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Domingo 26 de marzo de 2017

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Cultural El Duende

El gozo integral y la Máquina de emociones

26 mar 2017

Los escritores Cristina Peri Rossi (Uruguay, 1941) y Jorge Volpi (México, 1968) reflexionan en torno a la educación. "No sólo las ciencias naturales sino también las artes describen la realidad humana y son determinadas por ella, forman el corazón y el juicio". La literatura forma tanto la razón como el corazón. Enardece las emociones, y no sólo sirve a la educación sino también a la manipulación. (Tomado de revista Humboldt)

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Todas las disciplinas científicas comparten una ilusión: comprender la realidad. Pero también las artes y las disciplinas humanísticas tienen la ilusión de comprender la realidad: los deseos, los conflictos, las relaciones entre las personas, sus sueños, sus obsesiones.

Por eso, es tan importante descubrir el papel de las proteínas en el cáncer como contemplar El naufragio de la esperanza, de Caspar D. Friedrich, leer La carta al padre de Kafka o escuchar la Bachiana n.° 5 de Héctor Villalobos.

¿Qué proporciona la comprensión?

No sólo conocimiento: da placer. Si algunos futbolistas dicen que experimentan un orgasmo al meter un gol, también hay placer al contemplar una cadena de aminoácidos, la forma de un copo de nieve, el olor de la lavanda, los gestos de un chimpancé o la risa de una niña. Por eso, la complicidad de las distintas disciplinas es imprescindible tanto para la formación del ser humano como para la obtención de gozo.

Cada vez que se cruzan dos áreas diferentes del conocimiento el gozo intelectual está asegurado (Leonardo, Goethe).

Porque hay asuntos humanos que no podemos entender sin el cruce de disciplinas. El sentido del mal, por ejemplo, no puede analizarse desde el exclusivo ámbito de la ciencia, para la cual el mal puede ser a lo sumo la enfermedad del cuerpo.

Del mal nos hablan todas las religiones, la ética, la filosofía, la psicología y pensadoras sociales como Hannah Arendt, que ha demostrado "la banalidad del mal" a partir de las infamias del III Reich (el mal nunca es banal, porque hace daño, pero quienes lo ejecutan pueden ser personas mediocres, banales, "normales"). La mejor expresión de esta necesidad de juntar disciplinas la encontré en un aforismo del físico Jorge Wagensberg: "La ciencia y la poesía subliman la ilusión de todo lenguaje: evocar lo máximo con lo mínimo".

Evocar lo máximo: el alcance de una fórmula matemática, una mancha de pintura en un cuadro o un verso inolvidable. La teoría de la relatividad de Einstein (E=mc2) es la expresión mínima de una serie de conocimientos muy extensos, del mismo modo que el verso "Como el mar. Como el tiempo. Todo en ti fue naufragio", de Neruda, es la mínima expresión de multitud de significados. (Las fórmulas científicas son como metáforas literarias.)

El concepto de multidisciplineidad no coincide, sin embargo, con el de multiculturalidad. No todas las culturas son iguales, ni tienen la misma capacidad civilizadora. Las culturas se diferencian fundamentalmente por su ética, y la ética, a principios del siglo XXI, se sustenta en el respeto a los derechos de los seres humanos, sea cual sea su religión, clase social, sexo o edad. Yo agregaría que las culturas superiores son aquellas que protegen a los más necesitados, a los más débiles, o sea, practican la compasión.

Compasión quiere decir sentir el dolor del otro, compartir su sufrimiento. Nadie duda del progreso de la técnica en el siglo XXI, pero el progreso moral es muchísimo más lento: quizás el avance más importante ha sido el reconocimiento de los derechos de las mujeres y, en algunas sociedades, el derecho de los homosexuales y transexuales.

Todo progreso moral se sustenta, pues, en la compasión. Por eso, la crisis económica en Europa es la prueba de su escaso avance moral; igual que en el crac del 29, la pagan los más pobres.

(Cristina Peri Rossi)

LA MÁQUINA DE EMOCIONES

Según António Damásio, las emociones son conjuntos complejos de respuestas químicas y neuronales que forman un patrón distintivo, mientras que los sentimientos son percepciones sobre estados del cuerpo.

En otras palabras: una emoción describe un estado mental, mientras que un sentimiento es, antes que nada, una percepción física. Según Damásio, esto explica que las emociones precedan a los sentimientos.

No sin razón, los antiguos creían que los humanos estábamos dominados por nuestras pasiones y que la tarea de la civilización consistía en domarlas como si fuesen bestias salvajes. Las emociones han sido vistas, desde entonces, como fuerzas imbatibles, capaces de lanzarnos a los peores excesos.

Esta percepción no es del todo exagerada: en efecto, las emociones no derivan de un impulso racional, sino de la predisposición del cerebro a reaccionar de forma expedita ante las amenazas externas.

Entre muchas otras cosas -guardiana de la memoria, transmisora de ideas y patrones, breviario del futuro-, la ficción también funciona como una máquina de emociones. Adentrarse en una película, una teleserie, una radionovela, una pieza de teatro o un relato es como subirse en una montaña rusa emocional: saltamos de un personaje a otro y, a veces en contra de nuestra voluntad, sufrimos, amamos, gozamos, nos enaltecemos, nos paralizamos o nos derrumbamos con cada uno de ellos -hay temperamentos que no toleran este frenesí-. La ficción nos inocula, de pronto, el síndrome de personalidad múltiple: me estremezco, casi simultáneamente, como aquél, como aquél y como aquél, uno tras otro, sin parar. No sólo soy Emma Bovary, sino que me aburro, me frustro, me desconcierto y me abandono como Emma Bovary.

Y, apenas unos segundos -unas páginas- más tarde, sufro, desconfío y me enfurezco con Charles, su marido. Madame Bovary c´est moi, sin duda, pero Pierre Bovary c´est moi aussi. Una novela es un campo de pruebas emocional: si Platón ordenó expulsar a los poetas de su República, era para evitarles a los ciudadanos este torbellino interior que terminaría por distraerlos de sus ordenadas labores cotidianas.

Platón no entendía -o, perversamente, lo entendía muy bien- que las emociones provocadas por la ficción (o la poesía) nos enseñan a ser auténticamente humanos. Los regímenes totalitarios empeñados en sancionar y regular la ficción, como la Unión Soviética o la China de Mao, estaban empecinados en convertir a sus súbditos en criaturas fáciles de modelar, manejables, previsibles, a través de novelas, cuentos y poemas que exaltasen sólo aquellas emociones adecuadas para sus fines; en primer sitio, ese elenco de emociones primarias, tan fáciles de instrumentalizar, como el patriotismo, el miedo al otro o la fidelidad.

(Jorge Volpi)

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