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Domingo 26 de marzo de 2017

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Cultural El Duende

Fina García Marruz

26 mar 2017

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Los extraños retratos

Ahora que estamos solos,

infancia mía,

hablemos,

olvidando un momento

los extraños retratos

que nos hicieron.

Hablemos de lo que tú y yo,

por no tener ya nada,

sabemos.

Que esta solitaria noche mía

no ha tenido la gracia

del comienzo,

y entré en la danza oscura de mi estirpe

como un joven tristísimo

en un lienzo.

Mi imagen sucesiva no me habita

sino como un oscuro

remordimiento,

sin poder distinguir siquiera

qué de mi pan o de mi vino

invento.

En el oscuro cuarto en que levanto

la mano con un gesto

polvoriento,

donde no puedo entrar, allí me miras

con tu traje y tu terco

fundamento,

y no sé si me llamas o qué quieres

en este mutuo, extraño

desencuentro.

Y a veces me parece que me pides

para que yo te saque

del silencio,

me buscas en los árboles de oro

y en el perdido parque

del recuerdo,

y a veces me parece que te busco

a tu tranquila fuerza

y tu sombrero,

para que tú me enseñes el camino

de mi perdido nombre

verdadero.

De tu estrella distante, aparecida,

no quiero más la luz tan triste

sino el Cuerpo.

Ahonda en mí. Encuéntrame.

Y que tu pan sea el día

nuestro.

Qué caprichosa y exquisita mano...

¿Qué caprichosa y exquisita mano

trazó, eligió ese gesto perdurable,

lo sacó de su nada, como un dios,

para alumbrar por siempre otra alegría?

¿Participabas tú del dar eterno

que dejaste la mano humilde llena

del tesoro?

En su feliz descuido adolescente

¿derramaste el óleo?

¿Qué misterio fue el tuyo, instante puro,

silencioso elegido de los días?

Pues ellos van tornándose borrosos

y tú te quedas como estrella fija

con potencia mayor de eternidad.

Y sin embargo sé que son tinieblas...

Y sin embargo sé que son tinieblas

las luces del hogar

a que me aferro,

me agarro a una mampara,

a un hondo hierro

y sin embargo sé que son tinieblas.

Porque he visto una playa

que no olvido, la mano de mi madre,

el interior de un coche,

comprendo los sentidos de la noche,

porque he visto una playa

que no olvido.

Cuando de pronto

el mundo da ese acento distinto,

cobra una intimidad exterior

que sorprendo, se oculta sin callar,

sin hablar se revela,

comprendo que es el corazón

extinto de esos días manchados

de temblor venidero

la razón de mi paso por la tierra.

Retrato de una virgen

Ella no sabe bien

lo que ha pasado.

Ã?l era su amigo, y ahora

le ha dicho adiós.

¡Ella que lo veía

como el padre, el esposo

que iba a ser!

Ahora pasea con otra,

van riendo.

Ella no entiende

pero se ha quedado

quieta, c

omo quien espera

una orden, o como el agua

antes de recoger la imagen

del rostro amado.

No se ha entregado al llanto.

No tiene una alborotada

imaginación. Sigue

yendo a sus clases. Cuida

cosas pequeñas:

las libretas,

la raya en el orden, igual

que el pelo al levantarse.

Hace lo mismo que antes,

sólo un poco más triste.

La luz que la abandona

la dibuja un momento.

No sabe que está sola.

Ese ignorar la guarda.

Si mis poemas todos se perdiesen...

Si mis poemas todos

se perdiesen

la pequeña verdad que

en ellos brilla

permanecería igual

en alguna piedra gris

junto al agua,

o en una verde yerba.

Si los poemas todos

se perdiesen

el fuego seguiría

nombrándolos sin fin

limpios de toda escoria,

y la eterna poesía

volvería bramando, otra vez,

con las albas.

Y cuando el tiempo

torna impuro un rostro...

Y cuando el tiempo

torna impuro un rostro,

una vida que amamos

en su hora

cierta de dar,

por siempre más reales

que su verdad presente,

lo veremos

cuando lo rodeaba

aquella lumbre,

cuando el tiempo era

apenas un fragmento

de un cuerpo más espléndido,

invisible.

Todo hombre

es el guardián de algo perdido.

Algo que sólo él sabe,

sólo ha visto.

Y ese enterrado mundo,

ese misterio

de nuestra juventud,

lo defendemos

como una fantástica esperanza.

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