La experiencia que me tocó vivir en aquella calurosa tarde del 2006 me dejó en aquel entonces muchÃsimas interrogantes que poco a poco he ido respondiendo, pero cuya mayor cuestionante me la solucionó un hombre al que en la vida le sobró el valor pero ante todo la razón de ser.
Resulta que ese mes de noviembre, particularmente caluroso, me dirigÃa a mi puesto de trabajo por el Prado de La Paz cuando a la altura del restaurante Dumbo comenzó un escándalo que describo a continuación.
Una señorita de unos 16 años vestida con uniforme de colegio y quien la acompañaba, seguramente era su compañera de curso, gritaban a todos los aires clamando por auxilio pues hace pocos segundos un delincuente de poca monta le arrebató a la primera su celular.
En aquel entonces no habÃan todavÃa los costosÃsimos Smart Phones que tantos lucen hoy en sus manos, sin embargo, incluso humildes como eran sobre todo en funciones y herramientas, la mayorÃa de ellos sólo servÃa para jugar viboritas o escuchar radio en el mejor de los casos. Sin embargo se notaba que para aquella jovencita su celular significaba mucho, y seguramente aparte del susto, el robo le estaba provocando un shock y el volumen de sus exclamaciones daban prueba de ello.
Lo anecdótico de esta situación tiene gran sentido por lo siguiente. Justamente frente a aquel restaurante, y seguramente disfrutando de su descanso por la hora de almuerzo, estaba un policÃa raso, pues no llevaba ningún grado en el uniforme, degustando un helado que probablemente adquirió en el ya mencionado local y le estaba ayudando a combatir aquel intenso calor.
El robo del celular cogió por sorpresa a la asaltada, a su amiga, a todos los que estábamos cerca pero sobre todo al uniformado que no supo reaccionar a tiempo y que al principio se quiso acomodar entre todos los parroquianos que no atinábamos a hacer nada.
El policÃa en ese momento era vÃctima de las circunstancias, pero ante todo, era la vÃctima de una institución por demás desastrosa en la preparación, entrenamiento, capacitación y sobre todo equipamiento de sus miembros.
La mayorÃa de los miembros de nuestra PolicÃa Nacional, no sabe hacer un arresto, no pueden hacer un levantamiento adecuado de pruebas y testimonios, y un sinnúmero de situaciones en las que presentan enormes deficiencias. Su estado fÃsico, incluso de los más jóvenes deja mucho de desear y en algunos es hasta deplorable y ante todo carece de un real compromiso por su deber que no es otro que el servicio incondicional a la sociedad.
Sin embargo, esta casi generalización gracias a Dios tiene sus honrosas excepciones, y brillan con luz propia cuando en una situación casi similar a la que a mà me tocó presenciar, guardando las distancias del botÃn, el Sargento Juan Fernando Apaza Aspi, quien estando fuera de servicio, sin contar con su arma de reglamento (que el suntuoso Estado Plurinacional no dota a nadie) y sin más apoyo que su valor, cuando tomó nota que un malhechor le robó su capital a una librecambista a la altura del Club de La Paz, lo persiguió por más de seis cuadras hasta la Calle Comercio para capturarlo, y al hacerlo recibió 4 disparos que lo tuvieron agonizante por 23 dÃas y que al final le costó la vida.
Siento que el ascenso póstumo no sirve ni para consuelo de su familia, pero en el cielo el Suboficial Apaza estará sintiendo la enorme admiración y agradecimiento de la gente que, como yo, todavÃa quiere creer en su querida y abnegada Institución Policial, a la que en lo personal guardo una alta estima.
(*) Paceño, stronguista y liberal
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