Hoy la educación superior está confrontada a ámbitos sociales universitarios acentuadamente heterogéneos, y las formas de enseñar aumentan infinitamente y sus alcances varían con la práctica y la vivencia propia educativa, empero, cuando se sabe operarlas realizando las modificaciones puntuales, se desestructurará el estatismo que es el principal elemento negativo que se arraiga en un considerable número de facilitadores o catedráticos. Evitar conscientemente esta contingencia decantará en un auténtico aprendizaje y en una constante percepción del docente de las necesidades de conocimiento a satisfacer en los estudiantes, demostrando creíblemente empatía a esas inquietudes.
Uno de los más más repetidos errores, a veces sin solución de continuidad, y que se presentan regularmente en la educación superior, es consentir un aprendizaje donde exista una parte silenciosa en los estudiantes y, la otra, es decir, el docente, no la corrija apenas detectada, pues el proceso de educación es una reflexión incesante, vivida y a voces, de las realidades de las ciencias y de las proclividades humanas, centrándose el ímpetu en mantenerlas vivas para que tales esfuerzos concreten un aprendizaje de cooperación mutua entre estudiantes y docentes, con el objetivo de la excelencia.
Consecuentemente el docente no se aferrara dogmáticamente a una retahíla de técnicas didácticas sino que deberá analizar diariamente, antes de cada clase, la pertinencia de cada una de las técnicas y de las alternativas que dispone como docente formado y preparado adecuadamente, debiendo decidir en el aula eligiendo las más atractivas y sobre todo efectivas, sin embargo, el docente debe proponerse, también día a día, variar el conjunto de propuestas y mejorarlas con el exclusivo propósito teleológico de impartir a los estudiantes didácticas contextualizadas y vigentes, acometiendo la enseñanza universitaria por especialidad.
Lo precitado infiere que el docente debe necesariamente establecer en el aula la interactividad, minimizando la clase magistral, para detectar en los estudiantes deformaciones educativas arrastradas de los niveles parvulario, primario y secundario, entonces, identificadas, el docente ayudará a los estudiantes a expresarse libremente, a mejorar su dicción y escritura, enriquecer su vocabulario e inclinarlos a la lectura cotidiana y a la independencia de su pensamiento científico o practico; riquezas intelectuales que no son fáciles de adquirir, mantenerlas, implementarlas y ubicarlas siempre en un alto nivel competitivo.
Todo ello se obtiene a través de un trabajo conjunto, conviniendo ambas partes, que la didáctica es un proceso cíclico y natural y no se limita a medios mecánicos, por lo contrario, es una acción concatenada en pos de la adquisición de un conocimiento compartido, evaluando constantemente y sin pausa las competencias del aprendizaje, es decir, el saber hacer, que ambas partes (docentes y estudiantes), se imponen lograr.
(*) Abogado corporativo, posgrado en Educación Superior e Interculturalidad, docente universitario, doctor honoris causa, escritor
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