Rufino creció como todos los chicos descalzos del barrio: entre el tufo y las riñas de los borrachos, la polvareda de las estaciones secas y los lodazales con las lluvias del verano. Barrios sin agua ni pavimento, con unos cuantos focos de luz que apenas iluminaban las calles. Barrios del hastÃo y la penumbra.
Llegó con un rictus de cansancio, ese cansancio de los seres que han ido más allá de la desesperación de no esperar nada de nada. Cansancio de viejos que nunca tuvieron infancia, que saltan del útero materno adelantando un pie hacia el sepulcro. De los malos tratos que le dio la vida, de las palizas y los ayunos forzados que le daba el padre. Rufino sacó sus propias conclusiones y, aunque a nadie confesaba sus Ãntimos temores y anhelos, tradujo su posición ante el mundo con una sonrisa un tanto burlona pero franca.
La misma fatalidad hizo que aquel niño-viejo, que aquel muchacho-vejestorio, que aquel joven-anciano pareciera inapelablemente definido por un nombre, en toda su conformación de cuerpo y alma: Rufino. Al menos yo tenÃa la impresión de que pocos hombres en la tierra podÃan estar tan definidos por un simple nombre.
Rufino, hijo de pichiris, hijo de las escobas que todas las madrugadas barren la ciudad mucho antes que los pájaros canten y el panadero gane las calles con sus canastas repletas de pan caliente. Rufino, de madre pichiri, de padre pichiri. De ancestro escobita vagabunda. "Rufino, ven a barrer la calle. Rufino, trae tu escobita para limpiar el wáter. Rufino, ven a limpiarme el culo", le decÃan los chicos de los padres con oficios menos serviles. Rufino de paja, polvo de calle. Hijo de los pulmones barrenderos deshechos. Hijo de los barrenderos barrenados. Vástago barrido por la barredurÃa urbana. Quizá por una sospechosa resonancia de su nombre, Rufino me parecÃa rufián, y aunque no recuerdo bien su apellido, puedo asegurar que no podÃa ser otro que Calle. Rufino Calle. Hijo legÃtimo de las calles sin nombre ni memoria. Barrecalles barrido. Barrendero de los barrios marginales. Rufino callejero en callejón sin salida. Callejón callejero, calle callada y bulliciosa como la vida del pueblo. La vida que nace, baila, escupe, maldice, ama, se rebela y muere en las calles. Gente que vive respirando el polvo de las calles abandonadas. Gente que lo único que aspira es el humo de la tierra que levantan el viento y las ruedas. Gente acostumbrada a morder el polvo de la derrota.
Hasta que Rufino se rufianizó. Robó unas gallinas del vecindario. Agredió a cuchilladas a un compañero. De borracho, una tarde le dio una fenomenal golpiza a su padre. Los vecinos intervinieron y viendo en aquel hecho algo inconcebible lo golpearon con palos y cinturones. Si no hacÃa escuchar mi voz energúmena, lo hubieran matado. Tras aquel incidente, Rufino dejó la casa para siempre y se puso a vagar por otros barrios.
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