El ejercicio de la prostitución sin la relevancia de los motivos que arrastran y convencen a su ingreso y, salvados los prodigiosos esfuerzos en impedir inundar al alma de las prostitutas con un pesimismo tenazmente asilado que las conducirÃa a su propia frustración, posibilita rebelarse con fuerza inclaudicable. Muchas prostitutas al traspasar el sombrÃo umbral del mundo de la prostitución desafÃan al Creador en un intento deicida hasta desarraigarse de esta recurrente visión del mundo impregnada de desesperanza y negatividad que superan en un tiempo y equilibran su desorden interior suscitado por la pugna interior entre los valores y su negación.
Ha llegado el momento crucial por el cual la realidad se manifiesta con dramática objetividad cuyo decantar es la virtual diferencia entre la explotación de sus cuerpos como instrumento de placer y la perseverancia interior para preservar, sin huir, al mundo de la fantasÃa, los valores y comprender el alcance de su fuerza, imprescindible para atenuar la angustia de la cotidianidad, que las hace vivir en un estado constante de insatisfacción e inseguridad y, esos estados, atribuyen a las prostitutas un estoico esfuerzo en no justificar a las causas de sus estados de ánimo que las amenaza y hundirÃa definitivamente en esta desgracia; este razonamiento evita que sus vidas transcurran en la sensación del fracaso y el abatimiento.
La intensidad de los recónditos sentimientos sustancialmente apartados y no contaminados por el tráfico sexual, que se desarrolla paradójicamente en una misma unidad de persona, protege a las prostitutas de una cruel ablación de la autoestima, a la cual reavivan sin pausa eludiendo a la desesperanza, siempre omnipresente.
La existencia con alguien significa vivir, transitar o tener relaciones, en el sentido de convertirse en ayuda para llevar su carga, que es pesada, que abruma los hombros de los hombres es el instinto y ellas trabajan para su bien sin analizar moralmente a sus clientes, entendiendo la realidad incontestable de la pulsión sexual. Estas capas inferiores de la sociedad, perennemente estigmatizadas, responden correctamente al sentido de pertenencia que el pueblo tiene de sà mismo. Contraria efervescencia producirÃa si las sociedades mirasen como guÃa el instinto la naturaleza inherente a los humanos.
(*) Abogado Corporativo, autor del libro "Prostitución", docente universitario, doctor honoris causa
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