Sábado 22 de mayo de 2010
ver hoy
La vida es diversidad que ha de converger en lugar de divergir. Sólo hay que mirar y ver. Cohabitamos, queramos o no, en un mar de variedades lingüísticas, religiosas, culturales. Las cuerdas que amarran el respeto de unos por otros son, en general, cuerdas de necesidad; como dijo el escritor francés Blaise Pascal. No en vano, cuando los que mandan pierden las formas, los que obedecen también extravían la consideración hacia los que rigen. Algo parecido viene pasando ahora en el mundo. Se han perdido tantos fondos humanos, por no tener en cuenta la dimensión integral de la persona, que el desorden social contribuye a separarnos aún más. Son muy pocos los que en verdad luchan por confluir las diversidades en el bien común.
El mundo, todo el mundo, tiene que caminar al encuentro de la diversidad y aceptar la diferencia. Un grupo de relatores independientes de la ONU destacó recientemente el vínculo indisoluble entre la diversidad cultural y el respeto a los derechos humanos. Esa tolerancia hacia la pluralidad sólo puede prosperar en un ambiente de respeto a la libertad de expresión, al libre flujo de información y a la protección contra todo tipo de discriminación. Ciertamente, a la lucha por la liberación del ser humano le queda todavía un largo camino. Al enjambre de relativistas culturales y filosóficos que niegan que todos los valores sean universales, hay que sumarle otras bandas que barren para sí los derechos, obviando la universalidad de los mismos, junto a una multitud crecida que olvida la relación entre derechos y responsabilidades.