¿Fotos en alta resolución?, cámbiate a Premium...
Primera de tres partes
Campanario, febrero de 1949
Señor / Plácido Gómez / Añimbo
Hermano mÃo: ¡Por fin sé que no te has muerto como te lloraba la mamita! Mirá lo que son las cosas. Estando en una chicherÃa, se me adelanta un forastero; de apelativo: don Benito Rueda ¿lo conocÃs? Y me dice: ¡Caramba! En mi pago hay un hombre "papa partida" de usté. Aunque ahora que lo miro bien, él tiene cara de cachazudo y abeloriaoÂ? Por casualidá ¿es su pariente? Se llama Plácido Gómez. -¡Es mi hermano!- grité dándole un juerte abrazo y, sin esperar que termine el fandango me vine a la casa para escribirte.
Hermanito querido: ¡Cómo nos ha dolido tu ausencia! ¡Siete años de olvido como si la mama y yo nos hubiéramos finao! Ni una palabra, ni un encargo, ¡nada! Te has ido diciendo que ibas a dentrar de socio en una molienda y que volverÃas exacto a los nueve meses, con plata para pagar tus cuentas y para casarte con la Aurorita. ¡Ni lo uno ni lo otro!
Bueno, pero, para qué entro en detalles si no estoy seguro de si vos sois realmente, vos y no otro de iguales generales, además, no tengo mucho tiempo porque don Benito ya tiene ensillao el caballo y me apura. Entonces, prefiero esperar que me contestÃs para contarte muchas cosas que aquà han pasau: unas buenas; oras malas. Una desgracia de la mamita y otra, nacida de la semilla de tu dejadez y olvido. ¡Por lo que más querÃs, hermanito Plácido, respóndeme prontito! Hasta entonces viviré como atorao por un camote caliente.
Leer más
Moisés Gómez
***
Añimbo, septiembre de 1949
Señor / Moisés Gómez / Campanario
Querido Moisés: ¡Mirá la alegrÃa que me has dao, al escribirme! ¿DecÃs que han pasado siete años de mi partida? Pero si me parece que ayer nomás salà del pago. Decime, hermano ¿qué desgracia le ha ocurrido a la mamita? Porque sin eso yo he tenido parte, juro que me parto la cabeza con la misma resolución que tuvo Eustaquio Méndez para cortarse la mano. ¿Te acordáis de la historia?
Contame, Moisés, toditos los problemas a los que aludÃs en tu carta y asÃ, de un tirón, porque sabÃs que tengo el lomo duro y que me he criao soportando garbas sin poncho.
Te abraza, Plácido.
***
Campanario, octubre de 1949
Querido hermano Plácido: Está visto que seguÃs cachazudo. EscribÃs después de siete años y no contáis nada. ¿Acaso no tenÃs en cuenta que aquà se nos va el alma por saber de tus correrÃas? ¿Por qué aparecÃs por el norte habiéndote ido pa´l sur? ¿Te has casao? ¿TenÃs hijos? ¿Quién es la alma bendita que te aguante? Para no caer en lo mismo que reparo, comenzaré a contarte algo de lo que aconteció en el Campanario. Como dicen que los tragos amargos hay que tomarlos primero, principiaré por decirte que la mamita se fue al cielo. Lo hizo mirando el camino por el que tenÃas que llegar. Una tarde la hallamos calladita, como una amapola herida, los ojos febriles y el pulso apagao. Se fue susurrando tu nombre. ¡Hacele rezar una misa, Plácido! Te digo que le darÃs la sorpresa grata que no le diste en su vida.
Respirá hondo porque todavÃa las desgracias no han terminao. Por si te hubieras olvidao, te recuerdo que para entrar en la sociedad que te sacó del pago, empeñaste, por tres mil bolivianos, al viejo avariento de Paulo Arenas, todito el tapial que te dejó nuestro papá. Ahora decir: ¿Ese dÃa estabas alunao, borracho quizá? ¿Cómo has comprometiu un interés del 10 % y de yapa ese enredo de que si no pagabas puntualmente los intereses, estos entrarÃan a engrosar el capital?
Yo digo que como en el pago se te iba conociendo como un tamaludo, el viejo malició lo que iba a ocurrir y se aseguró capital y réditos. ¡Salió ganandoÂ?! Menos mal que estáis vivo y podÃs recobrar lo tuyo con un poco de empeño.
Ya imaginarás cuánto julleriaba don Paulo y lo mucho que sufrÃa la mama. Por eso y porque me hervÃa la sangre al ver tus tierras en manos ajenas, me di la tarea de avisarte. ¡Cuántas cartas te habré escrito todos estos añosÂ?! ¡Los encargos que te habré mandao con todos lo que viajaban pa´l surÂ?! ¡Y el número de veces que pregunté por vosÂ?.! ¡La mierda! Cómo pa´ llenar un diccionario.
A todo desconocido que llegaba, yo me acercaba para preguntarle: -DÃgame forastero ¿conoce usté a un tal Plácido Gómez?- Por el nombreÂ? no, peroÂ? ¿cómo es él? -me decÃan algunos- ¡Igualito que yo, pero un poco calmoso! ¡Nadie me pudo dar noticias tuyas! Como si te hubiera tragao la tierra. Y asà pasaron los meses y los años. Creo que toditos en la familia te creÃmos finao. Un dÃa ¡bendito sea! Cuando menos lo esperaba, estando en la chicherÃa de doña Pascuala, un viajero me sale dando la noticia de que seguÃs vivo. Mi corazón dio una voltereta y corrà a buscar papel y tinta.
Bueno, el papel se me acaba y la vela parpadea próxima a ser dijunta. ¡Venà pronto a arreglar tus asuntos�! Sentaos mano a mano, bajo el limonero del patio, podremos contarnos nuestras penas y esperanzas.
Te espero. Moisés
***
Añimbo, febrero de 1950
Querido hermano Moisés: Casi sin terminar de leer tu carta, fui a buscar un lazo para ahorcarme en un molle. Asà pensé pagar mi ingratitú con la mamita y pasar -al momento- al otro mundo para darle las explicaciones del caso�
Después, se me aclararon los hechos. ¿SabÃs, hermanito? No ha sido mi cabeza la mala, ¡fueron mis "patas"! Mi cabeza codiciaba por regresar donde ustedes pero al filo siempre se presentaba algo importante que me detenÃa y entonces mis patas se ponÃan pesadas, como adobes. En este trance, me acordé de ese cumpa que tenÃa el agüelo. Se llamaba Humberto. ¡Clarito lo estoy viendoÂ?! Pues bien, él por una burrada que hizo, se cortó dos dedos, yo -me dije- por haberle dado a la mamita tanta amargura, me sacaré siquiera una pata. ¡Ya mismo alcé el machete!, cuando oà la voz de la finadita diciéndome: "Si serás truhan; ahora con dos patas no sois capaz de arribar en la vidaÂ? ¿cómo harÃs para vivir solo con una? Entonces bajé el brazo pero la sangre me seguÃa hirviendo por dentro. ¡La pucha, tenÃa un corajeÂ?! Ya te imaginarÃs cómo me sentÃa. Vos me conocÃs.
Con el paso de los dÃas me llegó la serenidá. Y ahora, hermanito Moisés, ya estáis enterado a quién le debÃs todavÃa me encuentre enterito.
Bueno, esta carta la dejo para terminarla mañana, pues estoy viendo que se acerca una tormenta que parece traer en ancas al infierno. No vayan los diablos a cargar con mi moro. Vuelvo mañana.
¡Lo que son las cosas�! Después de casi dos meses, agarro la pluma para seguir nuestra charla.
Ya maliciaba lo del moro. ¿Vis? Aura me he quedao a pata. Un rayo me lo ha matao. El maligno, vuelto fuego, cayó justito en el molle donde lo tenÃa atao.
Me decÃs que te cuente de mis correrÃas: he teniu tantas que no sé por cual empezar, pero te aclaro que no me he casao, aunque, por dos veces, estuve a punto: la primera la esquivé yo. Es que se trataba de una moza mezcla de itapalla con ajà putita. ¡Ni pa´ que! -me dije-. A mà me gusta la calma, saboriar los alimentos lentamente, mirar desde la sombra cómo pasan las horas calurosas, aguaitar la primera estrella, discutir con formalidá los asuntos de la patriaÂ? A tiempo me di cuenta y asÃ, de repente, una mañana, monté en el moro y cambié de domicilio.
La segunda vez, ella me dejó con el terno nuevo y un sabor amargo en el almaÂ? Desde entonces, solo de vez en cuando, me engolosino con alguna moza, pero tengo un cuidao bárbaro de no pasar adelanteÂ? (vos sabÃs que yo soy bien avispao) y peor ahora que me contáis que mi herencia está en peligro. ¡Realmente qué podrÃa ofrecerle a una prendaÂ?!
Respecto al tapial, pienso como vos, que no hay tiempo que perder, me compraré un caballo y el rato menos pensao me tendrÃs por allá. Vamos a ver si teniéndome, frente a frente, y con un buen abogao, el viejo avariento no se caga en sus pantalones.
Hasta entonces, recibà mi cariño. Plácido.
Nota: ¿Qué fue de mi Aurorita?
¿TodavÃa me espera?
Continuará