Miercoles 10 de mayo de 2017
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Lo consistente en este planteamiento es la actitud de cambio fundamental a reflejarse efectivamente en el hombre que, despojado de todo resabio de superioridad física o intelectual, inicia una nueva fase de interrelación con la mujer, en la cual no existirán más discriminaciones de índole alguna, ni afanes de arrimarse a un pedestal superior; así emerge la competitividad en su máxima expresión intelectual y de habilidades como única alternativa sana en la pugna de oportunidades en el oficio o profesión que hayan elegido.
Aun en las sociedades avanzadas existen una serie de impedimentos de orden sociológico heredados socialmente, sin duda atrabiliarios, que influyen en la calidad y honestidad en la relación de la mujer con el hombre.
Se continua con la práctica de la infidelidad como un orden establecido para ratificar subconscientemente la seguridad y capacidad amatoria de los hombres, aflorando con esta actitud ilícita, penada por la mayoría de las legislaciones, que sólo con otra mujer que no sea la esposa se pueden realizar todas las fantasías sexuales y desembarazarse de las inhibiciones que atormentan inveteradamente a una gran mayoría de hombres en su vida ¿Por qué será que sólo en este escenario los hombres son creativos, complacientes y comunicativos, tiernos y pacientes y piden sin remilgos todo lo que les ordene su subconsciente reprimido?, no se explica todavía y es una incógnita a resolver la razón de la reticencia a actuar con la misma predisposición precitada con la esposa. La respuesta estriba en la arraigada convicción interna que la relación íntima con la propia esposa debe consumarse bajo marcos convencionales, es decir, sólo por cumplir las obligaciones conyugales, concluir y dormirse.