El orgullo, sÃ, el orgullo fue la causa de que una legión de ángeles luminosos a cuyo frente figuraba Lucifer, la «estrella de la mañana», se convirtieran en tenebrosos demonios.
El orgullo de querer ser tanto como Dios, convirtió en sacos de dolor y de sufrimientos a los felices Adán y Eva en el ParaÃso, perdido por su ambición. Es la negación de Dios como la fuente de la vida, no otorga el reconocimiento debido al Creador, despoja la atención que Dios se merece y la enfoca en uno mismo, es una autocomplacencia de tal magnitud que ocasiona que se ignore y hasta se rechace a Dios y se viva como si Ã?l no existiera.
Jesús nada recomienda tanto como la humildad de corazón. Por eso dijo: «El que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado» (Lucas 14, 11). «Dios -dice San Pedro- resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes» (Lucas 17, 14; I Pedro 5, 5).
El orgullo posee diversos disfraces con los que se presenta a nosotros y nos engaña con facilidad. Los principales disfraces son:
Ateismo: que niega nuestra dependencia de Dios Creador y último fin de todos.
Vanidad intelectual: que convierte a las mentes humanas en incapaces de aprender nada útil porque creen que ya se la saben todas.
Superficialidad: que juzga a los otros por sus trajes, su acento, su cuenta corriente en el Banco.
Pretensión de snob: que hace mofa de los inferiores, como marca de su propia superioridad.
Vanagloria: que induce a algunos padres de familia llamados católicos, a no enviar a sus hijos a asociaciones y colegios donde tienen que codearse con gente sencilla y burda.
Presuntuosidad: que inclina a una persona a buscar honores y posiciones que están por encima de su capacidad.
Sensibilidad exagerada: que incapacita para el mejoramiento moral, por cerrar completamente los oÃdos a las propias faltas.
Explicó claramente su misión: «No he venido a ser servido, sino a servir y dar la vida por todos los demás» (Marcos 10, 45).
Cumplió su tarea de ser condenado injustamente, sin protesta alguna. De ser azotado, humillado, abofeteado, triturado, blasfemado, calumniado para pisotear asà el orgullo de quien conozca su ejemplo.
Y hay que tener en cuenta que no es lo mismo ser bueno que estúpido, no hay que confundir la bondad con dejarse pisotear y humillar por alguna persona frustrada, que para reafirmarse necesita hacer daño. Hay que saber defenderse sin ira y sin rabia, que nos alteran el espÃritu desfavorablemente. No hay que confundir la soberbia y el orgullo, que son una supervaloración de sà mismo con desprecio de los demás, con la razonable autoestima.
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