Inicio mi artículo reiterando a la familia Miralles-Iporre, mi cercanía espiritual ante el fallecimiento de sus padres Marcelo Miralles Bová, y Miriam Iporre de Miralles.
Cuando yo era aún adolescente la señora Nimia de Iporre, madre de Mirita, fue elegida presidenta de la Legión de María de Oruro, y mi persona secretario, fue así que comencé a tratar con la familia Iporre, y conocer también a Marcelo esposo ya entonces de Mirita y a sus hijos. Marcelo Miralles me dijo que le agradaba de la Legión de María, que estaba siempre en acción. Años más tarde, cuando establecí la Asociación Pionera de Abstinencia Total, doña Mirita me expresó siempre su admiración por este apostolado. Dios les recompense su aliento. Y a sus hijos Marcelo, Ximena, Elena y Cibeles, el Cielo les conceda las gracias necesarias para que superen este momento tan difícil que Dios ha permitido que ocurra por alguna razón.
Los que aún estamos en este "valle de lágrimas" recordemos qué es la muerte.
La muerte es la compañera que tarde o temprano llega a todas las vidas, ni los más excelsos médicos, ni los más poderosos reyes la han podido evitar, es su sombra. No hay verdad más cierta que todos moriremos, aunque no sabemos cómo, ni cuando, ni dónde. Si tras la muerte no hubiera más que la nada, la vida perdería su sentido. El mismo sufrimiento no puede existir sin tener un sentido; no puede ser un puro absurdo, ni ser la última palabra. El sufrimiento no se explica más que si es semejante al dolor de un parto.
Sólo el Señor conoce la hora de nuestra muerte, sólo ?l conoce la hora del encuentro.
Santa Isabel de Trinidad carmelita, susurró en el momento de la gran partida: "Oh, para mí la muerte es un muro que se derrumba y caigo en los brazos de Dios".
"Son clásicas en toda la literatura ascética cristiana las consideraciones morales en torno al problema de la muerte. Su orientación y enfoque es variadísimo. Van desde las sombrías descripciones de los grandes ascetas, que bebían el agua en calaveras humanas y se pasaban la vida pensando en el trance terrible de la muerte, que les llenaba de espanto, hasta la sublime concepción de San Francisco de Asís, conversando amigablemente con la "hermana Muerte", y los deliquios extáticos de Santa Teresa, deseándola como la más regalada de las recompensas:
Ven, muerte, tan escondida, que no te sienta venir, porque el gozo de morir no me torne a dar la vida" (Teología de la salvación, Royo Marín, OP).
Uno puede darse cuenta de que hay diversas posturas ante la muerte, he aquí algunas de ellas:
La primera es la materialista. Las personas que nunca quisieron tomar en serio la vida sobrenatural la muerte les asusta y quieran evitarla, pero no se les ocurre más que soluciones terrenas: quitar el dolor, alejar como desagradables zancudos la idea de la eternidad, gloriarse de sus realizaciones materiales, podíamos definirla como la política del disimulo, del encubrimiento, del engaño a sí mismo.
Segunda actitud. La desesperada. El sujeto comprende que han perdido su existencia en realidades baladíes, en bagatelas, en diversiones que se esfumaron. Le parece que la muerte es un fracaso, una inexplicable solución, ha trabajado para el más acá, y todo se le esfuma, toda su construcción se destruye, recuerda que vio partir a sus amigos y familiares con un trajecito, el más modesto posible, porque los buenos vestidos los aprovecharían otros, tras su desaparición. No tiene asidero alguno que le consuele en un momento decisivo, las palabras de ánimo de sus deudos, elevan su rabia y desesperación.
La tercera actitud ante la muerte, la despreocupada. Que me quiten lo bailado. Olvidando que tiene ya un pie en el puente de una existencia nueva. Le agobian sus pecados de los que jamás se preocupó. No confía en el Dios a quien tanto ofendió. No está desesperado, pero sí frío, inhumano, soberbio, ridículamente seguro de sí mismo.
La cuarta postura ante la muerte es la confiada. El salmista a la hora de partir afirmaba: "es preciosa en la presencia de Dios la muerte de los justos". Posee fe, que revive en este momento. Sabe que es Dios quien llega a buscarle para juzgarle. No olvida sus debilidades pero recuerda que siempre las lloró y que pidió oportunamente perdón. La bondad de Dios en la que siempre confió es el seguro pasaporte de su eternidad, hizo muchas obras buenas, desinteresadas, a favor de sus hermanos necesitados, que serán premiadas a precio de oro, no en vano buscó a su Madre del Cielo, para aprender y practicar sus virtudes. Pensando en el Paraíso de la paz, de la seguridad, del amor, de la amistad, eternos, le embarga un dulce sueño de abrazo con Dios.
Nos acomodamos en esta vida como si fuera para siempre y definitiva. Debemos vivir en esta vida orientados a la otra, a la vida eterna, que es realmente la definitiva. En la muerte se separa el alma del cuerpo. El cuerpo va a la sepultura y allí se convierte en polvo. El alma, en cambio, constitutivo esencial de la persona, sigue viviendo. En el mismo instante de la muerte Dios nos juzga (juicio particular). Dice la Biblia: "Cada uno será juzgado según sus obras" (Apocalipsis 20, 13), a la muerte sigue inmediatamente el juicio particular. Dice la Biblia "Está establecido que los hombres mueran una sola vez y después haya un juicio" (Carta a los hebreos 9, 27. El Nuevo Testamento habla de la retribución después de la muerte de cada uno.
Entonces podemos decir que hay dos maneras de contemplar a la muerte: la de un criminal que nos quiere arrebatar todo cuanto de querido tenemos en este mundo, o la figura de un amistoso encuentro con Dios, que dará el premio merecido a quien se ha preocupado de vivir la Palabra divina.
Claro que tienen que temer a la muerte con razón, quienes se han alejado de Dios, porque la muerte no sería para ellos sino el volquete que los arrojara al fuego eterno.
La muerte sorprende a las personas en diversas situaciones de pureza, según el uso de la libertad y el servicio que prestaron al prójimo.
Y como no todos se hallan purificados en su muerte antes de ingresar en el Reino, han de pasar por una etapa de purgación. En la Iglesia primitiva según los santos padres, existió la convicción de que es necesaria la dolorosa purgación de los pecados, es en el Concilio de Florencia del año 1439, donde se declara dogma de fe. De ahí la grave importancia de rezar por los difuntos, ofrecer sacrificios, encargar la celebración del Santo Sacrificio de la Misa.
Las almas de Marcelo y Miriam, y las almas de todos los fieles difuntos, descansen en paz por la misericordia de Dios, Amén.
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