Sábado 04 de febrero de 2017
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Antonio estaba nervioso, y no era para menos. Aquel era un dÃa importante. Toda su familia se habÃa reunido, apretados en un sofá en el que no cabÃa un alfiler. En el ambiente se respiraba felicidad, ilusión compartida, una pasión añeja que se habÃa difuminado con el tiempo, pero que nunca habÃa perdido su significado. Hasta se habÃa vuelto a poner su vieja gorra de las grandes citas, que parecÃa haber olvidado bajo una fina capa de polvo en la percha. Antonio la sacude y, en un grito interno de entusiasmo, lee en ella "¡Vamos Rafa!".
Después de tanto tiempo, Rafa Nadal volvÃa a batirse en una final con Roger Federer, uno de los duelos más emblemáticos de la historia del deporte. Lo que Antonio experimentarÃa en ese salón, junto a los suyos, trascenderÃa más allá de lo deportivo. IrÃa cargado con unos valores de elegancia, deportividad, respeto, perseverancia, firmeza, determinaciónÂ? Tal fue la riqueza del momento, que serÃa improbable pensar que ganó Roger Federer si se viera la manera en que la familia lo celebró cuando acabó el partido. Pero es que no hubo un solo ganador; también ganó Rafa Nadal; también ganaron Antonio y su familia; y, en definitiva, también ganamos todos.
Los valores que desde siempre han acompañado al deporte y que estos últimos años parecÃan olvidados se mostraron con más brillo que nunca. Recordamos lo que era saber perder, pero sobre todo, lo que es saber ganar. Porque la victoria no consiste en humillar y pisotear a tu rival, sino en el respeto y la humildad de saber reconocer que sin él, tú no serÃas tan fuerte. Albert Camus dijo una vez que todo cuanto sabÃa con certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres, se lo debÃa al fútbol.