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Frente al sabio cuyas fórmulas operatorias parecen haber delimitado -y traducido a máquinas- las posibilidades concretas de la acción sobre la naturaleza inscritas en nuestra naturaleza, el filósofo, literario, puede sentir nostalgia por un lenguaje perdido. En medio de este sentimiento de abandono solo se salva (a menos que pretenda ser el único dueño y poseedor del lenguaje auténtico) si habla de la ciencia y como la ciencia: si se basa en un rigor o imita el rigor, o incluso si renuncia a la contemplación teórica para consagrarse a un trabajo de transformación de la realidad que no se confunde necesariamente con una propaganda de partido. "Un filósofo consciente de su papel -estima Francois Dagognet (Des révolutions vertes, Histoire et principes de l´agronomie, ParÃs, 1973)- no puede trabajar si no cambia, si no denuncia lo que es". En cualquier caso, ¿es casual que el filósofo no pretenda ya construir sistemas -Hegel, a caballo entre una civilización agrÃcola y la civilización industrial, fue probablemente el último que cerró un sistema- mientras que el sabio bosqueja teorÃas cada vez más comprehensivas?
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Cada vez que una cuestión filosófica -sobre la vida social o individual, sobre el arte de pensar, de hablar o incluso de comportarse ante una obra de arte- parece encaminarse por la senda progresiva de la ciencia, de la que invariablemente trata de tomar un método, un concepto o, al menos, un cierto vocabulario, cada vez que se aleja de la filosofÃa o abandona las Facultades de FilosofÃa, se pasa al bando de la tecnocracia. Es asà como, sucesivamente, la sociologÃa, la psicologÃa, la lógica, la lingüÃstica, hoy cada vez más la estética, rechazan la tutela de la filosofÃa y a menudo se compadecen de las reflexiones que hace sobre ellas. ¿Qué queda de la antigua filosofÃa y de sus pretensiones de perennidad? ¿Dónde están los atributos fundamentales de su esencia, si la mayor parte de los supuestamente inherentes a ella la abandonan sin perjuicio alguno? ¿Tiene verdaderamente una esencia o no hay que reconocer en ella, inspirándonos en Kant y admitiendo que expresa una disposición natural permanente, sino una dialéctica de la ilusión, eine LogÃk des Scheins?
Intimidada por la ciencia o inadaptable al mundo maquinado por la ciencia, la filosofÃa tradicional, reducida al ensayo y al comentario, no tiene tal vez otro recurso que replegarse a su pasado o, re asumiendo el papel servil del que se creÃa liberada, justificar a su manera unas creencias (religiosas, polÃticas, CientÃficas). No se comprende, sin embargo, con qué espÃritu, con qué saber, puede acoger, por ejemplo, al psicoanálisis o a la lingüÃstica, ocuparse de ellos sin practicarlos, qué constituye o a qué y a quién (que no sea a ella) pueden importar sus pretensiones reguladoras.
Es cierto que estos temores solo tienen sentido para una tradición occidental que ha sido configurada por un tipo de racionalidad heredada de las matemáticas griegas. Nada impide impugnar este tipo de racionalidad. Se intenta aquà en Occidente, enlazar, por encima del discurso seguido, deductivo o dialéctico, con la poesÃa y el fulgor del aforismo. O bien, filosofando con el mismo lenguaje, se etimologiza, se trata al vocabulario técnico del pensamiento filosófico como si fuera el del conocimiento cientÃfico -se hace, pues, de él un arte de dirigir los sueños-: he aquà proyectado el cielo de los inteligibles en toda suerte de constelaciones del lenguaje. O bien se siguen las lecciones del psicoanálisis. O bien, finalmente, se trabaja sobre lo irracional de la creencia y la acción.
Los defensores de la philosophia perennis no dejarán aquà de recordar que, por lo menos desde el Renacimiento, numerosos poetas han dicho que "la poesÃa ya no interesa a nadie", y que Kant parecÃa anunciar la muerte de la metafÃsica; los poetas no han cesado por ello de escribir poemas (de otra forma) ni los metafÃsicos de construir metafÃsicas (diferentes de las que atacaba Kant). ¡Es cierto! pero, ¿de qué se trata? ¿De la disposición natural para la metafÃsica de la que hablaba Kant? Nosotros no ponemos en tela de juicio su perennidad. Es algo demasiado vago. ¿De una filosofÃa que sea la filosofÃa? Todo el mundo se preguntará cuál es y quién la ha escrito. ¿De la actualidad renovable de los grandes filósofos, por diversos y antiguos que sean? En efecto. Sin esta actualidad, más evidente en el caso de un Heráclito, un Platón, un Aristóteles, un Kant, un Hegel que en el de un Tales, un Hipócrates, un Eudoxo, un Newton, un Lavoisier, un Cavendich o un Coulomb, serÃa inútil rehacer una historia de la filosofÃa; bastarÃa con poner al dÃa la de Brucker. Sin embargo, esta actualidad no prejuzga en absoluto el provenir.
Ahora bien, el mundo cambia tan deprisa ante nuestros ojos que cada vez resulta más imprudente prejuzgar el porvenir, como hace solo medio siglo se creÃa que se podÃa hacer. Las mismas bases de nuestra concepción de la historia amenazan ruina: "Lo que hace posible la historia -ha señalado LévÃÂStrauss- es el hecho de que, para un perÃodo dado, un subconjunto de acontecimientos tenga aproximadamente el mismo significado para un contingente de individuos que no han vivido necesariamente estos acontecimientos y que pueden incluso considerarlos a varios siglos de distancia" ¿Quién se atreverÃa a afirmar que en el siglo XXI ciertos subconjuntos de acontecimientos, incluidos acontecimientos filosóficos, conservarán el significado que tienen para nosotros? En menos de cincuenta años hemos tenido que adaptamos a un nuevo espacio, a una nueva duración, creados por nuevos medios de comunicación, a nuevas mentalidades condicionadas por nuevos mass media.
El utilitarismo especulador, por el mero progreso de la industria, circunscribe todo, traduce la verdad por triunfo, el bien por directriz polÃtica, toma partido, en todos los regÃmenes, por la ciencia contra las letras, y especialmente contra la filosofÃa, cuyo dominio tradicional rompe en pedazos, cuya enseñanza, que era su principal factor de permanencia, reforma y reduce.
No es por casualidad, sino porque son la expresión de nuestra época, por lo que todos los partidos e incluso todas las creencias se pusieron de acuerdo en 1968 -y no solo en Francia- para minar el antiguo edificio. A lo que conviene añadir que si Hegel no se equivocó al atribuir al Occidente europeo la invención de la Historia y, por consiguiente, de la filosofÃa "verdadera", hay motivos para inquietarse -o regocijarse- por el destino de esta invención cuando la decadencia de Occidente parece cada vez más inevitable.
Ivon Belaval. Filósofo e historiador francés (1908-1988) especializado en la época moderna.