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Domingo 28 de mayo de 2017

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Revista Dominical

Ludwig van Beethoven, legado extraordinario e inamisible

28 may 2017

Por: Raúl Pino-Ichazo Terrazas - Es abogado, posgrado en Interculturalidad y Educación superior, doctor honoris causa, docente universitario, escritor

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Es una práctica útil para todos repasar las obras de grandes hombres para, precisamente, comprender cada vez más la grandiosidad de su creación y dejarla discurrir por nuestro intelecto porque siempre encontraremos, después de cada audición o lectura meditadas, uno o más elementos para maravillarnos y aproximarnos a la comprensión de la intención del artista, en este caso Ludwig Van Beethoven.

Las nueve sinfonías que compuso Beethoven son un tesoro para la humanidad que desarrollan ineluctablemente nuestra sensibilidad e imaginación, para imitar que en circunstancias y devastadoras contingencias de impedimento como la sordera en un músico, se pueden crear obras únicas y de excelsa calidad que elevan a Beethoven como un verdadero genio musical.

El ejemplo conmovedor de la capacidad de resiliensia de Bethoveen, entendida como la fortaleza para superar circunstancias aciagas, fue la composición de la Novena Sinfonía Coral (1824), con un sordera aguda se consagra como el creador de un nuevo lenguaje musical; la orquestación es superior a la utilizada para la tercera sinfonía "La Heroica", además de la extensa duración, en relación a la acostumbrada en la época, con más de una hora.

Los primeros tres movimientos llegan a su culminación en el deslumbrante final (fínale), que inicia con un recitativo instrumental y con las citas de los movimientos precedentes.

El tema de la alegría (Oda a la alegría), introducido por la cuerda grave, gana intensidad y desemboca con la aparición de la voz humana, introducida por primera en una sinfonía; siendo esta innovación un hito excepcional para la época, empero, por la imperfección y las servidumbres humanas Beethoven fue criticado por esa extraordinaria modificación por sus propios colegas.

Los cuatro solistas cantan en idioma alemán los versos del poeta y filósofo, también alemán, Friedrich Von Schiller: Alegría, hermosa chispa divina, hija de Eliseo, ebrios de entusiasmo entramos, oh diosa a tu santuario�

Beethoven fue un obsesivo renovador de la armonía, tonalidad, forma y aplicación instrumental conduciendo a la perfección al género sinfónico. Eliminó el minueto por un vigoroso scherzo posibilitando así contrastes más emotivos e intensos que incrementaban la sonoridad en la música de cámara que emociona al espectador, produciéndole piel de ganso.

Esta obra, mundialmente famosa, conmueve al más profano e insensible hasta las lágrimas, ha sido objeto de numerosos arreglos y versiones. Declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco y su último movimiento fue adoptado por el Consejo de Europa como su himno en el año 1.972 y por la Unión Europea, también como su himno, en el año 1.985.

Beethoven compuso su primera sinfonía cuando apenas había cumplido treinta años, en 1821, fascinando a sus contemporáneos compositores por la asignación de frescura y originalidad a su creación. En esta sinfonía se puede intuir los rasgos anunciadores del futuro innovador de este formidable compositor alemán al variar radicalmente la aplicación de los instrumentos de viento y la introducción de los esforzandi.

La segunda sinfonía (1823), expresa una dicotomía entre la dinámica y la rítmica y el mayor alcance de energía con la tristeza que vivía el compositor. Los críticos observaron en esta sinfonía la ausencia del minueto y dijeron con cierto retruécano que la composición ostentaba poder, pero que era a causa de la influencia de Haydn.

La tercera sinfonía o "Heroica" (1805), hace trizas los moldes clásicos, pues la orquesta es más numerosa y los sonidos son nítidamente anunciadores del romanticismo musical. Cuando murió Napoleón, Beethoven comentó con tono sarcástico "yo ya compuse la música para esta triste catástrofe", pues Beethoven, que admiro a Napoleón en sus inicios, se decepcionó con las ambiciones de conquista del francés.

La cuarta sinfonía en una consecuencia de la frescura de las dos anteriores sinfonías, empero, curiosamente, según los críticos musicales, ha sido inapropiadamente relegada en relación a sus antecesoras.

La quinta sinfonía es un verdadero prodigio de alternancia musical, no tiene introducción y sus cuatro movimientos discurren desde la tensa construcción del primer movimiento a la solemnidad del segundo; el tercero en un auténtica crispación instrumental, concluyendo con la apoteosis del cuarto movimiento que es un origina crescendo de 50 compases. Esta sinfonía fue compuesta en el año 1808.

La sexta sinfonía, llamada "La Pastoral", fue compuesta simultáneamente con la quinta, lo que determina sin duda la capacidad de creatividad de Beethoven. Esta sinfonía es un tributo a la naturaleza, y la única sinfonía con subtítulos: Escena junto al arroyo, animada reunión de campesinos, himno de los pastores etc.

Uno de los más cautivadores y famosos pasajes de esta sinfonía es el final del segundo movimiento con la flauta, el oboe y el clarinete imitando dulcemente los cantos del ruiseñor, la codorniz y el cuco. Sinfonía compuesta en el año 1808.

La séptima sinfonía (1813), recién apareció después de un año de su composición y el propio Beethoven quiso dirigirla en su estreno con tragicómicos resultados, empero, la crítica reconoció su genialidad.

Richard Wagner, un ferviente admirador del maestro y calificó a la séptima sinfonía como "apoteosis de la danza", por su frenético ritmo dancístico y excepcional lirismo, particularmente profundo en su célebre segundo movimiento, el allegretto, que tuvo que ser repetido a petición del público en el estreno.

El cuarto movimiento de la sinfonía constituye al igual que en la sinfonía Júpiter de Mozart, el verdadero centro de gravedad de la composición, en suma, toda la séptima sinfonía es una obra musical de incalculable potencia.

La octava sinfonía (1814), fue compuesta inmediatamente después de la séptima sinfonía, esta es muy breve, solo 25 minutos, lo cual no desdibuja su escritura y originalidad pues es su sinfonía más alegre y desenfadada. Esta composición fue sustantivamente ligera y rápida pues solo le tomo cuatro meses. Se percibe en esta sinfonía la influencia de Haydn en el primer movimiento y la propia sinfonía tiene la impronta de una despedida grata del mundo clásico.

Beethoven consolidó su estilo personal en el campo instrumental componiendo 17 cuartetos para cuerda, 32 sonatas para piano y violonchelo, cinco conciertos para piano.

La breve reseña de este coloso y prodigio musical es una evocación a la distinguida maestra de piano orureña Prof. Dña. Sarah Ismael, virtuosa en la interpretación de Beethoven y que tuvo a bien admitirme como su alumno en el aprendizaje del piano durante 5 años.

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