Domingo 04 de junio de 2017
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José Arcadio BuendÃa, que era el hombre más emprendedor que se verÃa jamás en la aldea, habÃa dispuesto de tal modo la posición de las casas, que desde todas podÃa llegarse al rÃo y abastecerse de agua con igual esfuerzo, y trazó las calles con tan buen sentido que ninguna casa recibÃa más sol que otra a la hora del calor. En pocos años, Macondo fue la aldea más ordenada y laboriosa que cualquiera de las conocidas hasta entonces por sus 300 habitantes. Era en verdad una aldea feliz, donde nadie era mayor de treinta años y donde nadie habÃa muerto. Desde los tiempos de la fundación, José Arcadio BuendÃa construyó trampas y jaulas. En poco tiempo llenó de turpiales, canarios, azulejos y petirrojos no sólo la propia casa, sino todas las de la aldea. El concierto de tantos pájaros distintos llegó a ser tan aturdidor, que Ã?rsula se tapó los oÃdos con cera de abejas para no perder el sentido de la realidad. La primera vez que llegó la tribu de MelquÃades vendiendo bolas de vidrio para el dolor de cabeza, todo el mundo se sorprendió de que hubiera podido encontrar aquella aldea perdida en el sopor de la ciénaga, y los gitanos confesaron que se habÃan orientado por el canto de los pájaros.
Gabriel GarcÃa Márquez en: Cien años de soledad.