La cultura, sin variación ni distracción, encuentra su verdadero fin en el perfeccionamiento de la naturaleza de la mujer y el hombre; esa perfección produce siempre el despliegue o satisfacción de disposiciones, y el resultado, como acción de sobrepujar lo perfectible, es la ampliación de la naturaleza y aptitudes innatas concedidas por Dios, que en sentido lato o amplio recibe el nombre de perfección.
Finalmente, como corolario desgarrador, pues si no se inicia la persecución de la cultura, utilizando una metáfora, se pierde la oportunidad irremisiblemente; afirmando que la actividad creadora de la cultura está determinada por la dirección y medida de aquella y, un despliegue cultural direccionado contra la esencia de mujeres y hombres que constituyen la humanidad, no es verdadera cultura sino una pseudocultura.
(*) Es abogado, posgrado en Educación Superior e Interculturalidad, doctor honoris causa, docente universitario, escritor
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