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Domingo 04 de junio de 2017

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Cultural El Duende

Marioneta Inmóvil y las maneras del fuego

04 jun 2017

Comentario sobre el último poemario de Ariel Pérez

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Conocí al poeta Ariel Pérez en el encuentro de poesía celebrado en Copacabana en 1992. Ese encuentro que reunió a los poetas bolivianos con la única condición de que hubieran al menos publicado un libro, me parece clave en la historia de la literatura boliviana. Un par de años más tarde, instalamos de muto proprio con Ariel un taller de poesía junto a uno de los organizadores de ese encuentro, el poeta Juan Carlos Ramiro Quiroga.

Este taller de tres, sin maestro ni más guía que nosotros mismos, tomó el nombre de Club del Café o del Ajenjo, y terminó publicando un libro denominado Errores Compartidos, donde quedó inscrita la crónica poética de nuestras actividades y los poemas producto de ese extraordinario año de labor.

La vida hace que ahora, veinticuatro años después, esté escribiendo este prólogo.

Y en este punto diré que hay muchas miradas que me unen a Ariel Pérez, que no el estilo, pues el estilo es el hombre mismo, y esto ya es harina de las identidades, y su necesario encuentro.

En "Marioneta Inmóvil", Ariel ha utilizado formalmente varias maneras de expresión, por lo que el lector se podrá encontrar con poemas escritos en verso, poemas en prosa, y prosa poética, para construir un universo donde lo que se experimenta nos habla de lo trascendente, pues los textos que se desarrollan vienen de pruebas que van más allá de la llamada razón.

No es raro entonces comprobar que guarden un carácter hermético y simbólico, haciendo un entretejido provocador, demostrando que, en la poesía, como en el amor, lenguaje y significado se hacen uno.

De manera que aquí la palabra poética busca el sentido de la comunión en su significado más profundo que es el de retornar al Uno, a la unidad que sería el todo. Se trataría, por así decirlo, de un diálogo con el Absoluto.

Solamente que quien dialoga con ese Absoluto es un ser vivo, psicológicamente afectado por los procesos humanos. Es así que, en la alegoría de la marioneta y el titiritero encontramos una explicación de la vida, cuyos hilos son manejados por un titiritero.

Este artista, que en el poema se nombra como Gran Titiritero, por esa su cualidad de grande, nos hace sospechar que se trataría de lo que la mayoría denomina Dios, aunque en todo caso se trataría de un dios menor, quien, operado a su vez por los hilos de la muerte, es capaz de manejar a las marionetas, que naturalmente carecen de libre albedrío.

Pero este diálogo tiene además un componente adicional, es un diálogo, por decirlo menos, incómodo y frustrante, pues el que dialoga está inmovilizado, pues a la marioneta se le han cortado los hilos.

En este punto es difícil permanecer en la alegoría, ya que en la obra se nos plantea una solución sorpresiva: la marioneta inmóvil tiene la posibilidad de obtener una singular libertad, gracias a eso que aquí se denomina "movimiento inmóvil".

Pero definido el objetivo, se nos dice que el proceso no solamente es difícil y desangelado, pues en el ínterin se ha perdido el ahayu, interpretándose por tal a "la parte energética del ser vivo que se vincula con la naturaleza y con las fuerzas sobrenaturales de las divinidades", por lo que la mecánica de vivir se hace dolorosa.

Para mejor claridad, más adelante, en el Libro IV, en un poema en prosa, a momentos prosa poética, se nos relata una experiencia que el poeta devela de su infancia, y que como el lector podrá comprobar se inscribe como clave para la comprensión de todo el trabajo.

En ella, el niño de siete años es obligado a montar un poni, pero durante su permanencia en esa posición, el niño, absolutamente inmóvil debido a la imposición paterna, sufre una experiencia trascendente.

Esta experiencia es la de trasladarse consciencialmente a lo que el poeta llama el movimiento de la vida. Es decir, un mundo vital que se encuentra en movimiento. En ese mundo, el niño se desplaza consciencialmente hasta ponerse frente a frente ante el poni.

Y el poni es el único que percibe que el niño lo está mirando desde ese otro espacio, que no es el espacio de su cuerpo, y que de repente le permiten mirar el mundo desde los ojos del mismo poni.

Desde ellos se miran no solamente las nubes, la plaza, sino también las almas.

Esta experiencia que se vive en un momento minúsculo de cinco o seis minutos, o quizás apenas unos segundos, nos dice, lo lleva a "encontrarse con todo, pues todas las cosas y los seres eran uno, yo era parte de ese uno".

Recordándonos a aquel gran sufí del siglo X en Bagdad, Ibn Mansus, conocido como Al-Hallaj, que fue bárbaramente asesinado por declarar que él era Dios ("Yo soy Dios", Ana ´L-Haqq), decía:

"En aquella gloria no hay yo, ni nosotros, ni tú. Yo, nosotros, tú y �l, todo es una y la misma cosa".

Aunque el propósito de este trabajo no es el de la poesía mística, acaso nos sugiere que ese estado hoy en día se lo trasluce más desde el espacio de la filosofía y de las experiencias trascendentes, que desde el antiguo arrobamiento de los poetas místicos del pasado.

No deja de ser valiosa, sin embargo, la referencia a la ruptura con la cordura, que son los hilos de la marioneta que se han cortado, dejándonos entrever que la marioneta se mueve por el llamado buen seso y juicio.

Cortados los hilos, la marioneta necesita transformarse. Ariel nos recuerda que "Sólo el amor del fuego nos transforma." El fuego, sin duda, es un elemento que debe ser manejado con prudencia.

Por una parte, ese fuego que en general parecería que es el que se adueña de nuestros días, "cual bestia enfurecida", perverso por incontrolado, que lo devora todo, que lo consume todo, como ocurre con el incendio de la centenaria fábrica Yarur, que nos refiere Ariel, llevándonos, si leemos que se trata del amor del fuego, a pensar inevitablemente, en aquella Donna me Prega, de Guido Cavalcanti.

Darle el nombre de amor no nos ayuda, pues es un amor que enferma, un amor que destruye. Sin duda, otro más de los errores compartidos.

Y aquel otro -que tiene rostro de mujer-, que "cuando todo parece haber acabado, aparece ella para mostrarme el camino", si interpretado a la manera del Dante, una Vida Nueva que sobreviene, trascendiendo el temprano libro del poeta La Vita Nuova, que hace al encuentro; para guiarnos acaso hacia aquel camino de peregrinaje a través de la consciencia, que ese portento llamado Comedia o Divina Comedia, como quería Boccacio, su extraordinario discípulo, obra que concluye con el magnífico verso "el amor que mueve al sol y a las demás estrellas".

Fuego al fin, pero magníficamente controlado, bellamente sublimado. Transmutándose el fuego que, en lugar de error, se hace sabiduría, una enseñanza compartida.

Gary Daher Canedo (Beni, 1956). Poeta, escritor y traductor.

Radica en Santa Cruz.

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