Miercoles 10 de mayo de 2017
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En la famosa ficción de Arthur Conan Doyle, un investigador escocés encuentra en la amazonía venezolana un "mundo perdido", con dinosaurios vivos.
Con similares ojos de asombro, parlamentarios europeos que estuvieron en Bolivia informaron en Bruselas que habían visto con preocupación que aquí "hay una autocensura que se va propagando por toda la sociedad boliviana y que nos preocupa muchísimo".
Esto alude al periodismo, en primer lugar, pero también al resto de los bolivianos. Somos, para los ojos de estos europeos, una especie desaparecida en el resto del mundo, callados y temerosos.
Esos mismos parlamentarios han advertido que en Bolivia se avanza (el verbo es engañoso) hacia una autocracia, porque aquí todos los poderes han sido controlados por un partido político. Lo dicen cuándo, precisamente, el gobierno da un nuevo retoque a una segunda reforma judicial que le permitirá no solamente garantizar la re-re-re del presidente Evo Morales, sino también la impunidad de los actuales gobernantes cuando las cosas cambien.
Cerca de donde estuvieron aquellos dinosaurios imaginarios, hay otro pueblo, compuesto por ciudadanos que estuvieron callados mucho tiempo pero que ahora han decidido salir a la luz, recuperar el derecho a la palabra y a la protesta. Allí, los gobernantes negocian salidas amigables, se dice, como un asilo del dictador.