Domingo 16 de abril de 2017

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Un joven de 16 años se divierte en casa de unos amigos; beben refrescos, comen pizza, se entretienen con videojuegos� no muy lejos de él una persona de edad avanzada observa una nueva edición de su concurso favorito. Sin que ellos lo sepan tienen algo en común: se sienten solos. Son dos tipos distintos de soledades y la manera de enfrentarse a ellas también debe de ser distinta. Pero la soledad puede resultar tan perjudicial como muchas enfermedades. De hecho, el aislamiento atrae enfermedades.
La soledad no deseada va en aumento en España, especialmente entre las personas mayores de 65 años. Asà lo refleja la Encuesta Continua de Hogares 2016, del Instituto Nacional de EstadÃstica (INE). Casi 2 millones de personas viven en esta situación, que se agrava a medida que aumentan los años. Estas personas mayores representan más del 40% de los hogares unipersonales en el paÃs europeo.
Existe una gran diferencia entre la soledad autoelegida y el aislamiento. Los espacios de soledad pueden ayudar a una persona en momentos de estrés, ayudan a recuperar energÃas, facilitan la reflexión y ayudan a conectar con las propias emociones. Sin embargo, el aislamiento social se produce cuando una persona está alejada de su entorno de manera involuntaria.
El aislamiento social es muy común en personas mayores o en aquellas que tienen dificultades funcionales o dolencias que les impiden salir de su domicilio. Puede acarrear depresiones y algunos estudios sostienen que causa dificultades de aprendizaje, problemas de atención y para tomar decisiones.
En personas jóvenes el aislamiento social puede deberse a problemas de acoso escolar o a traumas en la infancia. La sobreprotección de los padres también puede ocasionar que el niño no aprenda cómo relacionarse con su entorno. A estos niños les resultará mucho más difÃcil establecer nuevas relaciones cuando lleguen a la edad adulta.