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El dolor inobjetablemente es. Irrupción súbita o acompañante Ãntimo. Más que otredad, un sà mismo que termina revelando esa condición impredecible que nos habita. Infatigable, trabaja sobre la materia que nos sostiene, sobre el silencio que nos contiene. Se da modos para permanecer o para proclamar que algo anda mal, y que de no escucharlo, algo o alguien podrÃa terminar.
Punzante, ardiente, lancinante, sordo o irradiante, galopa sobre el continente del cuerpo. Agudo o crónico, tópico o fantasmal, no deja de ser una experiencia abierta a otro estado de conciencia. Suele llamárselo cáncer, neuralgia, pancreatitis, glaucoma, infarto, esguince, úlcera, pena, depre, desamor, en fin, nombres convenidos y perimetrales a su naturaleza insondable. AsÃ, el dolor es una experiencia intransferiblemente personal, definitivamente innombrable. El sufrimiento musita o chilla desde un lenguaje interior, más aquà y más allá de las palabras.
Aunque podemos rastrear las causas, sin embargo en el cuerpo, el dolor es algo que no se ve, algo que no se escucha. Desde un lenguaje inmemorial nos dice algo que tiene el color de la sangre y el hálito del ocaso, nos arrastra por pasillos manchados de inminencia. Nos limpia o empaña los ojos y nos invita a manotear los patios secretos de la existencia. El dolor nos empuja a inventar otro yo, alternativamente luminoso y oscuro, forjado de esperanza y deseo, con frecuencia envilecido por el dedo puntiagudo de un dios autosuficiente, sobre la llaga.
El dolor es producto de una construcción histórica y cultural. Hay por supuesto una diferencia entre tratar de comprender el dolor, inferirlo o vivirlo. La cultura, las religiones, el arte han desarrollado formas diferentes de asumirlo. La concepción del dolor en un ciudadano griego del periodo de Pericles es diferente a la de un aymara, hoy. Los cuadros de Frida Kahlo expresan el sufrimiento humano de un modo diferente a los cristos lacerados de Matthias Grunewald.
En el caso de Jorge Chirinos, los poemas postreros van a contrapunto del cáncer que lo aquejó los últimos años. Lamiendo los restos del mal, el poema abrÃa el dolor y exponÃa su mirada lánguida: "El oleaje abandona los restos del dÃa, los deposita con cuidado al pie de mi cama. Se trata de una ofrenda, pero no deseo levantarme. Me aferro a la almohada, a los charcos de oscuridad que me protegen".
Pedro Shimose, a partir de un enfoque social, en "Poemas para un Pueblo" se duele del paÃs, trazando los siguientes versos "Â?y me vine a caminar la patria, a conocerla, a palparla y sufrirla / y me vine a soñar en carne viva esta patria sangrante y dolorosa, / y hasta aquÃ, por dónde voy, me persigue su herida y su silencio".
Interlocutor del poeta, el escritor, el artista; escrito, dibujado, melodizado, el dolor surge y urge, hace y deshace, tiene algo de Dios y del mismÃsimo demonio.
Edwin Guzmán Ortiz.
Oruro, 1953. Poeta y escritor, crÃtico de arte.
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