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Domingo 21 de mayo de 2017

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Cultural El Duende

Filosofía del trancapecho

21 may 2017

Ramón Rocha

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Querid@s y ventrud@s militantes de la buena vida:

Mi hijo Ariel descubrió, mientras estudiaba en México, la utilidad de desayunar un tamal introducido en un bolillo y acompañado con atole. Esa combinación de huminta, marraquera y api, en nuestra nomenclatura, hace escapar al hambre durante toda la jornada. Me lo contó y confieso que me estremecí como si me hubieran vaciado hormigón armado de la boca al orto, siguiendo naturalmente los meandros del intestino.

Algo parecido sucede con ese invento de nuestra cultura de la pobreza: el trancapecho, alimento grueso y basto para peones y albañiles, pero al mismo tiempo antojito de jóvenes y señoritas de todas las clases sociales.

El trancapecho es el hijo pobre del silp´ancho, que ya era pobre. Como su padre, el trancapecho es cochabambino de cepa, y para mayor precisión, del bravo barrio de Caracota, donde dio su primer vagido al llegar a esta vida llena de preocupaciones y de mujeres bonitas pero ajenas. (Es sabido: si son bonitas, o son ajenas o no existen)

Solo a nuestras bravas cochabambinas se les podría haber ocurrido globalizar el silp´ancho convirtiéndolo en un avatar de invento de Lord Montague: el sándwich. Abrieron entonces el vientre de un buen pan de toco y lo rellenaron con esa milanesa venida a menos que es la delgadísima carne apanada y frita del silpancho; le agregaron el consabido huevo estrellado y la sarsa de tomate, cebolla y locoto picados en cubitos milimétricos. Hasta ahí no habían innovado prácticamente nada, pero entonces se manifestó el espíritu fáustico de la región y le agregó el toque inconcebible y final: el arroz y la papa cocida y frita. Listo: nació una nueva criatura alimenticia que, como todo recién nacido, no tenía nombre; y entonces el pueblo aquilató su consistencia de hormigón armado y lo bautizó con el pagano nombre de Trancapecho. ¡Es que te tranca de la boca al orto, y peor que el antojito mexicano que comentamos!

Así el silp´ancho, que ya era barato, se abarató aún más en su nueva condición de trancapecho; o si se quiere subió de estatus, porque ahora el dilema entre silp´ancho y trancapecho marca la diferencia. El morenazo baja de su Mitsuvishi y la casera pregunta: ¿Silp´ancho o trancapecho? El tío la mira furioso y le dice: ¿Cómo? ¿Sabes con quién estás hablando? Ahhh. ¿O tengo cara de trancapecho?

Recuerdo que el año 91 me traje una pareja de fotógrafos mexicanos y recorrimos juntos buena parte del territorio. Mientras ellos cumplían su trabajo, yo me ocupaba de detectar dónde servían los mejores platillos de la cocina regional. Comieron de todo: jaq´onta, t´impu, picante surtido, rostro asado, colita de cordero, ch´anqa de conejo, p´ampaku, salteñas, qalapurqa, jak´alawa, chicharrón, silica, mondongo, cocko, majadito, phatasqa y� silp´ancho. Un año después los encontré y solo guardaban memoria del silp´ancho. Me gustaría que conocieran y apadrinaran al nuevo retoño, el trancapecho. Total, ellos vienen también de una cultura de la pobreza y sabrán apreciar el ingenio popular ahora globalizado en un sanguchis; sí, pero ninguna méndiga hamburguesa ni otra pinche fast food que se le parezca.

Ramón Rocha Monroy.

Cochabamba, 1950. Abogado, político, periodista y escritor.

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