La Policía Nacional detuvo al jugador de la AD Ceuta, Ismael Abded-Lah Hamed, cuando ayudaba a un inmigrante a cruzar la frontera con España. Un miembro del cuerpo técnico se percató de que una persona ajena al club viajaba con el chándal del equipo. El futbolista que habría cobrado dinero a cambio vio cómo el viaje terminaba antes de lo previsto.
Una semana antes naufragaron dos pateras cerca de las costas de Italia, en un intento de cruzar el Mediterráneo. En esta ocasión no hubo detenidos, tampoco responsables, pero cerca de 200 personas perdieron la vida de acuerdo con los datos de la Organización Internacional de las Migraciones. En ese mismo periodo de tiempo, distintas ONG junto a la Guarda Costera italiana, en colaboración con la Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas, rescataron a más de seis mil personas.
Salvar unos puestos fronterizos en los que no hay muros, sino vallas, es la otra opción para llegar a Europa. Algunas alcanzan hasta 6 metros de altura y están reforzadas con concertinas. Unas cuchillas que definen la eficacia de las políticas migratorias de la Unión Europea. Se prohibieron hace más de una década y aún se encuentran en algunos puestos fronterizos, pese a que se demostró que no evitaban el paso. Su único propósito es herir a quienes tratan de acceder al viejo continente.
Dejan entrever la inexistencia de cualquier atisbo de solidaridad o colaboración. Estas políticas de valla y concertina sólo han logrado incrementar los flujos migratorios a través de un mercado negro, en el que los derechos humanos son un mero sueño. Para la mayoría la única salida es el Mediterráneo. El lugar con menor control policial y el más peligroso al mismo tiempo. Donde nadie se responsabiliza de unas personas que llegaron de forma "voluntaria".
Albert Camús escribía, que "si no se cree en nada, si nada tiene sentido y si no podemos afirmar ningún valor, todo es posible y nada tiene importancia". La Europa con la que soñaba una persona nacida en Argelia nada tiene que ver con la actual. Tolerancia y respeto, son valores incuestionables que dejan de serlo si la sociedad entiende la cuestión migratoria como ajena. Para quienes ignoran su situación dar sin esperar recibir nada a cambio parece poco más que una utopía.
Nunca sabremos si son los hombres malos los que hacen cosas buenas o son los hombres buenos los que hacen cosas malas. Pero permanecer inmóviles no debería ser una opción, porque nadie quiere reivindicar justicia sin solidaridad. La libertad no debería ser un anhelo, sino una realidad.
Resulta sencillo etiquetarles como terroristas, pensar que se suben a una patera por voluntad propia y no por necesidad. Como si fuese plato de gusto huir de una guerra que les empuja a poner en peligro su vida y la de sus seres queridos. Si se quiere creer en Camús y en una Europa que no excluya a nadie los 12 kilómetros que separan África de Europa, no pueden ser un pretexto para negar a nadie una vida y unas oportunidades en una tierra que no tiene dueño.
(*) Periodista
Twitter: @GonzaloSt167/Vía Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS)
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