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Juro que no me acuerdo - Periódico La Patria (Oruro - Bolivia)
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Domingo 09 de abril de 2017

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Cultural El Duende

Juro que no me acuerdo

09 abr 2017

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A mi memoria la tengo olvidada. Dice alguien que alguna vez hubo un niño bueno en mí, que usé bermudas con tirantes de jeen, medias blanquitas y zapatillas impecables. Yo no me acuerdo.

Hacía deportes. Eso dice alguien de mí. También, que ya de grande pagaba sagradamente los impuestos y que diezmaba en el templo aquel. Tengo dos hijas. Lo dice la que dice ser mi mujer; y ella dice muchas cosas de mí, casi tantas como el diario. Hace nada de tiempo que hice algo de lo que no me acuerdo.

***

Me encuentro en el baño. "¿Quién me trajo?" - "Llegó conmigo. Haga de una vez, haga."

�l me pide que haga, pero yo no sé qué quiere que haga. Yo no recuerdo haber pedido que me traigan acá. No puedo hacer nada, no tengo ganas de hacer. "No puedo hacer".

***

Alguna vez fui bombero, agarrador de mangueras, apagador de incendios. De rojo vestía en el trabajo y calzaba botas de plástico negras, brillosas, hasta por debajo de la rodilla. Me lo cuenta la señora de cabeza blanca. Ahí está ella, del otro lado de mí, sonriéndome con pura encía y ningún diente. Tiene un libro con señaladores que dicen "Dante Gebel, pastor de vida". Dante Gebel también sonríe en los señaladores. "Soy tu mamá, Carlitos". Dice que es mi madre.

***

Mi dedo anular no responde a las órdenes que le doy. Alguna vez le ocurrió algo, no sé qué, pero dejó de ser lo que seguramente era y se convirtió en un pobre inútil entre sus hermanos. Todos me hacen caso, menos él. "Anular, anulado".

***

En mí hubo juventud y antes, posiblemente, adolescencia. Esto último no me consta, nadie me lo dijo. Sí, en cambio, tuve juventud. "Asistía a la Universidad con total normalidad", dice el diario. A él se lo dijo una persona que dijo ser compañera mía en una carrera que el diario no menciona. "Carlos era divertido, normal. ¿Como estudiante? Normal, buen alumno, dedicado". Esto último lo dice alguien en voz alta, alguien que sale de la radio. El locutor acaba de presentar a alguien que dice ser compañera de curso y amiga mía. Ahora habla una mujer mayor. Dice que es mi profesora. Todas mujeres las que dicen conocerme en voz alta, por la radio. ¿No me conoce ningún varón?

***

"¡Súbase los pantalones! Hace diez minutos que le digo que se suba los pantalones. ¡Súbase los pantalones!" El señor me mira, y grita. Parece dirigirse a mí.

***

Dice el diario que ayer entré a un lugar y, "sin medir palabras", descargué "una batería de tiros en la cola de pago a la tercera edad". Hay fotos de lo que fui ayer; o, mejor, hay fotos de lo que dicen fui ayer, con mis manos de ayer esposadas por detrás. "Mató a ocho ancianos y dice que no se acuerda". Eso dice el titular del diario que tiene la foto de mí que dicen me tomaron ayer.

El de la foto se parece a mí. Y mis manos de ayer tienen cierto parecido a mis manos de hoy. Me acuerdo que nunca me acuerdo de nada. Alguien, del otro lado de mí, dice que yo comía vegetales crudos y que hice dos cursos de pintura con un gordo de nacionalidad ecuatoriana.

Hoy me trajeron témpera, agua y caballete para que practique eso que dicen aprendí. El gordo debe haberme enseñado su arte sin tatuajes; debe haberme dicho que tome el pincel con mis dedos útiles, si acaso en esa época tenía dedos aptos y no alguno muerto como ahora. El gordo del otro país debe haberme inculcado sus maneras de pensar su arte. Y ahora quieren que pinte. Me lo pide la señora de cabeza blanca, la chica que dice ser mi mujer, las dos niñas que la acompañan, y hasta el hombre que me grita. Todos juntos.

***

Leo. "La mujer y el otro empleado se miraron, durante un instante, como dos compañeros de baraja".

Lo dice Sábato en alguna parte de algún libro suyo. Leo a Sábato y algunos autores más. Eso dicen.

Leo todos a la vez: si leyera uno primero y otro después, no podría confirmar que leí más de uno. No lo recordaría. Los leo, y alguien dice por acá que los releo. Seguro lo hago porque deben gustarme; no lo sé. El señor de los libros dice que releo. Releo a Sábato y a otros más. Eso dice él, el señor de los libros. Por eso, quizá, hoy me dio un libro de Sábato. Y lo leo en esta silla, sentado de frente hacia allá, con la mirada fija en el libro, porque lo leo y no hago más que eso, leerlo.

***

Me leo, me río, me duermo. Todo lo hago a la vez para recordarlo todo. No sé si antes de algo hice otra cosa. No tengo memoria de mí antes de esto que hago ahora mismo. Nunca sé de mí antes de nada. Sé que me sonrojo, me callo, me sueño, porque hago estas cosas todo junto y ahora, todavía no aprendí a grabar cosas sueltas en mi mente; no sé recopilar ni ordenar para después hacer un recuento de mí.

Me apiado, me imploro, me atornillo.

Gané casi una decena de trofeos pegándole a la pelota contra un frontón; soplé velitas en cinco tortas de chocolate y algunas menos de manzana verde; escalé un árbol de enormes tres metros cuando sólo tenía un año y medio, resbalé justo cuando iba a recibir mi primera hostia y, en mi desesperación por no caer, me agarré de la sotana del cura, que revoleó por los aires las galletas y la sangre de su cristo. Si por mí fuera, nada de eso me pasó. Todo me lo acaban de contar en una serie de cuentos sin respirar. Y juran que no mienten.

***

Tengo hambre. En este segundo, tengo hambre. Si antes tuve hambre, no lo sé. En algún resquicio de mi memoria quizá viva el resto de mí; hoy por hoy, soy esto de ahora; un segundo de vida. Ni siquiera sé que fui hace nada. Tengo hambre. De mí no queda más que mi hambre.

***

Pienso sin mi consentimiento. Aparecen por mi cabeza imágenes que no las quiero, todas amontonadas en mi memoria de ahora. Domar caballos no quiero; tomarme un micro no quiero; morder esa lengua no quiero; rezar no quiero; revolver el té no quiero; tragar saliva no quiero; jugar descalzo no quiero; hacer, no quiero.

***

"Hago, señor, hago". Estoy en el baño. Debe haberme traído ese señor. "¡Es un sicópata! ¡Y todavía tiene la sinvergüenzura de decir que no se acuerda!" - "Sinceramente yo creo, señorita periodista, que deberían darle cadena perpetua. Sinceramente, señorita" - "¡Que pague ese desgraciado! ¿En qué mente puede caber hacerle eso a los pobres abuelitos?" La gente habla de mí en la radio. Lo dice el locutor. Escucho que la gente dice muchas cosas de mí; o, mejor, escucho que dicen cosas del que dicen soy yo.

La gente leyó el diario. "Dios vive en nosotros, hijo". La señora de cabeza blanca está del otro lado de mí. No tiene dientes. Dice que es mi madre. "Dios te ama, Carlitos". Parece dirigirse a mí. Trajo un libro con señaladores de Dante Gebel, un pastor de vida que ríe como ella pero con dientes. La señora de cabeza blanca lee su libro. Lo relee. No hace más que eso, leerlo. Está del otro lado de mí. Abre la boca, arruga la cara y muestra su encía pelada cuando dice "gloria a Dios". Porque dice "gloria a Dios". Ahora, la señora de cabeza blanca dice "gloria a Dios". -Di, "gloria a Dios" - "¿Por qué?" - " ¡Di, Carlitos, di!" me grita. La señora de cabeza blanca me dice que diga. Pero yo no digo.

***

Dicen que hubo vida en mí antes de este momento. Yo sólo sé que tengo un hoy, este segundo de memoria. Posiblemente hubo un ayer en mí, y también semanas y años de este lugar conmigo dentro. "¿Desde cuándo estoy acá?" - "Quince años". Alguna vez comí vegetales crudos para matar el hambre. Me lo acaban de decir. No recuerdo haberlo escuchado antes. Según dicen, lo de los vegetales es parte de mi pasado. Ahora alguien me dice que hicieron películas de mí, que llenaron páginas de revistas con fotos de mí, que alguien escribió un libro que habla de mí y cuenta la historia que el diario atribuye al hombre con manos de mí. Todo junto me lo dice alguien, nada por separado.

***

Entró una joven de mandil blanco. Está de pie y me mira desde ahí arriba. Pregunta por mi niñez, por mi madre, por mi juventud. Pregunta todo junto. "No me acuerdo". Dice que se llama Irene. Una doctora Irene se refiere a mí como un esquizofrénico en el diario. "¿Doctora Irene, dijo?" Está de pie. Le hago mi pregunta desde aquí abajo y ella me hace varias desde ahí arriba, con sus dos piernas ocupando todos mis ojos. Mi mano izquierda rehabilita el anular anulado. Sube y baja el anulado con el favor de sus hermanos. Apunta el inútil hacia la pierna más cercana de la joven de blanco.

Ella ahora me habla del día de pago a los ancianos y me pregunta por ese día. "Piensa, Carlos, recuerda". Pero yo no recuerdo ni quién me llevó al baño la última vez. Todo está oscuro, tengo frío y me cubro con la manta. No tengo hambre. Vivo este momento sin hambre. No registro otro anterior ni posterior, apenas este, y este momento no registra hambre.

***

"Di gloria a Dios, hijo" - "¿Usted quién es?" - "Tu mamá" - "Gloria a Dios, mamá".

Quisiera pensar con mi consentimiento: domar sonriente estos caballos que galopan en mí; tomarme este micro que se me acerca, hacer que me lleve más allá de acá; morder con gusto esta lengua que me invade; rezar para dar y luego recibir; revolver el té para endulzar mi vida; tragar esta saliva amarga y sentirla rica; jugar descalzo y hacer, quisiera hacer cuando me lo pidan. Hago.

***

El señor está mirándome. "¿Me subo los pantalones?" El señor parece mirarme. "¿Me subo los pantalones, señor, me subo?". Me tengo. Me sostengo. Resisto el momento. Respiro. Vivo mi segundo. Acabo de descubrir que cuelgan de mis manos nueve dedos productivos y uno inservible. Ahora, algunos de aquellos asisten a este y logran que señale. "Anular, ex anulado. Anular rehabilitado". Apunta el pobre inválido. "¡Gloria a Dios!" Hay fiesta en mis manos.

***

"Piense, Carlos. Recuerde" - "¿Quién es usted?" - "Irene, la doctora, lo visito todos los martes. Hace veinte años que lo vengo a ver" - "Debe ser" - "Carlos, necesito que haga memoria, que me cuente por qué mató a esos ancianos" - "Sinceramente no me acuerdo, señora, juro que no me acuerdo". Discurro en blanco y negro. Ahora silbo, ahora como, ahora río. Cierro los ojos. Duermo. Antes seguramente hice algo que no recuerdo; por lo pronto, discurre mi película de este segundo, en colores.

***

No pienso. Nada aparece en mi cabeza; ni junto ni separado. Tengo consentimiento pero, en este segundo, no me sirve para nada. Soy mi memoria corta. Ahora, en este momento, escuálido de mente camino de acá para allá y de allá para acá, pero no más allá de estos dos metros por cuatro. Existo en este momento, tengo una vida que será muerte dentro de un segundo porque todavía no aprendí a recordar. "¿Que si maté a quiénes? No sé. Yo le juro por Dios que no me acuerdo de nada. Todo es posible en mi vida anterior a este segundo.

***

Hago, digo, hago, digo. "Hago, señor" - "Digo, señora".

***

El diario muestra una foto de mí; dice que ese soy yo. Un joven hace de mí en esa foto. Mi espejo, este espejo, muestra un viejo de mí. "Mató a ocho ancianos y dice que no se acuerda". Léalo usted misma; eso dice el titular del diario que tiene la foto de mí que dicen me tomaron no sé cuándo. ¿Se parece él a mí? Así quisiera decírselo, con mi consentimiento, a la joven de mandil blanco que está ahí, al otro lado de mí. Pero mantengo la boca cerrada. Llena mis ojos con todas sus piernas que hoy, en este segundo, son dos. Desde ahí arriba me hace preguntas, varias juntas, todas a la vez. Se nota que quiera varias respuestas, todas a la vez.

El diario dice que ese joven que lleva mi nombre descargó una batería de tiros en la cola de pago a la tercera edad. Hay fotos de mí esposado; o, mejor, hay fotos de lo que dicen era yo aquella vez, con mis manos esposadas por detrás. "A mi memoria la tengo olvidada". Se lo digo en silencio. No sé por qué. Ahí están todos, del otro lado de mí. Quieren que pinte, y si quieren, pinto, ahora me piden que haga y, si quieren, hago. Me piden que diga y yo digo, con todo gusto, si realmente lo quieren así.

Quisiera decirles tantas cosas que no recuerdo, quisiera pensar con mi consentimiento. Justo hoy, en este segundo, lengua no tengo, voz no tengo, verdades no tengo, razón no tengo. Lo veo a usted, que me dice que hubo un niño bueno en mí, que yo vestía bermudas, medias blanquitas y zapatillas impecables. Escucho que usted misma me dice ahora que después cambié y que maté a varios ancianos. Yo, sinceramente, no me acuerdo. Usted dice que es mi madre y usted, la que está con esas dos muchachitas, que es mi mujer. Bienvenidos todos a mí.

* Oscar Díaz Arnau. Salta, 1971. Periodista, escritor.

De: "XXXI Concurso de Literatura Franz Tamayo", 2005.

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