El Papa titula la segunda parte "El pecado nos ciega". Expone cómo el rico se viste con un lujo exagerado con ropa de púrpura, tela sumamente valiosa, elaborada con un lino especial. Se cotizaba más cara que el oro y que la plata y le daba al rico un aspecto divino (cf. Jr 10, 9; Jc 8, 26).
La parábola muestra cómo la codicia hace vanidoso al rico, que busca que los demás le vean. Su vida está prisionera de la exterioridad, de la dimensión más superficial y efÃmera de la existencia.
El peldaño más bajo de esta decadencia moral es la soberbia. El hombre rico se viste como si fuera un rey, simula las maneras de un dios, olvidando que es simplemente un mortal. Su obsesión es el propio yo. Las personas a su alrededor no merecen su atención. Vive en una ceguera que le impide ver al pobre hambriento, llagado y postrado en su humillación.
Igualmente el apóstol Pablo subraya que "la raÃz de todos los males es la avaricia" (1 Tm 6,10). Esta es la causa principal de la corrupción y fuente de envidias, pleitos y recelos, en la vida familiar y en la vida social y polÃtica.
El dinero puede llegar a dominarnos hasta convertirse en un Ãdolo tiránico. En lugar de ser un instrumento a nuestro servicio para hacer el bien y ejercer la solidaridad con los demás, el dinero puede someternos, a nosotros y a todo el mundo, a una lógica egoÃsta que no deja lugar al amor e impide la paz.
Pero Abrahán le responde que la vida eterna es como una compensación equitativa con el premio a los que han sufrido y el castigo a los que han sido egoÃstas. Tal como Abrahán explica al rico egoÃsta: "Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentra aquà consuelo, mientras que tú padeces" (v. 25)
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