Carteles dignos de una paliza

Cuando hace nueve meses aproximadamente lamentaba públicamente el fallecimiento del gran Carlo Pedersoli, más conocido como Bud Spencer, venían a mi memoria las hilarantes películas que me encantaba ir a ver a cines de segunda y hasta tercera mano con tal de divertirme una y otra vez con las fabulosas palizas que recibían los pobres ilusos que cobraban lapo a lapo unas sacudidas fabulosas de parte de ese par de grandes comediantes italianos, pues junto a Mario Girotti, más conocido como Terence Hill supieron hacer verdadero humor del bueno.

Cabe recalcar, que su humor no radicaba precisamente en los buenos chistes, lo que provocaba que la audiencia se divierta eran las permanentes y rebuscadas escenas de violencia donde solitos los dos acababan con turbas de pillos.

Pero no era ese el único tipo de violencia que generaba adicción cinéfila en la infancia de mis tiempos, estaban por un lado las memorables aventuras de todos los cachascanistas mexicanos, que realmente tenían mucha imaginación para buscarse contrincantes fuera del ring. Empezando por las momias de Guanajuato, pasando por las mujeres vampiro, terminando en los zombies, si algo les sobraba eran rivales para fulminar a plan de golpes y dobles Nelson. Y por el otro lado estaban las películas de "chinitos" que si algo tenían de principio a fin eran pues millones de karatazos y patadas por doquier.

Un muy joven Jackie Chan con el estilo de su alcoholizado maestro y otras pequeñas estrellas entre hombres y mujeres mostraban con peripecias de lo que eran capaces los alumnos del Shao Lin.

Muchos artistas occidentales también le daban un toque especial a las artes marciales para incrementar más aún su popularidad. Nombres como Chuck Norris, o David Carradine dieron su gran aporte a la popularización de las antiguas artes orientales del Kung Fu.

Pero el maestro de todos y hasta hoy inigualable fue el gran Bruce Lee. Americano de nacimiento, su origen chino lo llevó a estudiar sus raíces y filosofía, hasta llegar a crear un estilo propio que popularizó con el nombre de Jeet Kune Do o "el camino del puño interceptor".

Dueño de un físico fabuloso, de movimientos cortantes, rápidos, secos, con unos gritos potentes y un domino extraordinario de muchas armas como los nunchakus, era sin duda el mimado de Hollywood a la hora de hacer películas para los amantes de este género.

De todas ellas, una mejor que la otra, hay una escena particular de la cinta "Puños de Furia" a la que me quiero referír. Resulta que Bruce Lee quiere ingresar a un parque administrado por japoneses y cuando está a punto de cruzar el umbral, un personaje de turbante lo detiene y con un papel señala un cartel colgado en la pared en la que se lee, tanto en inglés como en japonés: "prohibido el ingreso a perros y chinos". Al instante una dama muy elegante atraviesa la misma puerta en compañía de un can, y cuando Bruce reclama, el portero le dice porque ella no es ni china ni perro. De pronto hacen su llegada unos japoneses elegantemente ataviados que antes de ingresar al parque se burlan del "chinito" y el más alevoso de todos le dice: Tú no puedes entrar, pero si tantas ganas tienes, te pones de 4 patas, te ato una cuerda al cuello y te hago pasear como a mi perro.

Mala idea decir eso, pero aún decírsela a un mandarín de tan pocas pulgas, los golpes empiezan a cobrar dientes y todos los nipones terminan por los suelos sin saber ni su nombre completo.

Típico de Lee, mira furioso el cartel, de un patada lo descuelga y de otra lo hace explotar en mil pedazos y así da una lección de lucha contra la discriminación allá por el año de 1972, aunque la película estaba ambientada en una década antes.

Habría que recalcar que a la escena en sí le da una connotación especial, la terrible y ancestral rivalidad que separa a japoneses de chinos y que tuvo su zenit en la humillación que les infligieron los hijos del sol naciente a los chinos en Manchuria poco antes de la Segunda Guerra Mundial y que dejó cicatrices que aún no pueden cerrar.

En todo caso, si existían varios factores que podían dar lugar (muy equivocado por cierto) a aquel insípido cartel lleno de fobia y discriminador. Pero lo que no se puede entender bajo ningún aspecto, es que en pleno siglo XXI, en el año 2017, cuando aparentemente ya casi todas las barreras de separación entre congéneres se están cayendo, en Uruguay, un desubicado dueño de café escriba (a modo de broma según él), un letrero que diga en inglés: "No se admiten perros ni mexicanos".

El propietario justificó lo escrito en la pizarra, aludiendo un cartel similar en la cabaña donde se acaban a tiros los protagonistas de la película de Tarantino "Los odiosos ocho". Pero obviamente no tenía sentido tal argumento por ningún lado.

La discriminación donde quiera que se encuentre y tenga lugar debe ser combatida, no es posible que sigamos pensando que hay mejores y peores cuando está por demás demostrado y legalmente justificado que todos somos iguales ante la Ley pero especialmente a los ojos del Creador.

Que se acaben los bromistas que usan las redes sociales para insultar, ofender y crear malestar entre congéneres, tan iguales como diversos, pero con el mismo deseo de vivir en paz. También reprochar a quienes queriendo insultar a los padres se estrellan contra sus indefensos hijos, principalmente si estos son recién nacidos y son inocentes de lo que sus progenitores hacen. Todos ellos al igual que el impresentable oriental dueño del cafecito, merecerían que Bruce Lee les haga una visita, aunque sea para jalarles las patas.

(*) Paceño, stronguista y liberal