El fundamento de la paz, de la prosperidad, del orden y del desarrollo de un paÃs está en el buen funcionamiento de la familia.
Un sociólogo norteamericano moderno, expresaba: «La familia es el último sacramento práctico que nos queda a los hombres en esta sociedad tecnificada, burocratizada y considerablemente deshumanizada».
Bolivia no posee este tesoro, ya que la mayorÃa de sus parejas y hogares están desequilibrados, inconstantes, frágiles y en proceso de desmoronamiento. Gran parte se debe a la pasión sensual y al alcoholismo, que ya es una verdadera pandemia social, y no poco al egoÃsmo de sus componentes.
La familia es la base de la sociedad, por eso el Papa PÃo XII afirmó: «La sociedad es para la familia, y no la familia para la sociedad» (9-5-1957). La familia es la institución natural establecida universalmente en el tiempo y en el espacio, donde tiene origen la vida humana, el recinto de la educación y el vÃnculo de la transmisión normativa.
Los hijos son el encanto de los hogares, la alegrÃa y la ternura de los padres, los perpetuadores de su nombre, el estÃmulo de sus trabajos, el consuelo de sus sufrimientos y la esperanza de su vejez. Los hijos enriquecen el amor conyugal, hacen superar el egoÃsmo.
Para poseer estos valores tan atractivos, hay que eliminar los graves peligros que asechan la estabilidad del matrimonio y la familia, entre los que podrÃamos destacar los siguientes:
El divorcio se ha convertido en una plaga destructora de la familia. Los Estados, cuya tarea más elevada es la protección del bien común, en vez de dificultarlos, impedirlos o cuando menos no aprobarlos, los han legalizado. El Estado se ha convertido en un servidor del mal, abriendo de par en par las puertas a todas las consecuencias negativas para sà mismo y al final de cuentas, para la sociedad humana.
En ese marco, el sÃndrome de Alienación Parental, aunque no es un fenómeno nuevo, se ha disparado con el aumento de separaciones y divorcios. En rupturas altamente conflictivas, sigue aumentando el número de falsas denuncias que presenta uno de los progenitores en contra su ex pareja.
El lobby feminista radical busca negar credibilidad a esta constatación, pues si bien habrÃa mujeres que padecen ese tipo de maltrato, sin duda el fenómeno es padecido casi siempre por progenitores varones, dado que es la madre quien suele detentar la tenencia del menor y dispone de tiempo para planificar y ejecutar una campaña denigratoria contra el padre no-conviviente.
De hecho, quien convive con el menor (comúnmente la madre), es quien ocupa la posición de poder que le facilita manipular al hijo -por despecho o venganza- para que rechace al otro padre e impedir asà la comunicación paterno-filial. Una maldad desenfrenada que luego los hijos manipulados reproducen en sus relaciones afectivas, como producto de un progenitor insano y perverso que va destruyendo a sus hijos en forma gradual y sistemática mientras transitan su infancia, pubertad y adolescencia mediante inculcaciones maliciosas.
La idea de que uno de los progenitores manipule a sus hijos con intención de predisponerlos contra el otro padre, puede resultar difÃcil de comprender y aceptar. Especialmente les resulta increÃble a los buenos padres y buenas madres que de verdad quieren a sus hijos y serÃan incapaces de dañarlos.
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