El sábado anterior se celebró el dÃa de la madre. Para muchos fue una grata ocasión de sentirse felices al lado de ella. Para otros, fue el dÃa más triste porque ya no está, y su recuerdo dolÃa intensamente. Dos motivos distintos se juntaron: la historia que enaltece su figura cÃvica por la gesta de la Coronilla, y el sentimiento universal de gratitud que le debemos, la deuda impagable que llamo yo. En efecto, no hay nada en el mundo, con todo lo que encierra, que pueda justamente valorar su vida.
"Hay una mujer que tiene algo de Dios por la inmensidad de su amor y mucho de ángel por la incansable solicitud de sus cuidados; una mujer que, siendo joven, tiene la reflexión de una anciana, y en la vejez, trabaja con el vigor de la juventud�"
No obstante, aunque vale tanto, no alcanza a decir todo. En realidad, el vocabulario verbal está agotado. Ninguna lengua del mundo abarca en profundidad lo que es la madre; por eso, con ella, más que decir, hay que hacer. Es un tesoro que se nos acaba pronto. Ensalcemos su presencia con lo que más se pueda. Y ahora, sin postergaciones. "Mañana" es mala palabra, porque no sabemos si vendrá. Afortunado (a) eres, si aún te escucha decir ¡mamá! Clama a Dios para que suavice el áspero camino por donde transita.
La cotidianidad rutinaria es a veces un velo de ceguedad. Cuando una nueva luz se enciende en su regazo Ãntimo, su vida ha cambiado radicalmente. Pertenece ya a otra categorÃa humana; esa nueva luz le ha dignificado, le ha ennoblecido, le ha redimido. No importa lo que haya sido antes; desde el momento en que es madre, lleva en su entraña la presencia de Dios. Es un templo de la vida. ¡Saludemos con asombro ese milagro!
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