saludé aquel momento.
Sin embargo, durante los siguientes cuatro meses, no desaproveche oportunidad alguna para mofarme, burlarme y hasta alegrarme con la gran cantidad de errores que empezaba a cometer un gobierno que lógicamente estaba empezando a pagar su derecho de piso y además sentía los primeros golpes duros de una oposición que se preparaba para darle lucha en todos los campos posibles.
Un compañero de trabajo, era mi víctima diaria, dada su condición de izquierdista declarado y su abierto apoyo al nuevo gobierno, yo no perdía la oportunidad para enrostrarle hasta el mínimo acto que provocaba muchas veces vergüenza ajena y ver cómo lo conquistaba para que se sume a las filas opositoras que cada día incorporaba por lo menos un adepto más, o al menos eso parecía.
Hasta que la mañana del 1 de Mayo de 2006, desperté con las imágenes de Evo Morales rodeado de militares armados hasta los dientes y con el Ministro de Hidrocarburos a su diestra declarando las reservas petroleras de la patria nacionalizadas.
Me costó realmente poder dar crédito a lo que veía, y sólo después de su discurso tuve la certeza de que el hombre se había animado a hacer algo hasta ese momento, impensable y que se entendía o pensaba que al país le podía costar, desde una debacle económica hasta una intervención militar.
Al día siguiente, llegué como todos los días a mi oficina, sólo que esta vez me aproximé al escritorio de mi compañero, le estiré la mano y le dije: "Mis respetos, ustedes no solo se merecían estar en el gobierno, ustedes son un gobierno de verdad, ¡felicidades!".
Las semanas, meses y años posteriores nos demostrarían que de nacionalización solamente había sido un título y que lo que pasó fue una compra para el Estado de las acciones que en ese momento tenían las empresas capitalizadoras, y lo que hizo funcionar de manera adecuada, fue en honor a la verdad la Ley promulgada por el extinto Vaca Diez, y a la que por cierto el mismo Evo Morales y la bancada del MAS se opusieron en su momento.
Lo importante es que nuestra relación con las empresas transnacionales que tanto miedo nos daban antes, había cambiado por completo, ahora nos mirábamos todos de igual a igual y durante los largos meses que duró la readecuación de contratos, YPFB, empezó a surgir de nuevo como la empresa que todos los bolivianos queríamos ver. Fuerte, sólida, pero en especial eficiente, a la altura de monstruos como Petrobras, Pemex y hasta Pedevesa, por aquel momento.
Los precios del petróleo jugaron su parte, y un aumento significativo en los ingresos por la venta del gas al Brasil y la Argentina, por lo que la estatal rápidamente dio muestras de su nueva imagen y nos ilusionó a todos.
Pero fue un castillo de naipes, un monumento a los sueños breves que rápidamente se convirtieron en pesadillas. Empezando por las barbaridades de Jorge Alvarado, continuando con los Rugrats de Manuel Morales Olivera, las irregularidades en los 44 petrocontratos y todos los acontecimientos que recibieron el cherry en la torta cuando uno de los hombres más fuertes del Movimiento al Socialismo don Santos Ramírez, no tuvo mejor idea que asociarse con la peor mafia posible para cuidarle y transportar las coimas que le pagaba un empresario tarijeño que debía hacerse cargo de la construcción de la añorada planta separadora de líquidos.
Se hizo cargo de la estatal don Carlos Villegas, un economista que si algo podía garantizar muchos años antes, era intelecto e incorruptibilidad, pero también fue preso de la ambición y sus debilidades le jugaron una mala pasada a él y a la petrolera.
Y como él ,van a seguir cambiando los presidentes de la firma más importante de los bolivianos, y los mismos van a seguir cayendo en la tentación de o hacerse ricos de la noche a la mañana o de obtener quien sabe para quiénes y con qué fines, fondos de dinero que nos pertenece a todos y que debería servir para que Yacimientos siga creciendo como queremos.
El caso de los taladros es tan triste como todos los anteriores, pero lo que realmente duele, es que la cúpula gubernamental sigue respaldando al presidente de la empresa, quien por lo menos, por negligencia ya debería haber renunciado para permitir una investigación como es debido.
(*) Paceño, stronguista y liberal
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