Una princesa de verdad

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Ni monarquías, ni reinados de origami, una princesa de verdad.

Tenía tres años, hablaba dulcemente mientras me miraba a los ojos y su cálido e inesperado abrazo por un instante me desorientó, sus pequeñas manos y su certeza de no ser rechazada por una extraña, simplemente me conmovieron.

Luego de este encantador gesto, diré que no podré olvidar la sonrisa de Valentina, tampoco la cascada imparable de sus confusas palabras en italiano mezcladas con un poco de español que para mis oídos tenían un delicioso timbre mediterráneo.

En cuanto probamos el exquisito vestido color coral de tules y delicado encaje, ella se transformó en princesa. Todo expresaba alegría, su cabello de miel se mecía mientras sus pequeñas manos y pies danzaban con música imaginaria frente a los grandes espejos.

Verla y escucharla, sin duda fue una delicia para los sentidos, pero más que nada, un recordatorio de que una niña libre y feliz es una niña sana, protegida, segura y amada.

Autenticidad, alegría y felicidad son los ingredientes con los que día a día ellos juegan. Protegerlos, amarlos, educarlos con valores, son solo algunas de las tareas más importantes con que podemos contribuir al bienestar de nuestro mundo, será el único legado verdaderamente trascendente que podemos dejar.

Que vivan los maestros de la felicidad y el amor: nuestros queridos niños.