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Domingo 23 de abril de 2017

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Cultural El Duende

Adiós al poema

23 abr 2017

El poeta y crítico literario francés Jean-Michel Maulpoix (1952) reflexiona sobre el arte poética develando la breve historia de una crisis dentro el orbe literario. El texto ha sido traducido por Gustavo Osorio. Fuente: poéticas.org

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Primera de tres partes

1. EL VÍNCULO

En el siglo XVI, de acuerdo a una tradición que se remonta a la Antigüedad, el poeta es aquel que, esencialmente, ilustra el vínculo que une a los mortales con los dioses el microcosmos con el macrocosmos, el pasado con los tiempos nuevos: aquel que imita, enlaza y guarda la memoria.

La poesía está así gobernada por la mimesis (Maulpoix): el hombre imita a la naturaleza, la cual es una imitación de lo divino. Las obras del presente se refieren a grandes modelos antiguos. Así como lo afirma Joachim du Belay en el inicio de su Deffence et illustration de la langue françoyse, "sin la imitación de los griegos y los romanos no podemos dar a nuestra Lengua la excelencia y la luz de otras más famosas." Cuando él medita, en sus Antiquitez de Rome, sobre las ruinas de una grandeza latina, de las cuales pretende hacer memoria, el poeta está intentando dar cuenta de la aptitud de la joven lengua francesa en contraposición con las obras maestras de los Antiguos.

Esta capacidad de vínculo es ahora confrontada por el modelo órfico en vigor, ya que sobre los pasos del dios cantante "la poesía congregó a los hombres, que eran salvajes, brutos y náufragos: y de una vida horrenda los retiró hacia la civilidad, la civilización y la sociedad" (Peletier). De manera ideal, ésta permite la constitución del vínculo social. Posee un valor civilizador. La continuidad que asegura es, por mucho, más sólida que la excelencia que testifica: "la poesía fue causa de que los hechos memorables de los hombres ilustres hayan pasado a la posteridad."

Proveedora de ejemplos, la poesía hace perdurar la grandeza y la virtud. En el comienzo de su Art poétique françois, Thomas Sebillet escribe:

Todas las artes resultan tan cónyuges de esa divina perfección que nosotros llamamos Virtud, que inclusive han establecido sus fundamentos sobre ésta como piedra de toque, sin embargo han tomado prestado de ésta su virtuosa apelación.

Se trata ahora de expresar con belleza la coherencia del mundo. Cosmética más que cósmica, la poesía saluda el orden y el brillo del cosmos. No sabría tener "otro origen que celeste". Niños de los dioses, los poetas obtienen su poder de una "celeste prerrogativa" donde la música de sus versos es la que aporta la demostración. Entre la inspiración y el trabajo no subyace como tal un conflicto, no más que entre lo natural y el artificio:

Natura abre el camino y lo señala con el dedo. El Arte conduce, y se guardad de desviarse: Natura da la disposición y algo próximo a una materia: el Arte concede la operación, y algo próximo a la forma.

La escritura poética es así dominada por una lógica de inclusión y de reciprocidad: el microcosmos retorna al macrocosmos, así como lo Bello se entremezcla con el Bien. El sentimiento religioso prevalece y el poeta que "habla hacia una eternidad [?] puede lidiar en todos los géneros de argumentos."

Mientras tanto, en el siglo XVII Nicolas Boileau formula en su Art poétique la doctrina clásica, donde establece una equivalencia entre belleza, verdad y naturaleza. Proscribe lo precioso y lo burlesco y apela en ello a la razón, al igual que al genio, al buen sentido y al gusto, ligando en un solo haz de virtudes las cualidades que se vuelven garantes de un sabio autor y una bella obra:

Todo debe tender hacia el buen sentido: pero, para a ello llegar,

El camino es resbaladizo y doloroso en preservar;

Por leve que uno se desvíe, fácilmente ahogar se puede.

La razón para caminar sólo un camino tiene.

Y es así éste el motivo del vínculo que se impone bajo la pluma de Voltaire cuando hace depender de aquel oxímoron que es "entusiasmo razonable" la "perfección" del arte de los poetas.

Cuando finalmente, con Diderot, una idea más libre y más vehemente de la creación emerge, es éste el genio que todavía se encuentra para empatar de nuevo ahí donde la razón tiene más influencia:

En el hombre que la imaginación domina, las ideas se ligan por las circunstancias y por el sentimiento; él no ve a menudo ideas abstractas más que en su relación con las ideas sensibles. ?l da a las abstracciones una existencia independiente del espíritu que las ha construido; él realiza sus fantasmas, su entusiasmo aumenta ante el espectáculo de sus creaciones, es decir con sus nuevas combinaciones, únicas creaciones del hombre (?)

Es entonces que se termina la era de la mimesis: la naturaleza interiorizada no contempla ya un oficio de modelo y la palabra poética afirma, al mismo tiempo que el sujeto lírico, su autonomía. El camino del romanticismo está abierto. El poeta, así como lo afirma Leopardi, "no imita nada salvo a sí mismo".

2. EL CONFLICTO

Paralelo a aquél del drama, el vuelo del lirismo romántico valoriza a la poesía como el lugar de una dramática búsqueda de valor. Hace falta sacar a la luz un conflicto: la lucha con el Ángel o el Demonio, el diálogo patético entre la parte inferior y la parte superior, el combate de la falsedad y de la verdad? Este conflicto participa activamente en la redefinición de una justa postura en el medio humano. Lo superior no es más recibido como un modelo legado o impuesto: constituye un ideal hacia el cual el sujeto debe orientarse aplicando un esfuerzo. Una fragua, un yunque, un "concilio tumultuoso de todas las ideas" (Hugo), un águila más que una golondrina, la cual volaría contra el viento, tal será para Víctor Hugo, a partir del "Prefacio" de las Feuilles d´automne, la poesía.

A través de las tempestades de la Historia y las angustias del corazón, el lirismo romántico se orienta hacia una especie singular de apaciguamiento, del orden de la sublimación, voluntariamente tiende hacia la pacificación de los conflictos, al filo de un ascendiente ensimismamiento que accede gradualmente a la transparencia, dando así valor al poder religioso del Verbo.

De esta aspiración lírica hacia las alturas, dan testimonio entre muchas otras, las famosas palabras de Rousseau en su carta a M. de Malesherbes del 26 de enero de 1762:

Encuentro en mí un vacío inexplicable que nada podría saciar, una cierta punzada en el corazón que lleva hacia otro tipo de disfrute, del cual no tenía idea y del cual, sin embargo, sentía el deseo.

La transacción del hombre con lo que Stéphane Mallarmé, más tarde, llamará "otra cosa" (375) determina el debate lírico, tanto en su dimensión heroica como en su queja elegiaca. La poesía es entonces discurso, plegaria o canto.

"Dios caído que recuerda los cielos" (Lamartine), el hombre es reconducido por la meditación hasta la conciencia de su parte divina. Así se impone a la naturaleza entera, es un rey:

Que no ocupa más que un punto, que no tiene más que dos instantes

Pero que del Infinito, a través del pensamiento, es maestro,

Y retrocediendo sin fin los límites de su ser,

Se extiende en todo el espacio y vive en todos los tiempos.

La idealización magnetiza y orienta al discurso. Así lo afirma Alfred de Vigny en el prefacio de su Cinq-Mars, toda obra debe pintar "el espectáculo filosófico del hombre profundamente trabajado por las pasiones de su carácter y de su tiempo (?) pero ambos elevados a un poder superior e ideal que concentra en sí todas las fuerzas." (s/p). Su discípulo, Baudelaire, resumirá en cuatro términos el romanticismo en su Salon de 1846: "intimidad, espiritualidad, color, aspiración hacia el infinito.".

El sujeto romántico ofrece a sus lectores, a manera de espectáculo, el movimiento que hace hacia la divinidad. La voz lírica da a entender su situación de ser desgarrado entre una condición fatalmente terrestre y un irresistible deseo de infinito. La poesía romántica es la escena de un teatro donde disputan el alma y el cuerpo, la oscuridad y la luz, el ángel y la bestia, la depresión y la esperanza?. Y es en este debate de la criatura humana con sus propias contradicciones que la poesía resueltamente toma consciencia de su rol, incluso de su autonomía: la vía se encuentra ya preparada para los valores de creación que dominarán a la segunda mitad del siglo. Como lo escribe Paul Bénichou en Le Sacre de l´ecrivain, "es en la exaltación de la poesía, puesta a nivel del más alto valor, vuelta verdad, religión, luz sobre nuestro destino, que hace falta reconocer sin duda alguna el trazo distintivo más cierto del romanticismo".

Continuará

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