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Domingo 26 de marzo de 2017

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Cultural El Duende

Todas somos muy felices

26 mar 2017

Marcela Gutiérrez

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Hoy es el último sábado del mes. María Renée está sola en casa, pues es el día en que su esposo tiene reunión con sus hermanos masones. Aprovechando tal circunstancia, invitó a su amiga Carola a quien encontró el martes de la semana pasada, después de veinticinco años, pues de niñas habían sido compañeras de colegio y de barrio.

De vista, nunca se habrían reconocido. Nunca. Pero por el nombre y apellido sí. Estaban sentadas ambas en un sillón esperando su turno, en una institución bancaria, cuando gritaron sus nombres y apellidos y ahí sucedió el encuentro, se abrazaron, se dijeron no lo puedo creer, eres tú, qué cambiada estás, hija, de tanto tiempo, ¿te has casado? Sí, ambas se habían casado, María Renée con Javier Sholtz, un arquitecto que tenía empresa propia, una casa en Calacoto y una hija de 18 años que este año salía bachiller. ¿Y Caro1a?, ah, sí, ella se había divorciado, pero igual tenía una hija de 18 años que había salido bachiller el año pasado y que vivía con su madre, ya te contaré, hija, de mi vida, pero ¿cuándo nos vemos?

Carola está sentada en un minibús que la lleva a la zona sur, ansiosa por llegar a la casa de su amiga. Ha estado un tanto nerviosa esta semana, como esperando una cita de amor. ¿Qué ropa se pondrá para ir?, tal vez el trajecito rojo de corte formal con el que va a la oficina, es ligerito, apropiado para el clima del sur, llevará su mantilla de alpaca que compró con su aguinaldo del año pasado. O mejor no, irá de pantalón y chompa y la mantilla porque seguramente retornará tarde, tienen tantas cosas que contarse. O mejor se va de deportivo porque es así como usa la gente del sur el fin de semana: es una marca de estatus de la zona. Sentada en el minibús, piensa que a María Renée le debe haber ido bien económicamente, por el lugar donde vive. Además se fijó en la ropa que llevaba ese día, en el banco donde se encontraron. Tendrá una linda casa sólo para ella, su esposo y su hija. ¿Qué le había dicho que se llamaba él?, ah, sí, Javier Sholtz. Serán de esas familias que tienen perritos de raza y hacen parrilladas los fines de semana, y con la servidumbre que en los barrios del sur es de primera, claro, con lo que les pagan, hasta ella se saldría de la empresa donde trabaja como secretaria para ganar lo que gana una cholita de sirvienta de esa gente del sur...

María Renée se sirve un whisky, se sienta en un sillón y trata de relajarse. También ha estado ansiosa por el encuentro, veinticinco años no son poca cosa, con razón no se han reconocido. Carola está algo gordita. ¡Ella no, por Dios!, para eso paga clases de aerobics cada semana en lo de Zapato. Negro lindo ese Zapato. Imagina con él las cosas que ya no hace con Javier... Se toma otro trago de whisky, está obsesionada con su profesor de aerobics. Pero ahora falta poco para que llegue Carola; en el banco le dijo que estaba divorciada y vivía sola con su hija. ¿Cómo será eso de vivir sin marido? Debe ser fantástico, piensa, otro trago más. Salud. Vivir sin el marido que le tocó -sí, "le tocó", porque ya no la toca más-, debe ser fantástico. Así ella se le avanzaría al Zapato y a todos los negritos lindos que se le crucen por su vida. Sentir la emoción que ya no siente desde hace mil años.

Salud. Cree que han pasado como ocho o diez años que desde que duermen con Javier Sholtz como dos hermanitos, y eso que ella había hecho el esfuerzo. Oh, sí, pero nada había mejorado; seguía sola, o sea sola en compañía, que es lo peor. Por eso quizás se dedicaba tanto al juego. Para sentir algo de emoción en el ganar o en el perder. Salud. El vértigo. El juego era su amante desde hace varios años.

En un momento llegará Carola y le contará que ella sí es feliz con el amante que debe tener. Seguro tiene uno. Qué envidia. Debe ser emocionante. Salud. María Renée no sabe eso de ir a la cita. ¿De qué color será su camisa? ¿Irá de blue jeans que tanto le queda, o con esa chamarra de cuero que lo hace más musculoso? Y la añoranza de la colonia que usa, la espera hasta el próximo fin de semana para meterse juntos a la cama con esas ganas que no se tienen cuando se ha dormido con alguien durante tantos años. El estrenar esa ropa íntima sexy que seguro él festejará y finalmente volver a casa con el olor del hombre deseado, como quedándose con un poco de él, suficiente para hacerle compañía a una.

Durante la semana acumular anécdotas, chistes, chismes, inventar nuevas palabras que él querrá oír cuando estén entre las sábanas, cosas que si son sinceras o no, no importa, sólo es el momento, el presente, cuando son más cómplices que otra cosa, pues el pasado es traicionado con confesiones de otros amores, de otros cuerpos que ya no hay que guardarles fidelidad pues pertenecen a otras personas que fuimos y ya no somos. ¿Y el futuro? Salud.

¿A quién le importa el futuro cuando se es feliz aunque sea un momento? A ella sí, a María Renée siempre le importó el hacer un matrimonio duradero a costa de cualquier cosa, pues el estar divorciada bajaría su estatus. Cuántas cosas aguantó, cuántas tuvo que arreglar ella sola como cuando Ximenita, su hija, se embarazó para no sé qué adolescentón de esos y la tuvo que mandar de vacaciones donde su hermana a Estados Unidos para que le hagan la interrupción del embarazo de tres meses, pero felizmente salió bien, porque en ese país todo sale bien, y ni su marido ni la familia nunca se enteraron. Pero estas cosas no tendrá que contarlas a Carola, no, seguramente ella vive otra realidad. Inventará que es feliz. Sí, muy feliz.

Entrando a la zona de Obrajes, Carola siente el cambio de clima y mira las elegantes casas, "de las que nunca podré tener", piensa. Claro, con lo que gana; pero no se puede quejar, no, no vive mal, pero a esta clase de vida que ahora tiene a su frente, no podrá optar. No. Porque ella no se casó con ningún triunfador y la pensión que hasta ahora le asigna el padre de Ingrid es más simbólica que otra cosa. Quién tuviera la suerte de vivir en estos lugares, con un marido que maneja su propia empresa... Ella se había separado cuando Ingrid apenas tenía cinco años, desde entonces habían vivido solas. Salía con José, desde hace cuatro años, siempre bien, siempre tranquilos, ella resignada a que él sea casado, él feliz de que ella esté resignada. Piensa que es muy triste eso. Eso de vivir solamente una vez por semana, de esperar ansiosa esa limosna que es aceptar no lo que quisiéramos, sino lo que se nos da. Es como ser ciudadanos de segunda categoría, es estarse yendo siempre, siempre levantándose de la cama ajena para ir a la propia. Es aceptar el insomnio y la noche con su idea de muerte y no tener qué rostro, qué brazos tocar para sentirse un poco viva.

Es estar sola en medio del miedo que se siente al estar triste. En cambio, María Renée... ella no está sola. No tiene que arreglárselas sola como cuando Ingrid se embarazó y tuve que arreglármelas y sola, piensa Carola recordando aquel mal sueño. Pero estas cosas no le contará a la amiga, no, inventará que es feliz. Sí, muy feliz.

Marcela Gutiérrez. La Paz, 1954.

Escritora y narradora.

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