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Ante la ley hay un guardián.
Un campesino se presenta frente a este guardián y solicita que le permita entrar en la ley. Pero el guardián contesta que por ahora no puede dejarlo entrar.
El hombre reflexiona y pregunta si más tarde lo dejarán entrar
-Es posible -dice el portero-, pero no ahora.
La puerta que da a la ley está abierta, como de costumbre, cuando el guardián se hace a un lado. El hombre se inclina para espiar.
El guardián lo ve, se rÃe y le dice:
-Si tanto es tu deseo, haz la prueba de entrar a pesar de mi prohibición.
El hombre, que se ha provisto de muchas cosas para el viaje, sacrifica todo, por valioso que sea, para sobornar al guardián.
Este acepta, en efecto, pero le dice:
-Lo acepto para que no creas que has omitido algún esfuerzo.
Durante esos largos años, el hombre observa casi continuamente al guardián: se olvida de los otros y le parece que este es el único obstáculo que lo separa de la ley.
Maldice su mala suerte, durante los primeros años, temerariamente y en voz alta; más tarde, a medida que envejece, solo murmura para sÃ.
-Todos se esfuerzan por llegar a la ley -dice el hombre-: ¿cómo es posible entonces que durante tantos años nadie más que yo pretendiera entrar?
El guardián comprende que el hombre está por morir y, para que sus desfallecientes sentidos perciban sus palabras, le dice al oÃdo con voz atronadora:
-Nadie podÃa pretenderlo, porque esta entrada era solamente para ti. Ahora voy a cerrarla.
Franz Kafka. Praga,
1883 - 1924.
Escritor de origen judÃo.
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