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Los extraños retratos
Ahora que estamos solos,
infancia mÃa,
hablemos,
olvidando un momento
los extraños retratos
que nos hicieron.
Hablemos de lo que tú y yo,
por no tener ya nada,
sabemos.
Que esta solitaria noche mÃa
no ha tenido la gracia
del comienzo,
y entré en la danza oscura de mi estirpe
como un joven tristÃsimo
en un lienzo.
Mi imagen sucesiva no me habita
sino como un oscuro
remordimiento,
sin poder distinguir siquiera
qué de mi pan o de mi vino
invento.
En el oscuro cuarto en que levanto
la mano con un gesto
polvoriento,
donde no puedo entrar, allà me miras
con tu traje y tu terco
fundamento,
y no sé si me llamas o qué quieres
en este mutuo, extraño
desencuentro.
Y a veces me parece que me pides
para que yo te saque
del silencio,
me buscas en los árboles de oro
y en el perdido parque
del recuerdo,
y a veces me parece que te busco
a tu tranquila fuerza
y tu sombrero,
para que tú me enseñes el camino
Leer más
de mi perdido nombre
verdadero.
De tu estrella distante, aparecida,
no quiero más la luz tan triste
sino el Cuerpo.
Ahonda en mÃ. Encuéntrame.
Y que tu pan sea el dÃa
nuestro.
Qué caprichosa y exquisita mano...
¿Qué caprichosa y exquisita mano
trazó, eligió ese gesto perdurable,
lo sacó de su nada, como un dios,
para alumbrar por siempre otra alegrÃa?
¿Participabas tú del dar eterno
que dejaste la mano humilde llena
del tesoro?
En su feliz descuido adolescente
¿derramaste el óleo?
¿Qué misterio fue el tuyo, instante puro,
silencioso elegido de los dÃas?
Pues ellos van tornándose borrosos
y tú te quedas como estrella fija
con potencia mayor de eternidad.
Y sin embargo sé que son tinieblas...
Y sin embargo sé que son tinieblas
las luces del hogar
a que me aferro,
me agarro a una mampara,
a un hondo hierro
y sin embargo sé que son tinieblas.
Porque he visto una playa
que no olvido, la mano de mi madre,
el interior de un coche,
comprendo los sentidos de la noche,
porque he visto una playa
que no olvido.
Cuando de pronto
el mundo da ese acento distinto,
cobra una intimidad exterior
que sorprendo, se oculta sin callar,
sin hablar se revela,
comprendo que es el corazón
extinto de esos dÃas manchados
de temblor venidero
la razón de mi paso por la tierra.
Retrato de una virgen
Ella no sabe bien
lo que ha pasado.
Ã?l era su amigo, y ahora
le ha dicho adiós.
¡Ella que lo veÃa
como el padre, el esposo
que iba a ser!
Ahora pasea con otra,
van riendo.
Ella no entiende
pero se ha quedado
quieta, c
omo quien espera
una orden, o como el agua
antes de recoger la imagen
del rostro amado.
No se ha entregado al llanto.
No tiene una alborotada
imaginación. Sigue
yendo a sus clases. Cuida
cosas pequeñas:
las libretas,
la raya en el orden, igual
que el pelo al levantarse.
Hace lo mismo que antes,
sólo un poco más triste.
La luz que la abandona
la dibuja un momento.
No sabe que está sola.
Ese ignorar la guarda.
Si mis poemas todos se perdiesen...
Si mis poemas todos
se perdiesen
la pequeña verdad que
en ellos brilla
permanecerÃa igual
en alguna piedra gris
junto al agua,
o en una verde yerba.
Si los poemas todos
se perdiesen
el fuego seguirÃa
nombrándolos sin fin
limpios de toda escoria,
y la eterna poesÃa
volverÃa bramando, otra vez,
con las albas.
Y cuando el tiempo
torna impuro un rostro...
Y cuando el tiempo
torna impuro un rostro,
una vida que amamos
en su hora
cierta de dar,
por siempre más reales
que su verdad presente,
lo veremos
cuando lo rodeaba
aquella lumbre,
cuando el tiempo era
apenas un fragmento
de un cuerpo más espléndido,
invisible.
Todo hombre
es el guardián de algo perdido.
Algo que sólo él sabe,
sólo ha visto.
Y ese enterrado mundo,
ese misterio
de nuestra juventud,
lo defendemos
como una fantástica esperanza.