Por: Dehymar Antezana - Periodista
� Dibujos por: Verónica Guzmán Revollo
� Artista Plástico Taller de Arte Q´umir Q´umir
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Habitaba una vez un niño en el campo. El clima del lugar era frÃgido, el viento se escuchaba como si de una quena saliera un solo sonido, llamado naturaleza.
La paja brava era el ser viviente de la zona, aunque en determinados espacios, era compartido con yareta, wijiñas y pequeños riachuelos que aparecÃan en la nada y detrás del nevado Sajama.
A lontananza de su casa se observaba constantemente a grupos de salvajes vicuñas que correteaban sin cesar en medio de ese hábitat, jugando en pos de libertad.
�l se encargaba de llevar al ganado a pastear, alternaba entre las llamas y las ovejas. Asimismo se encargaba de guiarlos hasta unos riachuelos que están detrás del nevado Sajama, con la finalidad que sus animalitos aprovechen el agua del sector.
Un dÃa, como acostumbraba siempre, fue al pie del nevado y mientras esperaba que su ganado sacie su sed, sintió que una gran sonrisa provenÃa del Sajama.
El pequeño lo contempló fijamente, y mientras la brisa golpeaba sus mejillas rajadas, puso atención a sus explicaciones. El miedo que sintió al principio se fue disipando como espuma en el agua, se quedó más tranquilo y a partir de ese momento nació una gran amistad entre ambos.
Un dÃa de mucho frÃo, muy temprano escuchó que su mamá se quejaba de dolor y no habÃa quien la atienda porque su padre se ausentó a la feria de una comunidad aledaña con la finalidad de comprar ganado y vender su producción.
La madre estaba desesperada porque el dolor la hacÃa padecer. No querÃa preocupar a Chito, quien aparentemente todavÃa dormÃa, sin embargo, el pequeño de diez años se dio cuenta rápidamente de lo que sucedÃa.
Sin que su mamá lo perciba se levantó ágilmente y salió corriendo de su pequeña choza rumbo al campo. Ã?l sabÃa que planta necesitaba para curar el mal de su progenitora.
Recordó las enseñanzas que le dio el nevado Sajama, preparó el brebaje natural y le dio de beber a su madre. Pasaron unos minutos de esa acción, el pequeño hacÃa vigilia a los pies de la cama, esperando que calme el dolor.
Muy contenta lo abrazó, derramó algunas lágrimas de felicidad. Le preguntó de dónde aprendió esa preparación. Chito en medio de una gran sonrisa le respondió: "Me enseñó el doctor Sajama".
La madre no hizo más preguntas por considerar algo sagrado, pero a partir de ese momento, consideró que su hijo habÃa sido elegido para seguir los pasos del doctor y curar a la comunidad de todos los males que se les iba a presentar.
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