El epÃgrafe es una sentencia muy apropiada para comprender que desde hace muchos siglos acaece que el individuo antes de sentir la necesidad de filosofar encuentra la filosofÃa como ocupación pública constituida y mantenida, es decir, que las mujeres y hombres son solicitados para ocuparse de ella por razones inauténticas, que significa lo que tiene de profesión alimenta a los que la difunden o enseñan; lo que tiene de prestigio u otros motivos más puros pero que tampoco son auténticos. La prueba que esos motivos son inauténticos están en que todos suponen la filosofÃa ya hecha.
Los profesionales, mujeres y hombres, aprenden y cultivan esa filosofÃa que ya está ahÃ; al aficionado le gusta porque la observa ya hecha y su figura lograda le atrae. Esto puede ser superlativamente pernicioso porque se asume el riesgo de encontrarse sumergido, casi rutinariamente, en una ocupación cuyo Ãntimo y radical sentido no se tuvo tiempo ni ocasión de descubrir.
Sucede, en casi todas las ocupaciones humanas que por estar ahÃ, las mujeres y hombres suelen adoptarlas mecánicamente y hasta entregar su vida a ellas sin que jamás se tome contacto verdadero con su radical realidad. Por lo contrario, el filósofo auténtico que filosofa por Ãntima necesidad no parte desde una filosofÃa ya hecha sino que se encuentra desde luego elaborando la suya, hasta el punto de que es su sÃntoma más cierto verle rebotar de toda filosofÃa que está ahÃ, negarla y retirarse a la terrible soledad de su propio filosofar.
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Cuando un docente enseña una materia en la universidad, cualquiera que sea, para producir la extensión de la misma, debe filosofar, para encontrar la realidad en la profundidad donde descubrirá nuevos elementos de comprensión y análisis que generarán una evolución constante de los conocimientos de la materia, enriqueciendo y separándose constantemente de los programas preestablecidos y que se enseñan mecánicamente, produciendo el desasosiego y hasta el abandono del estudiante y el estatismo y rutina académicos en el catedrático.
Por ello es preciso combinar el aprendizaje y la absorción de la filosofÃa socialmente constituida y recomendada con un perenne esfuerzo por reconsiderar y hasta negar lo existente y volver a comenzar, lo que significa repristinar (volver al origen), la situación en que la filosofÃa se originó. Lo mismo sucede con una materia académica; se debe conocer su origen para poder transformarla en respuesta concisa a las exigencias de competitividad y brindar al estudiante los conocimientos que lo conduzcan a una estrategia, a un método y a un instrumento que lo habilitan a saber pensar, a saber hacer con dominio y a disponer de instrumentos que encierren competencias con sus objetivos y finalidades, significando que una competencia en su estructura como acción gestiona los procesos de investigación en una determinada área del ejercicio profesional, con el fin de producir nuevos conocimientos obteniendo la condición de calidad. Si este es su ejercicio cotidiano e indeclinable serÃa ocioso afirmar que se trata de un excelente profesional, formado por un excelente docente-filosofo.
Por ello que la impartición de una o varias materias en una universidad, requiere una revisión constante porque no se necesita pensar que la materia sea definitiva, esto significa, como en la filosofÃa, que asigna el paradigma, que todo docente se ve el programa analÃtico como en constante evolución, lo que en la filosofÃa es constitutivamente un error, empero, siendo un error es todo lo que tiene que se porque es el modo de pensar auténtico de cada época y de cada docente filosofo. Entonces, enseñando, se constata por convencimiento interno que el pasado de una materia es una historia válida pero con errores y, esa incontrovertible realidad es la que el docente debe transformar con el movimiento del pensar, porque esos errores necesarios son los que sobrepujan el intelecto del docente o del filósofo para actualizar, lo cual lleva al progreso.
Aquellos primeros filósofos que en absoluto hicieron la filosofÃa porque en absoluto no la habÃa y que, en rigor, no llegaron a estructurar una filosofÃa sino que meramente la iniciaron son el auténtico profesor de filosofÃa a que es preciso llegar perforando o penetrando el cuerpo de todos los profesores de filosofÃa subsecuentes o de los vienen después. Imagine el estudiante la calidad académica y el ejercicio de saber pensar que recibe de un catedrático formado a través de este proceso de la filosofÃa y, ¿porqué de la filosofÃa?, porque sencillamente la filosofÃa es la madre de todas las ciencias y como reza una de sus definiciones es el amor al saber o el conjunto de reflexiones profundas sobre los principios fundamentales del conocimiento, y quien enseña debe comprender que ese amor al saber debe plasmarse en la aplicación constante del filosofar sobre la materia que enseña enfrentando su radical realidad. Es el proceso que patentiza la calidad de apostolado sin entresijos a la sagrada función de enseñar con autoridad como ascenso del entendimiento que recibe el nombre de fe en lo que hace.
(*) Docente universitario, posgrado en Educación Superior e Interculturalidad, doctor honoris causa, escritor