El hechizo que encierra la mayoría de las actitudes de los ancianos es atribuible a la consciente asunción de su edad que no ocurre en otros estadios de la vida, donde se es inconsecuente e irresponsable al tiempo que se vive; porque se actúa como si la vida fuese una cadena sinfín. Los ancianos asumen una verdadera posesión del estado debido a que amplían, modifican, mejoran y elaboran estructuras de pensamiento para presentarlas como paradigmas de soluciones para los menores fundamentalmente pero que se extienden al prójimo en general, con una inaudita generosidad ni siquiera aproximada a la que debieron aplicar para sí mismos cuando se encontraron en situaciones difíciles análogas.
Briosamente los ancianos ordenan las fases de sus intervenciones teleológicamente para que repercutan positivamente en la voluntad de sus recipiendarios y, cuando realizan esta primera fase, están ansiosamente atentos a las respuestas y actitudes que su orientación haya producido, no por la premura de la reacción sino por la mies de conflictividad que se siembra en el prójimo para que este analice detenidamente el problema o controversia y lo encare desde su origen y el resultado final sea alcanzar un escaño superior en el difícil mundo de la razón.
Los decaimientos no son infrecuentes en los ancianos que visualizan dos vertientes de dificultad en sus propósitos diarios: la una es la constante llamada interna al descanso, generada por la impotencia y la desesperanza; la otra, el esfuerzo titánico en mantener la actividad intelectual enérgica y refulgente que aplaque la decrepitud. Este desafío exige considerable atención y concentración en los objetivos solidarios que persiguen, en una carrera meditada y contra el tiempo para lograr la paz interna y la satisfacción espiritual de servicio al prójimo como anhelo terrenal, entendiendo que los ancianos no desean inmortalizar sus nombres con estas acciones de diálogo, de orientación, dialéctica mayéutica y reconducción de actitudes.
La búsqueda y encuentro de la verdadera solidaridad con el prójimo, es el sentimiento más noble que la simple vanidad de ser escuchados y tomados en cuenta en lo tocante a su inagotable experiencia y de un real e irrefutable conocimiento de la vida, aunque siempre perfectible y particular, empero, este accionar asume un desenlace con los valores absolutos que intrínsecamente son los manantiales de referencia moral y los pilares del comportamiento humano frente al prójimo.
La intermitencia en la actividad de los ancianos no se debe a una acentuación de su estado de pérdida constante de energía y aptitudes intelectuales, es una forma particular de reducirse a una expresión casi imperceptible en presencia activa que es absolutamente necesaria para ellos debido al requerimiento interno de replegarse a sus cogitaciones, las cuales irrumpirán luminosas en el prójimo cuando las tengan ordenadas y los problemas que asumieron como propios y no les desvía distracción alguna ni les abruma esta carga porque identifican el objetivo primordial de su existencia en el estado actual que lo descuidaron o casi ignoraron en su juventud; por ello se origina ese frenesí en la búsqueda de soluciones para proporcionárselas al prójimo como la máxima ofrenda de solidaridad.
(*) Abogado, posgrado en Educación Superior e Interculturalidad, docente, escritor
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