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Domingo 21 de mayo de 2017

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Revista Dominical

La psicopatía como síntoma de decadencia

21 may 2017

Por: Álvaro Villarreal Alarcón - Psicólogo

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Psicópata es hoy por hoy una palabra usada con cierta frecuencia, pero rara vez entendida a cabalidad, y es que adentrarse al lado más oscuro de la mente humana nunca es fácil, ya que requiere de autoobservación y comparación con el resto de nuestros congéneres, para poder dilucidar si ellos o nosotros somos los raros.

Son muchas las películas y novelas de diverso fuste y pelaje que han popularizado la figura del psicópata, convirtiéndolo en un emblema de nuestra época, y en ocasiones en el héroe o antihéroe de un tiempo oscuro que a la vez que se horroriza se regodea en su figura; por otro lado en los medios de comunicación es cada vez es más frecuente tropezarnos con casos que hielan la sangre en nuestras venas, de psicópatas que perpetran los crímenes más abominables, con pasmosa frialdad, con ensayada premeditación y absoluta falta de remordimiento, hoy a nadie se le escapa que este tipo de crímenes es cada vez más frecuente, y sin embargo resulta extraordinariamente difícil explicar las causas de su proliferación.

En primer lugar, debemos señalar que la psicopatía no es un trastorno mental, como lo es por ejemplo la esquizofrenia, sino un trastorno de la personalidad, que no implica necesariamente incurrir en un comportamiento criminal. A lo largo de la historia de la psiquiatría se han empleado infinidad de términos para referirse a las psicopatías, hasta llegar a la actualidad, donde los expertos parecen decantarse por el empleo de un concepto que implica una naturaleza eminentemente sociológica, trastorno antisocial de la personalidad. Desde Gerolamo Cardano, Philippe Pinel, Morel, Emil Kraepelin, Kurt Schneider, Liberman, Theodore Millon, Robert Hare, muchos han sido los rasgos que se han ido descubriendo, para poder esbozar con precisión el perfil de un psicópata.

Todos los estudiosos acuerdan en que son individuos pragmáticos, manipuladores, mentirosos, egocéntricos, antisociales (pese a poder gozar de un magnetismo innegable para su entorno), impulsivos por naturaleza, pero en ningún caso nerviosos. Carentes de empatía y regulares en sus estados de ánimo, con vidas sexuales tan irregulares como sus relaciones sentimentales. Dotados de una gran adaptabilidad ante situaciones de estrés, ya que no perciben freno social alguno, y como denominador social común a estos rasgos siempre encontramos uno, la ausencia de sentimientos de culpa o remordimiento.

Las personalidades psicopáticas descritas por Kurt Schneider, dependiendo del predominio de un rasgo sobre los demás, se clasifican en hipertímicos, depresivos, inseguros, fanáticos, necesitados de estima, de estado de ánimo lábil, explosivos, desalmados, abúlicos y asténicos; siendo por orden los desalmados, los abúlicos, los hipertímicos, los necesitados de estima y los explosivos, los más proclives a convertirse en criminales; lo más preocupante es que hasta el momento, pese a los avances de la psiquiatría dinámica, o de las técnicas socio-terapéuticas o de la psicocirugía, no podemos afirmar que exista una cura conocida para semejante mal, y tampoco rehabilitación posible.

Más allá de las clasificaciones académicas, la gente que le ha tocado convivir con psicópatas, suele describirlos como individuos aquejados de disconformidad social, siempre críticos con su entorno, incapaces de entablar relaciones afectivas consistentes, unos individuos que ni sienten ni padecen, o que al menos son incapaces de sentir o padecer por otros, egocéntricos e impermeables a la culpa que con cierta frecuencia recurren incluso a la violencia en sus más diversas expresiones y de forma calculada y desapasionada, a veces incluso aleatoriamente.

La pregunta que enseguida nos hacemos es la siguiente ¿Cómo es posible que existan tales monstruos? ¿Están determinados por un código genético que los configura fatalmente? ¿O por el contrario son hijos de un determinado clima social y espiritual? ¿Influyen las nuevas formas de vida, desvinculadas y artificiosas, en la formación de caracteres psicopáticos o por el contrario no existen motivos conocidos que explican tales conductas antisociales y perversas?

¿Nos hallamos ante las floraciones espontáneas e incontrolables del mal en estado puro? ¿O más bien, hemos de aceptar que ese mal halla su vivero en la relajación de los frenos morales, en la destrucción de los vínculos comunitarios, y la extensión de una suerte de solipsismo social, que nos impide ver en el prójimo otra cosa que no sea un instrumento para la satisfacción de nuestros intereses y deseos egoístas?

Psicópatas los ha habido siempre, pero quizá nunca tantos como en nuestro tiempo, o tal vez ocurra que nunca como en nuestro tiempo, sus crímenes sombríos han sido expuestos al escrutinio público. En cualquier caso la fascinación que los psicópatas suscitan, ya nos está hablando de una turbia enfermedad moral que requiere un profundo análisis social, que nos permita tomar el timón de nuestra civilización y cambiar de dirección hacia a un mundo donde las personas podamos percibirnos como seres valiosos que formamos parte de una sola familia humana, y por tanto el daño que le hacemos a unos, nos lo hacemos también a nosotros.

Que la psicopatía sea o no genética, es un asunto aún en discusión, pero de ser así debemos tomar en cuenta que solo el 1% de la población del planeta sería un psicópata genético. Sin embargo, nuestra sociedad cada vez más fría y egoísta pareciera que fuera el principal factor para convertir a la gente en psicópatas, ya que la gente sólo quiere adaptarse y sobrevivir en un medio hostil que la depreda y la despersonaliza. Desde esta perspectiva, los psicópatas son hijos fieles de nuestro tiempo, víctimas del progreso económico y del proceso de relativización moral que vivimos. La sociedad occidental actual se ha vuelto suicida, ya que es víctima y verdugo de sí misma, y los trastornos antisociales son sólo un reflejo de este mal.

(*) carabantxel@outlook.com

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