Solamente que quien dialoga con ese Absoluto es un ser vivo, psicológicamente afectado por los procesos humanos. Es asà que, en la alegorÃa de la marioneta y el titiritero encontramos una explicación de la vida, cuyos hilos son manejados por un titiritero.
Este artista, que en el poema se nombra como Gran Titiritero, por esa su cualidad de grande, nos hace sospechar que se tratarÃa de lo que la mayorÃa denomina Dios, aunque en todo caso se tratarÃa de un dios menor, quien, operado a su vez por los hilos de la muerte, es capaz de manejar a las marionetas, que naturalmente carecen de libre albedrÃo.
Pero este diálogo tiene además un componente adicional, es un diálogo, por decirlo menos, incómodo y frustrante, pues el que dialoga está inmovilizado, pues a la marioneta se le han cortado los hilos.
En este punto es difÃcil permanecer en la alegorÃa, ya que en la obra se nos plantea una solución sorpresiva: la marioneta inmóvil tiene la posibilidad de obtener una singular libertad, gracias a eso que aquà se denomina "movimiento inmóvil".
En ella, el niño de siete años es obligado a montar un poni, pero durante su permanencia en esa posición, el niño, absolutamente inmóvil debido a la imposición paterna, sufre una experiencia trascendente.
Esta experiencia es la de trasladarse consciencialmente a lo que el poeta llama el movimiento de la vida. Es decir, un mundo vital que se encuentra en movimiento. En ese mundo, el niño se desplaza consciencialmente hasta ponerse frente a frente ante el poni.
Y el poni es el único que percibe que el niño lo está mirando desde ese otro espacio, que no es el espacio de su cuerpo, y que de repente le permiten mirar el mundo desde los ojos del mismo poni.
Esta experiencia que se vive en un momento minúsculo de cinco o seis minutos, o quizás apenas unos segundos, nos dice, lo lleva a "encontrarse con todo, pues todas las cosas y los seres eran uno, yo era parte de ese uno".
"En aquella gloria no hay yo, ni nosotros, ni tú. Yo, nosotros, tú y �l, todo es una y la misma cosa".
Aunque el propósito de este trabajo no es el de la poesÃa mÃstica, acaso nos sugiere que ese estado hoy en dÃa se lo trasluce más desde el espacio de la filosofÃa y de las experiencias trascendentes, que desde el antiguo arrobamiento de los poetas mÃsticos del pasado.
No deja de ser valiosa, sin embargo, la referencia a la ruptura con la cordura, que son los hilos de la marioneta que se han cortado, dejándonos entrever que la marioneta se mueve por el llamado buen seso y juicio.
Cortados los hilos, la marioneta necesita transformarse. Ariel nos recuerda que "Sólo el amor del fuego nos transforma." El fuego, sin duda, es un elemento que debe ser manejado con prudencia.
Por una parte, ese fuego que en general parecerÃa que es el que se adueña de nuestros dÃas, "cual bestia enfurecida", perverso por incontrolado, que lo devora todo, que lo consume todo, como ocurre con el incendio de la centenaria fábrica Yarur, que nos refiere Ariel, llevándonos, si leemos que se trata del amor del fuego, a pensar inevitablemente, en aquella Donna me Prega, de Guido Cavalcanti.
Darle el nombre de amor no nos ayuda, pues es un amor que enferma, un amor que destruye. Sin duda, otro más de los errores compartidos.
Fuego al fin, pero magnÃficamente controlado, bellamente sublimado. Transmutándose el fuego que, en lugar de error, se hace sabidurÃa, una enseñanza compartida.
Gary Daher Canedo (Beni, 1956). Poeta, escritor y traductor.
Radica en Santa Cruz.
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