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Domingo 07 de mayo de 2017

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Cultural El Duende

Adiós al poema

07 may 2017

El poeta y crítico literario francés Jean-Michel Maulpoix (1952) reflexiona sobre el arte poética develando la breve historia de una crisis dentro el orbe literario. El texto ha sido traducido por Gustavo Osorio. Fuente: poéticas.org

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Segunda de 3 partes

Cuando los románticos substituyen los valores de expresión -que son la sensibilidad, el movimiento, la independencia, la improvisación y la expresividad- con los valores de la imitación de los clásicos y se presentan más como liberadores que herederos, es entonces que gana el poder de enlace de lo poético, incluso en el drama.

Llevado por un discurso, así como por una mitología de la inspiración, esta continuidad asegura igualmente la sustentabilidad de una memoria de obras: así Víctor Hugo se filia a favor de Virgilio, de Dante y de Shakespeare.

3. LA DERROTA

En Las flores del mal de Charles Baudelaire, el conflicto del spleen y del ideal se presenta desesperado e irresoluto. Si los tiempos románticos hacen entender "el tempestuoso conflicto de todas las cosas y de todos los hombres", el "traqueteo de espadas siempre desenvainadas" deviene un duelo, por otra parte, solitario y angustioso que ve la luz a mediados del siglo XIX: aquel del artista y del Arte, del cual no se puede salir salvo "vencido".

Este tiempo es por excelencia aquel de la herida que fluye y de la sangre que se fija." Es el momento de la crucifixión del poeta. Clavado en la cruz del poema como sobre una "horca simbólica" (verticalidad del ideal / horizontalidad del spleen) Baudelaire evoca el romanticismo en términos de estigmas.

Su figura de poeta que agoniza entre los "remordimientos", lanzando su plegaria hacia el cielo vacío y bañado de un hemorrágico atardecer del cual el joven Mallarmé perpetuará en "Las ventanas" la inquietante visión. Aquí el lirismo desangrándose sobre el blanco.

La estrella matinal que en Hugo indicaba el porvenir no brilla más en el cielo "fangoso y negro" de Baudelaire. En Mallarmé, este mismo cielo será llamado "muerto", siempre vacío de sus portentos, sus dioses y sus climas, emblanquecido por las luces artificiales de la ciudad, las pálidas luces de gas "dispensadores modernos del éxtasis".

Suspendidos en medio del salón de una calle de Roma o de una sala de teatro, los "falsos cielos eléctricos", los cristales de un "pesado lustre, evocador de múltiple de motivos" darán lugar a los astros del escritor.

En Baudelaire se retira y agoniza el Dios del cual Mallarmé seguirá las exequias. En su Paris lluvioso arriba el otoño con la llorosa queja donde Verlaine y Rimbaud hacen resonar el Adiós ("¡El otoño ya!"), mientras que Mallarmé se enfoca en "el invierno lúcido".

Baudelaire observa en sus propios versos cómo se oculta el sol romántico el cual en Verlaine se ahoga tras haber lanzado la jarra de cerveza de Rimbaud en sus últimos rayos oblicuos.

Pronto quedarán cerradas, como sobre una tumba, las puertas con doble cerrojo por el "pequeño poema en prosa" escrito "A una hora de la mañana".

La obra de Arthur Rimbaud lleva la energía del lirismo a su punto de ruptura. La efervescencia extrema del imaginario en su lengua sitiada y "enamorada de visiones" no puede sino conducir a la implacable acusación del fracaso del Sueño.

De manera que la prosa de Una temporada en el Infierno deviene liquidación del poema, caída brutal del lirismo plegado sobre la tierra, "saldo" de las "invenciones de lo inusitado", de las "energías corales y orquestales", de los "saltos de armonía inusitados" y de toda "Alquimia del verbo".

El poema no sabrá ser ya el lugar del embellecimiento o del enganche, un espacio de protección, de reparación y de beneficio cualitativo.

Quemado por el fuego de las imágenes, se vuelve "desierto del amor", mientras repite la inexorable agitación del deseo. Aquí, a manera de prueba, aparece un saber de otro tipo: este saber que es adquirido negativamente, en la repetición desesperanzada de lo andado y del fracaso. No se puede seguir deseando aquello de lo que se sabe se será siempre carente.

4.- LA INCISI?N

Después de mediados del siglo XIX, que vio nacer a la poesía moderna, el poema deviene este objeto del lenguaje que muestra la incisión, o que insiste sobre esa herida, al no cesar de recordar la pérdida de lo divino y la extrema soledad de la criatura.

El poema no es ya aquel que enlaza, traduce y vuelve a leer inagotable, tal como un gran "hermeneuta", la Creación.

Deviene más bien aquel que escasea, transgrede y obscurece. Ya no hay entonces una filiación asegurada: la relación con la tradición y con las formas heredadas se vuelve más conflictiva que en tiempos clásicos y románticos.

El poeta escribe contra, o al margen de. Así Michaux afirma que "los géneros literarios son enemigos?" después que Rimbaud hubiese reclamado en su "Alquimia del verbo" los modelos atípicos, absurdos e incultos:

Yo amaba las pinturas idiotas, arriba de las puertas, decoraciones, lienzos de saltimbanquis, letreros, caricaturas populares; la literatura pasada de moda, latín de iglesia, libros eróticos sin ortografía, novelas de nuestros antepasados, cuentos de hadas, pequeños libros de la infancia, óperas viejas, refranes tontos, ritmos ingenuos.

Es así que se multiplican las poéticas de la ruptura. La escritura extrae de la disyunción y del rechazo de la discursividad sus energías y recursos: los estilos cada vez más prácticos se imponen, haciendo un corto circuito sobre la frase y complicando la sintaxis.

El motivo del desprendimiento deviene preponderante en la definición misma de la poesía. Para André du Bouchet, "el acto propio de la poesía" consiste en "traducir la separación". Es decir, que la regularidad métrica, ligando las figuras y el "torcimiento" de los versos, ceden paso a la yuxtaposición y a la desconexión.

Estos son por ejemplo, bajo la pluma de Jacques Dupin, los "rompientes", la "continuación basáltica" y las "morrenas" que vienen a constituir los motivos y los modelos de una escritura árida y tortuosa. Así el ensamble intitulado "Los Interruptores" se compone de diecisiete bloques de prosas breves, figuras de palabras maduras "bajo los cortes":

Por una Brecha en el muro,

El rosal de una sola rama

Me restituye todo el espacio vivo.

Escribir consiste entonces en forzar los pasajes, abrir las brechas en nuestro encierro. Ahí la temática insiste en el marco de las puertas y los tragaluces, en lugar de las ventanas cerradas que fascinaban a Baudelaire y al joven Mallarmé.

A propósito de Giacometti, Jacques Dupin escribe: "La soledad se cierra sobre el hombre pero el destino del hombre es esforzarse sin descanso, sin esperanza, para abrir una brecha en el muro de su prisión".

Los poemas son semejantes a estrechas aspilleras por donde se filtran o se escapan algunas líneas de claridad, algunos motivos resplandecientes:

Un contorno, y la ausencia del discurso. No muero. No dibujo. Deshago el trazo a la escucha de un rostro. Afilamiento de la luna en su primer cuarto.

Por su parte, Christian Prigent entiende la poesía como una "puesta en secciones sarcástico-rítmica de la coagulación equilibrada de las historias (?) gráfica irónica de lo discontinuo.

Dicha concepción se opone claramente a la continuidad antigua del canto lírico. Esta "simbolización mofadora" de lo negativo que pretende "escandir cínicamente al idiota en refranes lisiados" es una forma de escritura repulsiva, un "vigor de afirmación fuera del sentido".

Continuará

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