Domingo 09 de abril de 2017
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Hay discusión acerca del origen de la narración detectivesca. Algunos lo remontan a la Biblia, hasta aquel episodio del libro de Daniel en que el profeta descubre que no es Baal quien consume los alimentos que se le ofrecen sino sus sacerdotes, a los que desenmascara esparciendo granos de trigo por la noche en torno al Ãdolo, donde a la mañana siguiente pueden verse las huellas de pies furtivos. Para otros, más helénicos, el padre de todos los detectives y también el más desventurado es Edipo, que sabe responder al enigma de la Esfinge para luego descubrir que el asesino de su padre no es otro que él mismo. Son hipótesis ingeniosas y eruditas, aunque bastante caprichosas. Yo creo que el género es moderno y exige un crimen misterioso, pero también el ajetreo mestizo de las grandes urbes mecanizadas que aparecen en el siglo XIX y el choque entre los métodos rutinarios de los cuerpos policiales recién inventados y sus competidores privados, de un racionalismo más cientÃfico e innovador. De modo que suscribo plenamente la opinión de Jorge Luis Borges, entre otros, que convierte al Auguste Dupin de Edgar A. Poe en el primer detective de la via modernorum.