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Fue una inspiración súbita, aunque tenÃa un fundamento racional indudable. Me parecÃa que el tren era el medio más seguro de viajar dentro de Chile, sin los controles que hay que sortear en los aeropuertos o en las carreteras. Y sobre todo porque se aprovechaban las noches, que eran inútiles en las ciudades por el toque de queda. Franquie no estaba muy convencido, pues sabÃa que los trenes son el medio de transporte más vigilado. Pero yo alegaba que, por lo mismo, son más seguros.
A ningún policÃa se le ocurre que un clandestino suba en un tren vigilado. Franquie, al contrario, creÃa que la policÃa sabe que la gente clandestina viaja en los trenes, porque piensa que los lugares más seguros son los más vigilados. CreÃa, además, que un publicista rico, con una larga experiencia y grandes negocios en Europa, está dispuesto a viajar en los estupendos trenes europeos, pero no en los pobres trenes de la provincia chilena.
Sin embargo, lo convenció mi argumento de que el avión de Concepción no es el más recomendable para cumplir una cita o un plan de trabajo, porque nunca se sabe si la niebla le permitirá aterrizar. La verdad, entre nosotros, es que yo hubiera preferido el tren de todos modos, por mi miedo incurable al avión. Asà que a las once de la noche tomamos el tren en la estación central, cuya estructura de hierro tiene la misma belleza incomprensible de la torre de Eiffel, y nos instalamos en un compartimento confortable y limpio del vagón dormitorio.
Asà lo hicimos, a toda prisa, porque ya habÃa sonado el toque de queda, y los inspectores nos azuzaban a gritos: "Apúrense, caballeros; apúrense, que estamos violando la ley". Sólo que a los guardias de la estación de Rancagua, soñolientos y muertos de frÃo, no les importaba un rábano aquella violación consentida e inevitable de la ley marcial.
Corrió unos 50 metros a una velocidad inconcebible sin que el plato perdiera su equilibrio mágico, se lo dio por la ventana del vagón de cola a alguien que, sin duda, le habÃa pagado para eso, y antes que nosotros llegáramos al nuestro ya habÃa regresado al restaurante.
A las siete de la mañana, cuando aún faltaba mucha tierra para que se acabara el alambre, llegamos a Concepción. Mientras decidÃamos el paso siguiente pensamos en buscar donde rasurarnos. Por mà no habÃa problema. HabrÃa aprovechado el pretexto para dejarme crecer la barba una vez más. Lo malo era la catadura de forajidos que iban a vernos los carabineros, en una ciudad que está en la conciencia de todos los chilenos como el escenario de grandes luchas sociales.
Allà nació el movimiento estudiantil de los años sesenta, allà encontró Salvador Allende un apoyo decisivo para su elección, fue allà donde el presidente Gabriel González Videla inició las represiones sangrientas de 1946, poco antes de fundar el campo de concentración de Pisagua, donde se entrenó en las artes del terror y la muerte un joven oficial llamado Augusto Pinochet.
* Gabriel GarcÃa Márquez. Escritor y periodista colombiano, 1927 - 2014.
De: "La aventura de Miguel LittÃn
clandestino en Chile", 1986.
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