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Domingo 26 de marzo de 2017

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Cultural El Duende

Un grito apasionado de optimismo: la novela crítica "En la cumbre" de Diego Ayo Saucedo

26 mar 2017

Erika J. Rivera

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Es preferible denominar a esta novela como crítica porque podríamos nombrarla de muchas maneras: novela de suspenso, política, sociológica, psicológica, dramática, romántica, humorística, de ficción y cuantos nombres más se nos ocurriría para calificar a este texto según el género. Si bien la llamo novela crítica, esto no implica que los otros géneros estén ausentes en este divertido texto literario. En la cumbre (La Paz: Editorial 3600, 2015), de Diego Ayo Saucedo, es una novela que vale la pena releerla a dos años de su publicación por la vigencia de las problemáticas tratadas en esta ficción creativa. En nuestros días la obra toma cuerpo real por su mirada en perspectiva y retrospectiva, porque el autor se imaginó un desenlace para el año 2021, cuyos antecedentes llegan hasta el inicio de los movimientos sociales e indígenas. Por otra parte, la novela describe la gran necesidad de auténtico cambio en la historia contemporánea de Bolivia. El texto es crítico porque a través de sus personajes investiga si realmente se ha materializado este gran proceso que alardea de cambio. Esta ficción novelística nos hace recuerdo a Dante Alighieri y los nueve círculos del infierno en La Divina Comedia mediante una estructura que nos permite reconocer a muchos personajes importantes del momento en los distintos segmentos en nuestra sociedad: políticos, dirigentes e intelectuales. Ayo inventa nombres, pero podemos deducir quiénes son los personajes reales. La gran diferencia con respecto a la obra de Dante es, por supuesto, la belleza del lenguaje: el novelista Ayo Saucedo se decidió lamentablemente por un lenguaje chabacano. Pero haciendo abstracción de este detalle -tan importante en la estética literaria-, el autor exhibe una mirada ética y estética sobre el horizonte boliviano, donde la Amazonía no queda excluida.

El eje denominador común de la obra de principio a fin se construye a través de sus dos personajes principales, apasionados cada uno a su manera: Lucía y Daniel. El amor constituye la transversal romántica de redención. El amor todo lo puede. El amor está más allá de la política, de la ideología, de los prejuicios, de los aspectos sociales, de las construcciones de género, de los roles, de la raza, de los estamentos sociales y de los regionalismos. La mirada del autor es muy amplia, abarca de manera integral los diferentes aspectos de la vida humana. Por ello esta obra, aunque tenga como hilo conductor el amor, no deja de lado la reflexión ética de sus personajes sobre temas políticos. Es más: la obra nos muestra que el amor es la base de todo, hasta en la generación de crítica. El crítico es el apasionado intensamente por la humanidad y por la vida. Sin amor verdadero por el conocimiento no hay crítica. El personaje que vence es el personaje crítico que ama apasionadamente. En un desenlace inesperado es este personaje el que sobrevive y se impone a la vida. Es la crítica la triunfante en esta novela. La que se proyecta en la vida, en la salvación del personaje a un instante de la muerte y en la proyección de las generaciones futuras. A pesar de que todo resulta mal, la redención del amor nos permite la esperanza. En esta marea, donde todo puede ser calificado de maligno, siempre algo cambia, algo así sea pequeño. Esta mirada optimista nos permite reflexionar sobre los distintos ámbitos que parecen los mismos problemas de siempre. Esta novela es la mirada autocrítica de la construcción de lo nacional. Entonces podemos deducir que no nos encontramos en la inercia social. Por ello el autor nos presenta este grito creativo, mordaz e indagador de las propias subjetividades bolivianas denunciando una estratificación inamovible. Es un status quo que debiera ser transgredido; es un grito esperanzador, un grito de amor, un grito de crítica apasionada. Daniel, el personaje principal y sobreviviente, representa el sentido del amor, la esperanza, la construcción, el futuro, el conocimiento y la crítica como bases fundamentales para el ámbito personal-privado, y también para la esfera comunitaria o pública. Es el rescate del individuo ante el avasallamiento de los intereses particulares encubiertos mediante la máscara colectiva del interés nacional. Daniel es el saber triunfante: el saber de la ética y del conocimiento.

El saber, el conocimiento y la posición ética en la novela no es un iluminismo inspirado y súbito, sino todo lo contrario: es un recorrido de autoconciencia al estilo hegeliano con avances y retrocesos. Ese recorrer que transita diferentes aspectos de la vida misma, pero abordando aspectos de la toma de conciencia para llegar a la autoconciencia. A través de Daniel podemos ver su toma de conciencia en el significado y el sentido del ser boliviano. Esta novela es una interpelación de lo que significa el ser boliviano: como cada individuo a su manera construye su encuentro con lo que podríamos denominar la bolivianidad, si es que ella existiera. El hilo argumentativo de la novela nos muestra que sí existe lo boliviano y lo desarrolla desde los diferentes ámbitos logrando una mirada integral.

El autor empieza a mostrarnos esta bolivianidad desde la subjetividad: cómo es que las miradas subjetivas legitiman la estratificación social, lo que en la novela se denomina la pigmentocracia. Este texto literario es una denuncia del orden estamental social boliviano que en pleno siglo XXI aún no ha sido superado: una mirada que prejuzga lo bueno y malo, lo aceptable, lo bonito y lo feo. Ante este orden inamovible Ayo construye a su personaje como el triunfo de lo boliviano a través de la estética de los Andes, los olores y colores. Somos lo que somos reivindicando lo cobrizo como superación del gran acomplejamiento pigmentocrático de nuestra sociedad, donde la Amazonía no queda libre de esta estratificación. Todos tenemos sangre ayorea, quechua, aymara. Nuestros genes indios gritan a pesar de la blanquitud de nuestra piel. Lo aborigen lo llevamos marcado en el rostro y quien quiera huir de este país por la vergüenza de vivir entre indios, en el exterior siempre será un ciudadano de segunda. No hay duda que la novela de Ayo transmite el amor por la patria, el amor por los Andes y el amor por lo que somos. Esta tierra altiplánica, agreste y pálida, rodeada de impresionantes cordilleras nos hace lo que somos, al igual que la tierra roja, los inmensos ríos y los árboles verdes configuran a los amazónicos. No podemos negar ni los olores ni los colores de lo que nos hace bolivianos. Nos permite conocer tanto las percepciones del hombre de las tierras bajas como aquellas del hombre de las alturas en un intento de integración de la bolivianidad con el denominador común: igual de acomplejados somos todos. Esta denuncia establecerá el inicio del cuestionamiento de la inercia cultural.

La construcción de sus personajes no se queda en el status quo. Daniel y Lucía, los personajes principales de la novela, son dos "niños bien", acomodados, de buenos colegios y de buena preparación académica, con herramientas desarrolladas para la investigación y muchos otros factores para ser los poseedores del saber, los transformadores del proceso y los revolucionarios del cambio. Por la inercia cultural ellos son los merecedores del privilegio para dirigir el proceso de cambio.

Asimismo Lucía explicita el problema de la mujer en torno a la reproducción. Hoy, que se han ampliado las normas para la despenalización del aborto, este sigue siendo un tema actual para el desarrollo personal y para la decisión individual de las mujeres frente a su evolución intelectual, política y profesional. Existe la otra posibilidad: convertirse en madre sacrificada, una imposición para el cumplimiento del rol de género. Obligadas a reproducirse como un deber social, las propias mujeres valoran poco las decisiones individuales. Ayo se inclina por la victoria romántica del amor: la reproducción por amor, más allá de los roles de género.

Otro de los ejes interesantes de la novela expresa la ineficiencia de la administración pública. Con la reiteración del cambio -que no cambia nada- es donde emerge la mayor visibilización del fracaso. En la última década no se ha logrado la institucionalidad ni la meritocracia. Lamentablemente se ha retrocedido y consolidado el "llunkerio". Todos somos parte de este lastre que nos está llevando a la decadencia como Estado y como sociedad. La incapacidad técnica se encuentra por encima de las aptitudes profesionales porque aún se impone el aval político, sólo que ahora con el discurso de ser un hermano luchador indigenista. Pero para logros de mayor alcance no basta ser del partido. Este es un problema no superado. Para rematar se halla el aspecto de la corrupción: ¿cuándo cambiaremos?, ¿qué es el cambio? ¿es verdad que nada cambia? Esta novela nos presenta esta interpelación. Ayo desarrolla este guion de forma nada aburrida.

Asimismo encontramos el problema del marketing político, los medios de comunicación y la complicidad de todos nosotros como ciudadanos en la construcción del líder carismático y autoritario. Nuestra inercia es culpable, no somos inocentes de estos acontecimientos. Lo fomentamos. Necesitamos una expiación de nuestra culpabilidad. El texto nos impulsa a preguntarnos si realmente como sociedad boliviana somos pura emoción. ¿Será posible que no tengamos capacidad de deliberación? ¿Qué ocurre con nosotros? Todos somos culpables de la instrumentalización de la política, como busca-pegas, dirigentes, políticos o ciudadanos de a pie, sin importar el estrato social.

La novela resulta una excelente propuesta para evaluar y cuestionar el presente, no solo en el plano de la política, sino también en el conjunto de la sociedad boliviana del siglo XXI. Los diversos problemas aún no se han resuelto, así que esta obra promueve una ética de la responsabilidad, incitándonos a que logremos atravesar el espacio desde la conciencia habitual hasta la autoconciencia crítica, como diría Hegel. La novela deja la dimensión de la razón como trabajo al lector. Es decir que este lector no podrá escapar de la reflexión. Es una esperanza cualitativa con un cierre optimista y alentador porque se impone la vida hasta el último instante.

* Erika J. Rivera.

La Paz. Escritora.

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