Miercoles 22 de marzo de 2017
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No todas las derrotas son malas; "el arte de ganar se aprende en las derrotas", decía nuestro padre Bolívar. Ellas, las bartolinas, plantearon la disyuntiva crucial: "el resultado de febrero es de vida o muerte". No se logró en las urnas lo que se esperaba; la otra alternativa está haciendo estragos. Es sabido que un fuerte impacto emocional se refleja en el rostro y puede afectar la salud. Tratándose de presidentes, el semblante de éstos revela el estado anímico imperante en su país. El gesto adusto de Trump y la faz serena de Kuczynski, pueden ser los ejemplos.
Ya se habrá adivinado de quién estamos hablando.
No parece casualidad que al fracaso sigan las enfermedades. Un hombre sano y fuerte había capeado con éxito todas las tormentas en la ruta, pero de pronto surgen las afecciones en el cuerpo. Respecto a la garganta, que parece ser la más importante, no podía darse otra receta peor: "no hable mucho". Si obedeciera, ya no tendría objeto el ir a ninguna parte. Ya se le hizo hábito el periplo cotidiano por los aires, el delirante aplauso de las muchedumbres, las guirnaldas de flores o de coca en el cuello, las cámaras y los micrófonos por detrás, y en fin, el fogoso discurso contra el imperio y el neoliberalismo. "Si se calla el cantor?"
En el Palacio, las altas y solitarias murallas del poder es posible que se parezcan mucho a una cárcel o al exilio amargo de los políticos. Aparte de la adicción al cargo y el miedo a dejarlo, hay una legión de beneficiarios que lo retienen agitando en su delante el incensario: "Es líder mundial y único; sólo de siglo en siglo hay figuras como Evo". Nadie que no tenga un poco de vanidad o egolatría sería capaz de resistir semejante avalancha de llunquerío. No le dicen nunca la verdad.