Jorge Barboza, alcalde de Sucre, en el estado venezolano de Zulia, acaba de ser destituido porque tenía la intención de viajar al exterior y se proponía, según sospecha la policía de su país, decir que Hugo Chávez es dictador. Hacer lo que Barboza se proponía es un delito con nombre propio en Venezuela: atentado contra la institucionalidad de la revolución.
El alcalde de Caracas, Antonio Ledesma, ni siquiera fue acusado de nada: sólo se encontró un día con que la ciudad para la que había sido elegido alcalde acababa de ser diluida dentro de una entidad mayor donde Hugo Chávez había designado a otro alcalde.
Y así, la lista de alcaldes y gobernadores opositores destituidos por Chávez es larga, llena de torpezas, de abusos groseros, propios de un dictador caribeño. Un país que ha tenido dictadores por un total de cien años de su historia bicentenaria parece estar habituado a estos hechos.
Frente a ese estilo, yo me inclino por el boliviano. Los procedimientos que está aplicando el gobierno de Evo Morales para lograr lo mismo que Chávez logra con semejante torpeza son más rebuscados, son casi perfectos. Tienen un refinamiento fiorentino.
Los gobernadores opositores serán destituidos por la justicia con acusaciones que resultarán irrebatibles, pues serán planteadas ante jueces que le deben sus flamantes cargos al gobierno. Cuando eso ocurra, las asambleas departamentales deberán elegir al sucesor. Y en esas asambleas -está todo fríamente calculado-: el sucesor será masista.
Es decir que se consigue lo mismo que en Venezuela, pero por una vía un poco más larga, más elaborada. No es que quiera el gobierno boliviano cuidar las apariencias, no, lo que quiere es gozar en cada uno de los pasos. Es degustar el triunfo sorbo a sorbo.
Es el estilo boliviano. El jueves pasado ocurrió en La Paz un hecho digno de figurar entre las hazañas de la política boliviana. Cientos de padres de familia alquilados por el gobierno en El Alto para que vayan a atacar a la sede de los maestros en La Paz, se quejaban de unos pillos que los engañaron en el camino y los condujeron, con sus gritos de protesta, hasta las puertas del Ministerio de Educación. Con lágrimas en los ojos algunos de esos agotados padres alteños dijeron al periodismo que era una barbaridad la burla de la que habían sido objeto.
Fueron a protestar al lugar equivocado. Y recibieron gases. A la burla se sumó el llanto. Algunas lágrimas hubieran brotado sin necesidad de gas alguno. Pobres.
Es la picardía de la política boliviana. A veces resulta difícil descubrirla. A ella se debe que Bolivia no haya tenido jamás dictaduras largas.
Hay sutilezas peligrosas, incluso para sus actores.
Evo no es muy bueno en sutilezas. Es de la raza de Túpaj Katari o de Zárate Vilca. Él tiene que ganar las batallas, con votos en el país y con papelones en el exterior, mientras sus mandantes manejan la espada fiorentina y practican las sutilezas. La historia, que es la maestra de las sutilezas, le dará su lugar, como a Katari o Vilca.
Entonces, el espectáculo boliviano presentará otros números.
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